viernes, 23 de octubre de 2009

“A través de la ventana”


“A través de la ventana”


El muchacho observaba por la ventana. Llevaba cierto tiempo encerrado en su alcoba, su mirada se encontraba perdida en la distancia contemplando el horizonte, cercano a las montañas, donde el sol se disponía a ocultarse para dar paso al anochecer. Añoraba desde lo más profundo de su corazón poder recorrer los jardines que observaba todos los días, poder oler las flores de la primavera y jugar entre las hojas caídas del otoño, brincar en los charcos del verano o hacer bolas de nieve en el invierno. Soñaba todas las noches con el día en que sus padres lo dejaran salir de aquella prisión. Despertaba cada mañana con ese deseo, sediento de estirar las piernas, ansioso de correr para así poder sentir el aire en su rostro. Poder asolearse, sentir el sol sin que un cristal permeara el paso de sus rayos. La esperanza de poder realizar su sueño bombeaba sangre a su cuerpo, sus padres le decía que tuviera paciencia, que si seguía así pronto saldría. La fé en esa promesa lo hacía levantarse cada día para asomarse por la ventana y poder observar el mundo que se encontraba tras de ella.

El invierno había terminado pocas semanas atrás, los retoños en arboles y arbustos invitaban al pequeño a salir, días largos, soleados, llenos de flores, repletos de vida lo incitaban a seguir ahí, sentado, contemplando a través de su delgada pared de cristal. El vidrio aun estaba frio por las brisas provenientes de las montañas, al tocarlo sus dedos se lo transmitieron, pronto anochecería. Un escalofrío recorrió su cuerpo, tanto había esperado, el tiempo había llegado. Suspiró, respiro hondo, la necesidad de dormir le comenzaba a pesar desde lo más profundo de su alma, había terminado, era momento de continuar. El invierno había terminado cediéndole su lugar a la primavera. Sonrió, no se quedaría ahí, dormiría para soñar con ese mundo ideal, para despertar al día siguiente y contemplarlo a través de su ventana.

Llegó la hora, sus padres llegarían pronto, debía acostarse. Giro las ruedas de su silla en dirección a la cama. Aquella enfermedad que lo asolaba lo había acabado, la juventud se esfumó dejando atrás un rostro demacrado, un cuerpo pálido, un aspecto de muerte, carente de vida con la excepción de sus ojos, en los cuales aun batallaba una chispa vital. Ese fuego en el interior de su mirada se fue extinguiendo en lo que se acostaba, se cubrió con dificultad ya que las sabanas eran demasiado pesadas para la debilidad que corría por su cuerpo como un veneno mortal.

El pequeño cerro los ojos con la imagen del atardecer, un sol cansado que moría en el horizonte ocultándose en entre las montañas. Su padre abrió la puerta, entro en la habitación como ya era su costumbre para despedirse del pequeño. Lo contemplo en silencio, sabía lo que pasó, su hijo por fin descansaba, ahora en verdad soñaba. Las lagrimas comenzaban a correr por su rostro, se aproximó al pequeño y lo beso por última vez. Miró hacia la ventana, ahí, a un lado de ésta se encontraba la silla del niño, iluminada por el último rayo de sol que se hundía en el horizonte.


Le dedico este cuento a mi maestra Rocío
que tanto me ha ayudado con sus clases
de redacción.

Mario Ovies Gage