viernes, 12 de noviembre de 2010

"Danza Nocturna"

"Danza Nocturna"


El único farol encendido le mostraba al mundo una calle repleta de silencios. Una ciudad sin vida, aplastada por su soberbia, por su egoísmo. El único farol lucha contra un mundo que no lo comprende, iluminando la obscuridad, una flama en medio de una tormenta de agonías. Los relámpagos le hacen compañía, están con ella ante la opresora obscuridad. El silencio rodea a ese único farol, intentando acallar al repiqueteo de su llama, llama solitaria ante la adversidad de un mundo intolerante.

El tiempo se agota, la lucha es inútil. La sociedad emite su veredicto final. La noche, el viento, la lluvia, todos luchan contra ella, la juzgan culpable de un delito inexistente. La obscuridad rodea a la disminuida flama. El farol protege a su inquilino, pero su fuerza es finita, su combustible se agota. La vida de la llama agoniza, acaricia a la muerte, se acerca a paso forzado a su fin.

Una calle repleta de silencios alberga a un inquilino incómodo, lo detesta, no lo puede tolerar. Lo reprime, lo acosa, intenta apagar su flama, congela su espíritu, destruye su realidad. El frío de la noche llega, hace acto de presencia tomando entre sus manos al farol, lo reclama como suyo. La flama languidece, la lucha la ha agotado, el frío la duerme, el único farol encendido deja de serlo, se une al resto. El silencio impera, el repiqueteo de la pequeña flama ha sido silenciado, la noche recupera el espacio perdido, la obscuridad reina.

Un sujeto camina, se detiene para observar al farol. Aun está caliente, la lucha persiste aunque la batalla está perdida. El hombre sonríe y tose. Asesina al silencio con su alarido. Calma al frío con su calor. Le declara la guerra a la noche, enciende una mecha, la acerca al farol. Este revive, la flama en su interior vuelve a brillar, la noche aúlla. El hombre vierte ahora más combustible, otorgándole más vitalidad a la llama, la obscuridad retrocede. Reinicia la batalla, aun hay esperanza.

El hombre se retira penetrando la obscuridad de la noche de camino al siguiente farol, asesinando al silencio con sus pasos, con el repiqueteo de las llamas, iluminando la obscuridad. La luz retorna, convirtiendo a la obscuridad en sombras. El sujeto trae nueva vida destronando a la noche. Las sombras reclaman lo perdido, la noche en su plenitud sufre las perdidas, el frío retrocede ante la calidez de las llamas. La luna se convierte en un complemento de una calle iluminada, las estrellas danzan distantes, ajenas a aquella realidad. Las flamas siguen el compás, se mueven en sus faroles, le cantan a la noche, a la luna, a las estrellas, a las sombras, a la obscuridad. Es un ritual, un duelo a muerte, una batalla por la vida. Cantan en una calle iluminada, en una ciudad de luces y sombras, bajo una luna llena rodeada de estrellas. Las risas expulsan al silencio, su canto calienta a la noche fría. La noche obscura se ilumina, danzan los contrastes, la luna sigue su camino, la noche vive.



“Estrellas que danzan al compás de la noche”
Mario Ovies Gage

jueves, 11 de noviembre de 2010

"Descripción"



Descripción









El aroma me detuvo. La caricia de un ángel delineó mi rostro. Me atrapó en sus garras, me sedujo, me cautivó. Fui presa fácil de tal encanto. Era el depredador perfecto, no pude zafarme de tal fuerza de atracción. La miré. El aroma pasa a segundo plano, era lo de menos. Trate de entender lo que mis ojos luchaban por ver. De mirada perdida, de pelo castaño, figura perfecta, musa de musas, divina entre las demás.

¡Oh mortal qué me atreví a mirarle! ¿Quién era yo? Me dejé llevar, perdí mi humanidad, no era digno de observar a tal creación. Yo era inferior, si es que existía tal punto de comparación. Yo una bacteria, ella el Sol. Caminó, se alejó. Mis ojos la acosaban, la escaneaban, delineaban meticulosamente aquel cuerpo intentando entender tal belleza. Las palabras se vuelven un suplicio, una carga, un estorbo al intentar describir lo indescriptible, luchar con la pluma a contracorriente. Intento escribir algo para lo que no existen palabras.

Voltea. Sus ojos de profundidad infinita me contemplan. Me desarma. Su angelical rostro sonríe. Retoma su camino. Se va.



“Hay momentos en que nos enamoramos de nuestras palabras.
No las dejamos ir, las volvemos nuestras, somos egoístas,
pues estamos enamorados”

Mario Ovies Gage

domingo, 3 de octubre de 2010

"Aniversario"


Dos años....

Ya van dos años de escribir en este blog, y para la ocasión, a diferencia de lo ocurrido en el primer aniversario, he editado tres de mis cuentos además de estar trabajando en sus respectivas continuaciones. En esta entrada publicaré mi segundo cuento, y uno de mis favoritos, con los respectivos links para sus continuaciones, que a mi parecer quedaron limpios de la mayor cantidad de faltas ortográficas que pude. Espero sea de su agrado.

Segundo Aniversario
"Piezas de una vida que colapsa"


Segunda parte.


“Del otro lado”




Un chirrido mortal, lluvia, truenos y relámpagos, una noche de sombras, arboles, un grito de alerta.

La lluvia fue o era como una caricia, ella no lo sabía, simplemente la sentía. Ella sabía de su propia existencia, pero no sabía ni cómo ni por qué, conocía el hecho, pero no la comprobación de tal. Simplemente estaba ahí. Se encontraba tirada, sin motivo alguno, sin razón aparente, el suelo era cómodo, como su cama, como su almohada, una comparación extraña ya que únicamente recordaba el estar ahí. Aun así era dulce recordar lo acogedor de su alcoba, el antiguo calor de un cobertor, la sensación del hogar.

Los truenos, siempre presentes interrumpían su placentera estadía en el suelo. Quería permanecer ahí, recostada en el suelo, intentando recordar esa tan añorada comodidad. No estaba mal encontrarse rodeada por ese mundo de fantasía, pero la realidad era más fuerte y su fuerza de gravedad la atraía con fuerza.

Un chirrido, lluvia, truenos, un grito lleno de dolor. Abrió los ojos. Se encontraba en el suelo, con el rostro sumido en el lodo. El peso del mundo la trajo de vuelta, se vio rodeada de la incertidumbre, alejada de golpe de su burbuja viéndose forzada a escapar, a levantarse y correr, impulsada por una fuerza interior que le devolvía la vida y las ganas de luchar por ella. La pequeña Daniela se encontró sola en el bosque, la humedad se comenzaba a elevar entre las ramas de los viejos pinos, el suelo se encontraba mojado y lleno de charcos, mientras que el cielo escondido entre las copas de los arboles aun relampagueaba.

Los aromas de un bosque nuevo salían de las pequeñas plantas que decoraban el suelo. Ignorando la belleza del bosque, la pequeña seguía ahí, rodeada por un bosque extraño, que aunque fuese un paisaje perfecto las sombras se lo ocultaban, la creciente obscuridad opacaba los nítidos colores y la vida del lugar. La niña se encontraba sin ninguna compañía, sola en un lugar desconocido, sin saber que hacer ni a donde ir, los colores exóticos se transformaban en sombras monstruosas y las zonas ocultas bajo las ramas de los grandes arboles en tumbas mortales.

Sin saber la razón de su existencia comenzó su recorrido. Le dolía el cuerpo, le sangraba el alma. Caminaba con mucho cuidado, batallando con los obstáculos que el camino le ponía, tratando de acostumbrarse al ritmo de sus pasos, se sentía una extraña en su propio cuerpo, al igual que en ese lúgubre bosque. Su espíritu estaba perdido en busca del hogar.

La noche era joven, la luna apenas comenzaba su viaje, viaje que la pequeña disfrutaba, contemplando su belleza blanca, su paz, su armonía con el entorno. La inocencia le permitía ignorar los pesares, los temores, las pesadillas y las sombras de la vida. Entre rama y rama que esquivaba, ella le sonreía al espectro nocturno, y este le devolvía energía para continuar, iluminando su camino, siendo el reflejo de un distante sol dormido.

Lechuzas y grillos conformaban una orquesta sin director, un ritmo único, del todo natural, con un público de árboles e imponentes pinos, venenosos hongos y rocas cubiertas por musgo. La inocencia se fue, se marchó sin dejar rastro, sólo trajo miedo, temor, suspenso, una desconfianza total; su sangre se congelaba con el frío nocturno, mientras su corazón luchaba por hervirla. Un latido tras otro, un eterno sonar de tambores, con altibajos causados por sombras; de ramas, de animales, ruidos, cantos, trampas de la noche. La histeria total. Aspiraba con fuerza, mientras dejaba caer por su rostro lágrimas cristalinas del dolor provocado por el miedo.

Fueron metros, quizá kilómetros, una larga distancia recorrida en cuestión de segundos, guiada por la luna ahora distante, que huía a refugiarse en la cima del mundo, escoltada por viejos robles y manzanos. Pequeños testigos observaban a la niña correr desenfrenadamente a su perdición. Las ramas atraparon el cuerpo de esa alma solitaria, la llevaron a la locura, una desquiciante histeria, creando un desbordante océano de pensamientos que acabaron por lanzarla a una calma total, sumiéndola en la oscuridad de un destino olvidado por la vida.

Pequeños universos daban lugar a millones de estrellas, estrellas como granos de arena en las dunas de un desierto, todos en un solo pensamiento, una mente perdida que se encuentra con la luz al final del túnel.

-Aun no es momento- el alma regresa. La vida del ser vuelve a ser encadenada al cuerpo donde antes moraba.

Daniela, ahí estaba, de vuelta en el mundo real, tendida ante un enorme portón de madera, tallada de un árbol milenario, de una belleza incomparable. Un decorado de oro la iluminaba, con trazos extraños de un idioma de antaño, mostrando el antiguo esplendor de una época perdida en el recuerdo de la historia. Era un viejo edificio, cubierto de hierbas y pequeños arbustos por los años de abandono. Pequeños arboles habían crecido en agujeros de las paredes y gran cantidad de maleza cubría las tejas de algunos techos. Lo que se veía a simple vista era una imponente fortaleza, hogar de antiguos reyes y emperadores. Las ramas y hojas caídas amortiguaron el golpe contra la puerta, pero fue tal la fuerza con la que se golpeó que ésta se vio forzada a darle paso a la muchacha.

Varios minutos pasaron, eternos, infinitos o incontables, no sé puede saber cuanto tiempo pasaba en la mente de Daniela ya que el tiempo es sólo una medida establecida, ajena al viaje que se daba en la mente de aquel ser. En aquel momento sus pensamientos estaban en todos lados a la vez, de nuevo en el túnel, ahora con esa luz aun más cercana, un calor acogedor pero a la vez quemante, la atraía y la ahuyentaba. Un chirrido, un grito de alerta, la lluvia, pasos, una energía desbordante.

Allí yacía tirada de nuevo, ahora con un terrible dolor de cabeza. Su vestido estaba destrozado, tenía entre los bonitos decorados manchas de lodo y sangre que ocultaba horribles moretones y cortadas. Se levantó y se acomodó el cabello que le cubría el rostro, intentaba recordar donde se encontraba. Estaba perdida eso era obvio, no había razón para meditar su situación. También estaba segura de que ésta no era la primera vez, pues ya lo había estado antes.

Una luz. Gritos. Un llanto constante de una madre en pena.

El nuevo brote de dolor la cegó, pero poco a poco fue recobrando la vista. La habitación se encontraba perfectamente iluminada. Cuadros adornaban las paredes, estantes repletos de libros, viejas armaduras, cabezas de animales, osos, tigres, cebras y toda clase de creaturas imaginables y una que otra alejada de la realidad. Bellos candelabros iluminaban coloridamente el techo, una enorme chimenea de insaciable fuego iluminaba la sala y algunos enormes vitrales con santos de la antigüedad vigilaban con caras atormentadas a la muchacha. Un fuerte ruido la despertó. La puerta se encontraba cerrada.

Su cuerpo tembló, en parte por miedo, y además por frío, ambas sensaciones recorrían su cuerpo como un solo veneno que la consumía. Al encontrarse mojada y descalza la habitación se tornó más fría y le ganó la tentación de acercarse a la chimenea. Caminó temerosa en dirección a la fuente de calor. Un rato bastó para que su cuerpo se sintiera a gusto, más una eternidad le costaría a su espíritu. Aun así los problemas se esfumaron de su línea de pensamiento, ahora en su interior pasaba de la locura temporal a la curiosidad. ¿Qué hacía en medio de la nada un enorme castillo con una chimenea encendida y un dulce café esperándola en la mesa? ¿Café? De nuevo despertó de su momentánea meditación interrumpida por el olor a café, como un volcán a punto de hacer erupción aumentaba en su interior esa naciente curiosidad. ¿Era esto real? ¿Sería todo esto un sueño? ¿Qué hacía ella ahí? ¿Quién era ella? Sabía su nombre, pero nada más.

Daniela se propuso en ese momento a responder tantas preguntas.

-Romper el hielo... ¡Sí, sí, eso haré!-

-¿Hay alguien?- Gritó esperando una respuesta. Pero no se escuchó nada. Únicamente se escuchaba el fuego devorando unos cuantos troncos recién talados.
-¡Salgan! No les haré nada-

No tenía caso volver a intentarlo, no era una muchacha tonta, sabía que algo estaba sucediendo, no debía asustarse, necesitaba ser fuerte y descubrir que es lo que pasaba en aquel extraño lugar. Con taza en mano decidió echar un vistazo. La curiosidad la consumía, lentamente era devorada por la necesidad, nació en ella la pasión por saber más del lugar en el que se encontraba. Dio un sorbo al café caliente y camino hacia lo desconocido con el estómago calientito.

La habitación era monumental, partida por la mitad por una escalera. No fue difícil tomar la decisión de por donde comenzar, la joven comenzó a subir las escaleras sosteniéndose en un barandal de madera que la decoraba, caminando sobre una bella y suave alfombra roja que la guiaba en su caminar. El contacto de sus pies descalzos con la alfombra se sentía bien, su cuerpo respondía con alegría a esto y el café que ingería le brindaba energías suficientes.

La juventud le permitió subir con agilidad una infinidad de escalones llevándola al final de estas. El piso superior era un largo pasillo, con figuras que decoraban las paredes, pequeñas linternas, mesitas con estatuillas de animalitos iluminadas por velas de colores, sillas de madera y algunos sillones de apariencia reconfortante eran algunas de las cosas que conformaban la escenografía del largo pasillo repleto de puertas, sientas de miles de puertas, millones de puertas de madera, todas iguales sin la más mínima diferencia.

Volvió a brotar ahora con más fuerza esa curiosidad por saber más acerca de ese lugar, esa curiosidad la había forzado a subir las escaleras, le había ayudado a luchar contra la incertidumbre, y ahora la impulsaba a ir a la puerta más cercana y ver que había tras ella. Daniela no ofreció ninguna resistencia, la niña en su interior tomó control. Fue corriendo a la primera puerta de la derecha, pero algo la detuvo, en el momento en que iba a tocar la manija. Este era un sentimiento nuevo o viejo tal vez. ¿Miedo sería? ¿O una curiosidad al extremo? La puerta se veía igual que las demás, aunque al observarla detenidamente de cerca, se percató de que algo en ella era distinta, muy por encima de su cabeza, de un color dorado brillante se encontraba colgando un número "1".

Un trueno, relámpagos, un choque de luz, energía recorriendo su cuerpo, un reclamo a la vida.

Ignorando la punzada de dolor, su mano acababa de girar la perilla, dejando a la puerta abrirse lentamente. La habitación frente a ella estaba bien iluminada, un fuerte rayo de sol entraba por los ventanales mientras que una ligera cortina de seda oponía resistencia inútilmente.

Había gente. Novedad. Miedo. Silencio.

-Al fin....- Su boca dio un movimiento inútil pues las palabras se rehusaron a salir. El único sonido provenía de una mecedora donde una mujer de rasgos finos tejía tarareando una conocida melodía. A su lado una niñita peinaba a su muñeca. Daniela se fijó en la habitación, en sus ocupantes, en cuadros borrosos cuyos retratados no distinguía.
-Mamí- Dijo la pequeña. -¿Cuándo va a llegar papi?-

Daniela volteó rápidamente para ver a la pequeña, su mente comenzó a dar vueltas sin parar, ¿era eso posible? Sin pensarlo comenzó a caminar hacia atrás, arrastrando los pies, una lluvia de miedos la empapó, aumentó la velocidad hasta caer. La taza cayó haciéndose añicos, los fragmentos rebotaron en el suelo, rompiendo la tensión entre los dos seres. En ese momento la niña volteó. Una mirada perdida, inocencia pura, años de inexperiencia sobre la vida misma desataron de nuevo en la muchacha esa histeria pasada, el rostro tierno de la pequeña expresaba duda, su rostro se contorsionó, la habitación daba vueltas, se desasía, esa curiosidad que había hervido en su interior se vio transformada en una torrente de pánico. Se levantó como pudo y se echó a correr hacia la puerta cerrándola de un azotón a su paso. Un remolino de ideas mezcladas con recuerdos la asfixiaba, vomitó una mezcla de bilis y cafeína, esas imágenes carecían de sentido, aun así procesos mentales ajenos a su entendimiento le permitían ver fugaces latigazos de lógica en aquellas imágenes. Tardó en recuperar la respiración y poner en orden sus ideas, el mareo seguía ahí pero el tiempo le había regalado un don, el don de la razón, del entendimiento, la cual comenzó a usar con prontitud y cierta facilidad. Decidió salir de esa pesadilla, regresar por el pasillo, bajar las escaleras, atravesar el gran salón y abrir el portón de madera, recorrer el bosque en busca de ese punto inicial, y una vez ahí, encontrar las respuestas que necesitaba lo más lejos posible de esa pesadilla del pasado.

Todo ese pensamiento lo había realizado sin despegarse de la puerta que sostenía con fuerza, la velocidad de sus pensamientos suponía una mayor madurez, la pequeña había cambiado, la experiencia, el temor sufrido, las vivencias pasadas la cambiaron, dejaba atrás la niñez, dejaba atrás muchas cosas, debía apurarse. Volteó sin pensarlo dos veces dispuesta a salir y realizar todo su plan, cuando se percató de algo. Frente a ella seguía el pasillo. ¡No era posible! Volteó sin respirar en ambas direcciones, para ver que lo único que había era un largo pasillo lleno de mesitas, sillas, sillones, cuadros, armaduras e incontable número de puertas. El lugar era el mismo, con la diferencia de la inexistencia de las escaleras. La razón se esfumaba, se evaporaba hervida por el miedo. Viró para encontrarse de nuevo con la puerta. Un nuevo número colgaba de ella "2".

Era extraño, ella había cruzado la puerta con el número uno, y al salir de la habitación se encontraba frente al dos. Su mente era traicionera, sería verdad lo que había visto en esa habitación, o sería parte de esta nueva realidad. El temor que le causaba entrar evitó que regresara, así que optó por proseguir, su nueva mente, aun por explorar, le permitía realizar pensamientos a velocidades difíciles de creer, el proceso de dejar la niñez atrás para dar paso a la mente adulta le parecía interesante. Dejar los problemas atrás y seguir con su eterno caminar le sonó lógico, factible. Era una opción o tal vez su única opción. En su interior tenía el presentimiento de que el tiempo era poco y que pronto llegaría a su fin. Así que, decidida, prosiguió.

Caminó y caminó, viendo las pequeñas mesas con gatitos de cerámica, caballos de madera, viejos ceniceros, cuadros borrosos, elefantes de piedras preciosas, insectos de colores exóticos, hasta llegar y detenerse en algo que rompía con lo monótono del pasillo, una ventana.

Primero, casi como alguien que encuentra una respuesta al dilema universal, se lanzó sobre ella para intentarla abrir. El forcejeó fue momentáneo, pronto comprendió que sería imposible abrirla. Prefirió entonces ver a través de ella. La suave y delicada lluvia que había acariciado su rostro se había convertido en una pasional tormenta, un duelo de luces y sonidos, rayos y relámpagos, una batalla de dioses. La luna se había perdido en este despertar de nuevas emociones, nuevos sentimientos, yacía oculta, reprimida por nuevas sensaciones, como parte de un pasado incierto. La pequeña Daniela había desaparecido para dejar a su paso a una mayor; consiente y racional. Apegada por su deseo a vivir se despegó de la ventana para continuar con su camino, no había más tiempo que perder. La primera puerta de la izquierda tenía un pequeño número "3". Tomando en cuenta su error anterior decidió correr para encontrar el siguiente número y así seguir hasta llegar al final. No fue mucho lo que tuvo que correr para encontrar el siguiente. De nuevo colgado en la puerta, había un pequeño número tres. No era lógico, se apresuró a pensar la joven. Regresó sobre su paso corriendo. Tres, cuatro puertas, cinco, seis y nada, no había ningún número. Se detuvo, tomó aire y volteó de nuevo. A su izquierda seguía la puerta con el número tres, el mismo sillón y la misma mesita con un pequeño elefante de jade. No había avanzado, ni avanzaría. Comprendió que este cruel lugar la obligaba a abrir esa puerta. Esa necesidad interior, pasada ya por los años, seguía ahí, renacía por la necesidad de saber más, la necesidad del complemento, la necesidad del conocer, la necesidad de girar la perilla y ver que hay más allá.

La puerta se abrió para dejar a la vista la misma habitación. El susto la dejó paralizada. Fue muy lenta su reacción, la puerta se cerró al instante. Una rápida mirada le bastó para ver los cambios. Era de noche, la luna siempre testigo de lo sucedido llevaba poco de haber comenzado su viaje, pues observaba desde la ventana. La mecedora se encontraba inmóvil en una esquina de la habitación. Un viejo librero adornaba la pared entre dos ventanas abiertas, ambas con cortinas de colores verdes y dorados. La habitación se había transformado de un cuarto a un bonito estudio con una chimenea y un gran sofá. En este se encontraba un señor sumido en las sombras, fumando un puro.
-¿Qué quieres pequeña?- Dijo con una voz grave por los años de fumar, pero suave, como la de un padre bondadoso a su hija.

-Saludarte papi-

-Ya me habías saludado. Es hora de dormir, mañana tienes clases-

-No quiero ir, quiero estar contigo-

-No te preocupes, estaré todo el día contigo cuando vuelvas- Esas palabras iban dirigidas a ella, pero la voz de la niñita no provenía de su boca, como si fuera un fantasma, un ser la atravesó, la pequeña se acercó a su padre y lo abrazó.

-Te quiero mucho-

-Y yo a ti-

La voz se hizo cenizas, el sonido del fuego se detuvo, esos seres se quedaron inmóviles en una eterna escena conmovedora. Ajena a esa historia, Daniela los observaba por un segundo de eternidad. El reloj dio las diez, la pequeña soltó a su padre.

-Tengo sueño-

-Ve a tu cuarto, en un momento estaré contigo- La niñita se alejó de su padre, abrió la puerta y se hecho a correr. Daniela la siguió, empujó la puerta y salió de regreso al pasillo. La puerta se cerró. No estaba asustada, simplemente sabía que así tenía que ser. La razón le permitía ahora concentrarse más, no actuar por instinto sino de manera preparada, meditando cada acto, sabiendo lo que hacía y hacia donde se dirigía. Se encontraba de nuevo en el pasillo, ahora de la puerta colgaba el número "4"¿Qué tan largo iría a ser este proceso? Eso no lo sabía, pero se dispuso a no esperar a que las puertas tuvieran un número, así que abrió la puerta de enfrente. No hubo ninguna sensación, ningún parar del tiempo, ni nada, simplemente se encontró parada frente a una pared, igual pintada que el demás pasillo. No la cerró, la dejó así, abrió la siguiente puerta, en esta ocasión había un pequeño cuartito, con algunas escobas y cubetas, además de algunos artículos de limpieza. La cerró con fuerza y se lanzó a la siguiente, dos puertas, tres puertas, y nada, simplemente paredes, simplemente ilusiones y fracasos que no la llevarían a nada. El cansancio y la desilusión la cansaron, dio la vuelta tras cerrar la última puerta y fue a sentarse en un sillón. Volteó a ambos lados para ver la cantidad de puertas que había abierto. Frente a ella se encontraba otra ventana. La tormenta había pasado, causando algunos estragos a su paso, pero el agua, la vida que contiene, había alimentado al bosque, permitiéndole que poco a poco se recuperara. Más allá de la cima de los arboles se encontraba la luna, su vieja amiga. Cercana a llegar a la mitad de su recorrido, seguía vigilante, observaba ahora que la juventud se iba, se alejaba poco a poco del cuerpo de Daniela, la juventud moría y daba paso a la experiencia, al conocimiento y a una pisca de sabiduría mezclada con madurez.

Una alarma empezó a sonar, Daniela se estiró, debió de quedarse dormida en tan cómodo sillón. Dormida o despierta, estaba en el mismo lugar, todo daba igual, se apresuró a buscar en la mesita el ruidoso aparato y apagar la alarma. Cuando apretó el botón el silencio retorno. Tranquilidad, paz, calma. Con el tiempo ahora distante para molestar, Daniela se propuso terminar con aquella pesadilla. La primera puerta a su derecha, la única que no había abierto de ese lado tenía colgado el número "5". Sin dudarlo y sabiendo que nada malo le pasaría, la abrió.

Sorprendida de lo que vio, dio un paso adelante cerrando la puerta. Era un nuevo pasillo, la misma alfombra roja, el mismo estilo de decorado, con la única diferencia en la iluminación. En lugar del techo de mármol, había un bello encristalado en forma de cúpula que mostraba un cielo iluminado por estrellas y por la luna, que ahora se hallaba a mitad de su viaje en la cima del firmamento. Era algo raro, al entrar en el castillo, la luna se hallaba en ese punto, tal vez, una infinidad de tiempo había pasado, o simplemente era parte de la magia de ese lugar.

De la puerta ahora había un número "10".

-¡Un cambio! Eso es bueno. Pronto llegaré- ¿Llegar a dónde? se dijo para sus adentros.

Comenzó a recorrer, esperando otra puerta con un numerito plateado. Ahí estaba a tan solo tres puertas, el pequeño y brillante "11". Abrió la puerta asustando al mismo miedo y sin titubear. Ya no era ni el pequeño cuarto ni el estudio, se encontró con un comedor al frente. Tres personas se encontraban ahí, disfrutando de sus alimentos. Una deliciosa pasta cubierta por una salsa verde, con un acompañante de cerdo ocupaba los platos. Un suave aroma corroboró lo que Daniela apreciaba con la vista. Era un manjar para sus sentidos, parecía que llevaba una vida con el estómago vacio, y a muchos años de que había tomado del café.

Una de las presentes, una señora un tanto familiar, se levantó, abrió una puerta a su izquierda y salió del comedor. Daniela tomó asiento y se puso a contemplar esperando que algo pasara. Ahora se daba cuenta que el antiguo temor era por la familiaridad de las escenas que se le presentaban, pero aun no sabía de que trataban estas, los rostros de los presentes eran borrosos pero aun así un aura de familiaridad los rodeaba. La madre regresó con una enorme jarra de agua. El señor ni se inmutó al ver el trabajo con el que ella lo llevaba. La asentó en la mesa y sin pronunciar palabras continuo comiendo. La pequeña niña se paró sobre su asiento, cogió la jarra dispuesta a servirse, al sujetarla le ganó el peso derramándola, mojando el mantel y a sus padres.

-Mira lo que has hecho- Gritó la madre.

-Perdón mami no lo hice...- Una voz cortada salió de la boca de la niñita.
-No me vengas con peros. ¿Cuántas veces te he dicho que no te pares en tu silla para coger la jarra?-

-Perdón- Por su delicado rostro corrían lágrimas de arrepentimiento.

-Nada de perdón, vas a estar castigada-

-Fue un accidente- intervino el padre. La escena se tornó tensa. El tiempo se detuvo. Una brisa fría entro por las ventanas. La puerta de la cocina se abrió lentamente. Dejando pasar a un ser blanco, de ropas relucientes de blancura, sin rostro alguno. Se acercó a la mesa y tomó asiento. Daniela no contuvo su miedo, intentó levantarse pero la silla la tenia presa, intentó gritar, de nuevo su ser la traicionaba, no se escuchó sonido alguno, estaba atrapada, en presencia de ese ser, que tenía la mirada sin rostro fija en ella.
-¿Qué te pasa Daniela? ¿Qué acaso no estás a gusto en mi morada?- Daniela sabía que en este momento si podría contestar, pero no tenía el valor, su travesía por el palacio había sido hasta ese momento tranquila. Los temores pasados no habían sido nada a comparación con lo que este ser provocaba en su interior. Ahora recuperaba ese temor que la había persiguió por el bosque. Una fuerza interior le dijo que ese era el momento. Empujando la silla hacia atrás logró librarse del embrujo, arrastrándose primero hasta recobrarse, levantarse y correr hacia la puerta. Las figuras borrosas cobraron formas delineadas, entendibles. Su madre, su padre, todos de un pasado distante. No quería saber nada, cerró la puerta a sus espaldas. Alguien tocó la puerta. Sabía quien era, primero muerta a soltar la perilla. Se escuchó de nuevo a ese ser tocando la puerta pero esta vez acompañada por un susurró.

-Ya casi es hora, regresa Dani, regresa- Eso fue la gota que derramó el vaso, su paciencia estalló, sobrepasó el limite de pánico soportable para un ser, fue lo necesario para que soltara la puerta, dejando atrás la número once corrió a gran velocidad, todo era borroso a su alrededor, se lanzó sobre la primera puerta con la que se topó, de nuevo la cerró con fuerza.

Nuevamente se encontraba en el pasillo poco iluminado con el número "6" colgando arriba de ella. Un número más, un número menos, ahora sabía que algo la seguía. Continuar era la respuesta obvia, pero antes tenía que hacer la lucha, asegurarse de que esa creatura sin rostro no la siguiera. Se acercó a la mesita más cercana, pensando en moverla y detener el paso de la creatura. A un lado de una linterna se encontraba un pequeño objeto brillante, una pequeña llave. Eso era algo nuevo, antes había estado el despertador, no creyendo en la casualidad la agarró y continuó su camino olvidando por un instante a la creatura.

Rápido encontró lo que buscaba. La puerta número "7". No se demoró, ni lo pensó, ni meditó, simplemente su mano ya estaba girando la perilla.

Un choque, dos choques, una luz, gritos, truenos, la lluvia acariciando un cuerpo. El aire, el lodo, la tierra, todo da vueltas, una energía desbordante, un grito.

La puerta estaba abierta. Dio un paso al frente dejándola así, en ella ahora colgaba un reluciente número "8". La habitación estaba a oscuras. Iluminada tan solo por la luz de una computadora. Un muchacho se encontraba sentado frente a ella cuando se percató de la presencia de la extraña.

-Ya era hora de que llegaras-

-¿Cómo?- Dijo ella perpleja.

-Te esperaba hace tiempo. Ya es muy tarde, en unas horas amanecerá-

-Estaba perdida-

-¿Perdida dices? ¿Está perdido el que sabe que hacer y a donde ir? Yo no creo que estés perdida-

-¿Cómo sabes todo eso?-

-No lo sé. Pero si te puedo preguntar ¿cómo llegaste hasta aquí?-

-Cruzando una puerta-

-Ya vez, si sabes que es lo que tienes que hacer-

-Pero... -Titubeo, sabía que ese muchacho tenía razón. -Tengo miedo-

-¿Miedo a continuar? ¿Miedo a terminar con esta pesadilla? ¿Miedo acaso a saber la verdad, a saber lo que hay detrás de la puerta?-

-Sí-

-A eso nunca hay que temerle, vamos, debes de continuar- El muchacho se acercó a ella y le dio un abrazo. –Se fuerte Dani- Le besó la frente.

-¿Si debo continuar, por qué me esperabas?-

-Tenía que verte antes de terminar, por cierto gracias por venir. Ahora que ya sabes lo que tienes que hacer debes irte, ya casi es hora. Yo igual debo terminar-

No fue fácil salir, la habitación tenía un aire de comodidad y familiaridad, pero ya era tarde, no era el momento de descansar, pronto llegaría el momento, pero por ahora lo primordial era terminar lo que había iniciado. Cerró la puerta. Se encontró de nuevo en el pasillo iluminado por el encristalado. La luna ya no se podía ver, el cielo se encontraba perfectamente iluminado por miles de estrellas. A su izquierda vio 7 puertas, todas con un numerito brillante que ella ya conocía. Al fondo las escaleras llevaban al portón de madera, abierto, dejando entrar el agua de la tormenta. Ella sabía que ese no era el camino, el camino se encontraba a su derecha, a unos cuantos pasos. Al final del pasillo se encontraba la última de las puertas con el número "9".

La puerta ya estaba abierta, solamente fue cuestión de empujarla. La siguiente no era una habitación, era el inicio de una escalera de caracol. El tiempo transcurrido había deteriorado a Daniela, ahora ya una mujer adulta, que al ver la infinidad de escaleras suspiró, respiró profundo y tomando toda su fuerza interior comenzó a subir las escaleras. Subir y subir, escalón tras escalón, un eterno subir, el tiempo pasaba, los errores del pasado la habían agotado, pronto ya no pudo más, la chispa de vida se agotaba, la edad la alcanzó y pronto la rebasó. El tiempo tomó venganza, cobró los favores de la juventud, la anciana se arrastraba por los escalones. Uno tras otro, poca era la fuerza que quedaba en ella. Estaba pronta a extinguirse la llama, hasta que, la vio, era una luz, la misma luz que la había motivado.

Un choque, dos choques. Truenos, Lluvia. Otro choque. Un lamento. La luz. La resplandeciente luz que la incitaba a continuar.

De nuevo tenía fuerzas, de nuevo tenía vida, había perdido la razón del tiempo y de su existencia, de nuevo era una niña, esa pequeña que había corrido por el bosque como un rayo que cae a la tierra, era esa joven que cruzó por las puertas del tiempo, esa mujer que enfrentó a sus temores, aquella anciana que lucho contra el final. Su mano estaba aferrada a la perilla de la puerta final. Con fuerza la giro. Nada. Le dio para un lado y para el otro. Nada. Comenzó a llorar. Tanto para nada. Sollozaba.

Luz, una luz intensa. Levantó la mirada y vio un signo de infinito. Era el final, se acordó entonces de la pequeña llave, una respuesta del pasado que en su momento había carecido de sentido. Una sonrisa se dibujo entre las lágrimas. Sacó la llave y la metió en la perilla. La puerta se abrió. Reía de júbilo.

Una rica brisa acarició su rostro, limpiándole las lagrimas, su vestido, las heridas de la vida, apagando la llama del dolor, el incendio de la incertidumbre, el volcán del pánico.

-Pasa por favor- El ser blanco la estaba esperando recargado en el barandal de un balcón. -Ésta es la torre más alta de mi castillo, la morada final de tu destino, la respuesta a tus preguntas-

Daniela permaneció en silencio.

-Ven, acércate, necesito que veas algo-

Era hora de enfrentar a su miedo, su miedo a perder lo más preciado, la vida. Recorrió la habitación, una clase de observatorio circular, rodeado de ventanales y una enorme cúpula que dejaba caer un hermoso candelabro. Daniela recorrió el lugar de manera decidida, lista para enfrentar al destino, lista para lo que sea, en parte con la ingenuidad de un niño, en parte con la madurez de un adulto y la sabiduría del anciano. Ya no le temía al ser sin rostro. Se acercó. Contemplándolo frente a frente. No tenía rostro, no tenía facción alguna, simplemente era una forma humana, cabeza, brazos y piernas, cubierto por una capa blanca con capucha.

-Estoy lista-

-Lo sé-

A sus pies pudo observar el bosque y a lo lejos una carretera. La luna se había ido, su eterno vigía se había marchado, el amanecer estaba próximo.

Había dormido un par de horas en el asiento trasero de la camioneta. Algo la había despertado, un ruido molesto, unas voces conocidas, el pasar de los coches, las luces del camino.
-¿Mami, qué sucede?- Dijo con una voz del que aun está dormido.

-No pasa nada hijita, vuélvete a dormir- Contestó su padre con una voz tranquilizadora.

-¿Cómo que no pasa nada, no le quieres decir la verdad?, entonces yo se la diré- Le reclamó su madre en un tono cortado.

-Deja que se duerma, no quiero seguir discutiendo-

-¿Si no es ahora, entonces cuándo? Nunca estás, si dices que la quieres tanto por qué nunca estas con nosotros-

-Tengo mucho trabajo. Estoy muy ocupado, si no fuera por mi, otra sería la situación-

-Eso no es pretexto para que me engañes con otra-

-No vuelvas a empezar con eso, ya te dije que fue lo que pasó-

-¿Qué fue lo que pasó? ¿Quieres que me crea lo que dijiste?, di la verdad, ¿o igual le mentiras a tu hija?-

-¡Suficiente!, no tengo que rendirte cuentas-

Su padre comenzó a acelerar. El sonido de los coches que pasaban era estruendoroso.
-¿Qué pasa papi? ¿Por qué llora mami?-

Un silencio total, únicamente interrumpido por el pasar de otro coche a alta velocidad.
-No pasa nada Dani, duérmete ya- Con la mano temblorosa, encendió la estéreo metiendo un cd.

"Once upon a time, there was a tavern
Where we used to raise a glass or two."

-Pones la música como si nada pasara...- Dijo su madre elevando el tono.

"Remember how we laughed away the hours,
Think of all the great things we would do?"

Movió su mano para apagarla, pero su padre la puso antes y le subió el volumen. Una luz se vio a lo lejos. Comenzó a llover.

"Those were the days, my friend!

We thought they'd never end.

We'd sing and dance forever and a day."

-¿Me vas a ignorar como si nada?- Dijo totalmente desconcertada su madre, como si no entendiera lo que hacía su esposo.

-¿Qué quieres que haga? ¿Qué me detenga?-

"We'd live the life we'd choose.

We'd fight and never lose.

Those were the days, oh yes those were the days!"

Un segundo bastó, una luz cegadora, el coche empezó a frenar pero estos no respondieron, el suelo se encontraba empapado, un golpe, el coche giró. Una luz deslumbrante, un chirrido mortal, la lluvia, truenos y relámpagos, una noche de sombras, arboles, un grito de alerta.

-Estoy lista-

-Lo sé-

El Sol salía en el horizonte calentando la tierra a su paso. Las puntas de las montañas brillaban. La creatura y la pequeña contemplaban el horizonte. Una rica brisa con olor a pinos, con olor a vida, acarició su rostro, cerrando la puerta.

-1,2,3- Un choque, la sirena, paramédicos corriendo.

-1,2,3- Un trueno, relámpagos, un choque de luz.

-1,2,3,¿Respira?- Se escuchó como un suspiro.

"Reescribir la historia nos permite corregir
los errores del pasado, con la idea en
mente, de nunca volveros a cometer"

Por Mario Ovies Gage



sábado, 14 de agosto de 2010

Enfrentamiento con el dragón #1


Enfrentamiento con el dragón #1





Tomé la espada del suelo y corrí por mi vida. Aun no era tarde, sabía que estaba cerca. Escuchaba sus pasos a pesar de la frenética marcha de mi corazón. Me estaba asfixiando, la hendidura en la armadura ejercía presión sobre mi pecho evitando que respirara con facilidad.

El edificio era todo un laberinto, lleno de pasillos estrechos y puertas que llevaban a habitaciones sin salida. Tres pasillos y atravesar una pequeña salita me llevó a una gran recamara. Me detuve detrás de una armadura para tomar aliento, me quité el casco para así poder limpiar las gotas de sudor que cubrían mi rostro.

La bestia rugió, la armadura que segundos antes me protegía cayó echa pedazos. Levanté el escudo para detener su primer zarpazo. Di un paso atrás poniéndome en posición de ataque. El dragón era muy grande, mucho más grande de lo que me había imaginado. Era negro como la roca volcánica con unos ojos tan azules como el cielo. Rugió, un sonido chirriante que venía de lo más profundo de su ser, un grito de batalla que me permitió ver sus letales colmillos blancos. La bestia debía medir unos tres metros de altura al estirar su cuello y unos seis de largo considerando de la cabeza hasta la punta de la cola. Sus alas plegadas protegían su dorso mientras que su corazón quedaba al descubierto una vez que pasara por sus garras.

El escudo detuvo un segundo zarpazo, dándome la oportunidad de contraatacar. Blandí la espada acertando en mi blanco. Su pata delantera cayó al suelo salpicándome de sangre. Un chillido ensordecedor me hizo caer al suelo por el dolor. Alcé la mirada, ahora yo tenía la ventaja, la bestia estaba herida, era mi turno y debía acabar con ella. ¡Qué bueno que no arrojaran fuego!

La adrenalina en mi cuerpo permitió que me pudiera levantar de nuevo para enfrentarlo. Sería famoso, sólo las garras de la extremidad que le acababa de cortar valían cientos de monedas de oro. El dragón retrocedió, tuve un mal presentimiento. Levanté el escudo a tiempo para cubrirme de la bocanada de fuego. Ahora resultaba que si era de los que escupían fuego, peor aun, ¡si existían!

Mi armadura no tardó en comenzar a calentarse, quemando la piel que protegía. Mi escudo comenzaba a fundirse, si lo perdía no duraría mucho. Mi brazo comenzó a arder en llamas y eso ni todo el oro del mundo me lo devolvería.

No resistió, dejé de sentirlo y de momento cayó carbonizado por el peso del escudo. Sin que me hubiera dado cuenta el dragón se había detenido. Caí al suelo, aturdido por la perdida de mi brazo, estábamos a mano, mi pensamiento no me causo gracia, estaba perdido, condenado a ser alimento del reptil. Volteé a ver a mi verdugo, decían que estas bestias eran casi humanas, buscaría venganza antes de pensar en alimentarse.

Observé la habitación que me rodeaba en busca de algo, había varios cadáveres de aquellos que lo habían intentado antes y que al igual que yo, no habían acabado muy bien. Los restos de la armadura yacían a un lado del dragón negro que se me acercaba cojeando a paso lento. Pronto perdería el conocimiento así que debía hacer algo. Cogí la espada con lo que me quedaba de fuerza y me encaminé hacia ella.

El dragón tomó una larga bocanada y expulsó una nueva bocanada de fuego. Sentí la nueva bocanada de calor y como me rodeaba. El calor me hizo gritar los primeros segundos, pasó muy rápido, primero la armadura ardía, mi único brazo cayó achicharrado. Perdí la vista en segundos, luego dejé de oír. Caí por última vez, dejé de sentir, dejaba de existir.



"Cada día nos enfrentamos al dragón que llevamos dentro"


Mario Ovies Gage



sábado, 24 de julio de 2010

Ejercicio de Enumeración #2


Ejercicio de Enumeración #2

Verano

Sexo, alcohol, drogas, fiesta. Sexo, alcohol, drogas, fiesta. Sexo, alcohol, drogas, fiesta. Sex, alcohol, drugs, party. Mucho sexo, ahogado en alcohol, perdido en las drogas, en una noche de fiesta. Progreso, Chicxulub, una Montejo, una Sol, XXlager. Hace calor, el sol me da en la cara. Manejo rápido, muy rápido. Paso los controles de velocidad, acelero nuevamente. Paso el puente de la Marista, tomo la lateral, salgo a carretera.

Cuatro carriles, un puente, una gasolinera. Ciento diez, ciento treinta, ciento treinta, cien, una patrulla, sigo disminuyendo, la rebaso, ciento diez, ciento veinte. Me alejo. Dejo atrás la ciudad. Veo un espejismo. Muero de ansias por ver el mar. Piso a fondo el acelerador. Paso un coche, dos coches, una señal, una desviación, otro puente. ¡Ya quiero llegar! Sé que falta, pero ya quiero estar ahí. ¡Habrá fiesta! Muchas fiestas, todos los días, todas las noches, mucha cerveza, mucho alcohol, ¡por qué no drogas y mucho sexo!

Fiesta, alcohol, drogas, sexo. Sexo, alcohol, drogas, fiesta. ¿Qué importa el orden? Lo que importa es realizarlo. Paso la casa amarilla en medio de la nada. Atardece, sigue haciendo calor. El aire acondicionado está a todo lo que da. Sudor, mucho sudor. Las manos me sudan. ¡Mar! ¡Ya quiero poder ver el mar, olerlo, sentirlo! Aunque sea el malecón, con una cerveza bien fría, con un cevichito de camarón, con un dulce de coco, con un kibi. Y luego la fiesta. Bailar, tomar, fumar, ligar. Tomar y ligar, bailar y fumar. Bailar fumando mientras tomo y ligo. Ligar pidiendo un cigarro, ofreciendo una copa o invitando a bailar. Doce, trece minutos. ¡Ya quiero llegar! Tomar y así poder olvidar. Dejar mi día atrás, muy atrás, en la ciudad. Ligar y fajar, lo siguiente no va rimar, así que no lo voy a arruinar. ¡Ya estoy cerca! Pemex, el puente. ¡Qué peste! Agua salada, kayaks. Una gaviota. Saboreo mi ceviche con una modelo bien fría. ¡Aquí voy!

El Sol, una palmera. Arena en los dedos de mis pies. Un camarón, un totopo, un sorbo y va pa dentro. ¡Ah! ¡Esto es vida! Las gaviotas se van. El sol se oculta en el horizonte. Una brisa fresca acaricia mi rostro. El black berry suena. Mensaje. Que si no voy. Debo irme, dejar el paraíso a un lado para marchar a otro. Agoniza el día, nace la noche. Fiesta. Alcohol. Drogas. Sexo. ¡Mujeres! El verano se tiene que aprovechar. El verano es corto, el año es largo. Los días se van, los meses llegan. Uno regresa al trabajo, el calor se va, el frio llega.

Conduzco, mis amigos bromean. Veo por el retrovisor, la carretera, arbustos, arena. Casas, la noche, la Luna. Pequeñas nubes azules y grises que contrastan con el morado obscuro del inicio del anochecer. Llegamos, pagamos, entramos. No hay mucha gente, aun es temprano. Muchos siguen en la ciudad, inicia la temporada. Otros vienen de camino. Está fresco, la brisa acaricia el lugar permitiéndonos sentir las bondades de la noche. Ignorando estos detalles yo siento calor. Tengo una gran sed de alcohol.

Saco un cigarro, me ofrecen un encendedor, fumamos, charlamos. Les cuento del ceviche, de la modelo bien fría, del sol, ellos platican de lo mismo, la playa es el tema de conversación, la playa y lo relacionado a ella; mujeres, sexo y alcohol. Llegan las amigas, llegan las botellas, los vasos, los hielos. Llega la fiesta. Fumamos, servimos, tomamos, platicamos. Yo bailo, el baila, ella baila. Nosotros tomamos, ellos toman. Algunos fuman, algunas toman. Un shot, un brindis, un fondo. Un vaso, dos vasos, tres vasos, muchos vasos, vasos que vienen y que van. El amigo se acerca se aleja, la amiga viene y se va. Nueva botella. Nueva bebida. Nuevo brindis. Cinco, seis, siete vasos, cubo de hielos, dos, tres botellas. Todas de marcas baratas. ¡Eso no puede ser!

-¡Hay que pedir de las buenas!-

-¿Tú pagas wey?-

-Hoy yo pago- Un brindis, risas, gritos, alegría. Otro brindis, más risas, más gritos, más alegría. Mi cartera está llena, da igual, ya se llenará de nuevo.

Volteo, ahora hay más gente. El lugar está casi lleno. Vacio mi vaso, me lo rellenan una y otra vez. Los hielos suponen que mi vaso esté frío, pero yo no lo siento, tengo sed, necesito más. Recuerdo el corito, lo entono. Sexo, alcohol, drogas, fiesta. Alcohol, drogas, fiesta, sexo. Drogas, fiesta, sexo, alcohol. Fiesta, sexo, drogas, alcohol. Sexo y alcohol, ¿qué más se puede pedir? Hay otro brindis, levanto el vaso, celebro. Al otro lado, alguien me observa. Una tipa de ojos obscuros, como la noche, como las sombras. Me acerco, mi cuerpo es ligero. Choco con alguien, se disculpa, me disculpo, nos disculpamos, vuelvo a chocar, me pegan, les pego, un codazo, un puntapié, ¿llegaré? Continúo, ahí sigue, me observa con interés.

-¿Quieres bailar?-

-Claro-

La escaneo, me escanea, nos escaneamos, mi análisis es profundo. Su piel morena se pierde con la noche. El vestido rojo contrasta con su cabello negro que baila en una caída vertiginosa de espirales. Sus pestañas me cautivan, sus labios me envenenan. Soy presa fácil ante el ritual de sus ojos que me exploran con igual precaución, en busca de un peligro mortal, de una advertencia. Ignoramos todo, la música nos permite liberar nuestras pasiones, los deseos frustrados. Libero al ser que habita en mi interior. Me dejo llevar por el instinto. Ella no se queja. Lo disfruta. Nuestras pieles se rozan, se conocen, se presentan mientras nuestros cuerpos se entrelazan. Olvido lo que hay a mi alrededor, lo hago a un lado. Somos uno, destilo una mezcla entre alcohol y humo de tabaco, mi corazón palpita al ritmo de la música y mis pulmones expulsan humo como locomotoras. Nadie nos observa, cada quien anda en lo suyo, únicamente nuestros ojos se contemplan. Me acerco y me entrego. Mis labios pervierten a los suyos y viceversa. Rotamos en un mismo eje, como serpientes con sus presas. Nos separamos, respiramos. Sus ojos, su cabello, su piel. La bella nariz que rompe con la delicadeza del rostro, su cuello, los puntos prohibidos, los misterios, los secretos.

Hay mucho ruido para conocernos, hay otras opciones. Hay botellas en mi coche. Dejo unos cuantos billetes al sobrio de la mesa, todos vuelven a brindar, soy el héroe, me halagan, me ofrecen altares, estatuas, toda clase de ofrendas. Un beso, un jalón, alguien me espera. Salgo guiado por su mano, nos besamos afuera, más pasión, total libertad. Nos acabamos de conocer.

La proposición fue simple, el coche es pequeño, la playa no. La luna nos delata, mientras que la arena nos resguarda en su lecho. Tomamos, bebimos, nos besamos, nos abrazamos. No puedo dejar de verla, ahora ya la conozco, nuestras pieles desnudas son coloreadas por el reflejo de un sol durmiente. Ahora soy su prisionero, su amante. Tomo su mano y la levanto, nos tambaleamos, me pongo serio, le ofrezco la calidez del mar, su frescura, su vida. Tomo con fuerza su mano y ahora soy yo quien la guía. El mar, la arena, la Luna. Nos miramos, un beso, dos besos. Caricias. Sus labios son una delicia. Me acabo la botella, la tiro. Entramos al mar, caminamos por la suave arena. Nos miramos. Ella se ríe, nos reímos.

Es la belleza en persona. La tomo entre mis brazos y me dejo caer. Su peso me lleva hasta el fondo. Me golpeo con el lecho marino. La suelto. Veo como se aleja, como regresa a la superficie sin mí, veo desaparecer su silueta. Escucho un grito ahogado por el océano, distante, ajeno a mí. Expulso una bocanada de aire. Las burbujas se alejan, muchas de ellas se marchan sin decirme adiós, parecen asustadas. Siento un fluido caliente. Intento sujetar unos brazos que entran y salen, que se acercan y se alejan de mí. Su silueta vuelve a aparecer ante mis ojos. La sujeto con fuerza, la atraigo, la abrazo. El esfuerzo me hace tragar, el agua es fría, la sal me quema. Despierto del letargo mortal, no puedo salir, no tengo fuerzas para intentarlo, el aturdimiento me atrapa, no me permite moverme. La muchacha forcejea contra mis brazos que la mantienen cautiva. Yo me quedaré ahí, ella no tiene porque acompañarme. La suelto, se aleja, su silueta desaparece. Yo me voy, el sueño eterno me rodea. Ahora todo es cálido, creo ver el sol, el volante, el velocímetro, la silueta está de nuevo junto a mí, se acerca, me besa, un beso mortal, un beso de unión, la silueta me comparte su último aliento, ahora es ella la que me sujeta, la abrazo. El sueño me aplasta, ya no siento más. Me voy tras devolverle el beso mortal.

Fiesta, drogas, alcohol, sexo, noche de Luna, de lujuria, de placeres. Noche junto al mar, sobre la arena, a un lado del mar, dejando atrás la cordura dándole paso a la locura. Alcohol sobre la arena. Un coche que viaja a ciento treinta, una patrulla tras de él. Una pareja festejando bajo el agua, que se besa tras expulsar su último aliento. Una Luna testigo, una playa cómplice. Botellas con traje de verdugos. Una pareja disfrazada de victima, vestida de culpa. Una noche de fiesta bañada en alcohol, perfumada con drogas, decorada con sexo. Luna que delata a la feliz pareja que se ahoga debajo del mar.

“El placer de verte sólo se puede pagar con la muerte”