sábado, 14 de agosto de 2010

Enfrentamiento con el dragón #1


Enfrentamiento con el dragón #1





Tomé la espada del suelo y corrí por mi vida. Aun no era tarde, sabía que estaba cerca. Escuchaba sus pasos a pesar de la frenética marcha de mi corazón. Me estaba asfixiando, la hendidura en la armadura ejercía presión sobre mi pecho evitando que respirara con facilidad.

El edificio era todo un laberinto, lleno de pasillos estrechos y puertas que llevaban a habitaciones sin salida. Tres pasillos y atravesar una pequeña salita me llevó a una gran recamara. Me detuve detrás de una armadura para tomar aliento, me quité el casco para así poder limpiar las gotas de sudor que cubrían mi rostro.

La bestia rugió, la armadura que segundos antes me protegía cayó echa pedazos. Levanté el escudo para detener su primer zarpazo. Di un paso atrás poniéndome en posición de ataque. El dragón era muy grande, mucho más grande de lo que me había imaginado. Era negro como la roca volcánica con unos ojos tan azules como el cielo. Rugió, un sonido chirriante que venía de lo más profundo de su ser, un grito de batalla que me permitió ver sus letales colmillos blancos. La bestia debía medir unos tres metros de altura al estirar su cuello y unos seis de largo considerando de la cabeza hasta la punta de la cola. Sus alas plegadas protegían su dorso mientras que su corazón quedaba al descubierto una vez que pasara por sus garras.

El escudo detuvo un segundo zarpazo, dándome la oportunidad de contraatacar. Blandí la espada acertando en mi blanco. Su pata delantera cayó al suelo salpicándome de sangre. Un chillido ensordecedor me hizo caer al suelo por el dolor. Alcé la mirada, ahora yo tenía la ventaja, la bestia estaba herida, era mi turno y debía acabar con ella. ¡Qué bueno que no arrojaran fuego!

La adrenalina en mi cuerpo permitió que me pudiera levantar de nuevo para enfrentarlo. Sería famoso, sólo las garras de la extremidad que le acababa de cortar valían cientos de monedas de oro. El dragón retrocedió, tuve un mal presentimiento. Levanté el escudo a tiempo para cubrirme de la bocanada de fuego. Ahora resultaba que si era de los que escupían fuego, peor aun, ¡si existían!

Mi armadura no tardó en comenzar a calentarse, quemando la piel que protegía. Mi escudo comenzaba a fundirse, si lo perdía no duraría mucho. Mi brazo comenzó a arder en llamas y eso ni todo el oro del mundo me lo devolvería.

No resistió, dejé de sentirlo y de momento cayó carbonizado por el peso del escudo. Sin que me hubiera dado cuenta el dragón se había detenido. Caí al suelo, aturdido por la perdida de mi brazo, estábamos a mano, mi pensamiento no me causo gracia, estaba perdido, condenado a ser alimento del reptil. Volteé a ver a mi verdugo, decían que estas bestias eran casi humanas, buscaría venganza antes de pensar en alimentarse.

Observé la habitación que me rodeaba en busca de algo, había varios cadáveres de aquellos que lo habían intentado antes y que al igual que yo, no habían acabado muy bien. Los restos de la armadura yacían a un lado del dragón negro que se me acercaba cojeando a paso lento. Pronto perdería el conocimiento así que debía hacer algo. Cogí la espada con lo que me quedaba de fuerza y me encaminé hacia ella.

El dragón tomó una larga bocanada y expulsó una nueva bocanada de fuego. Sentí la nueva bocanada de calor y como me rodeaba. El calor me hizo gritar los primeros segundos, pasó muy rápido, primero la armadura ardía, mi único brazo cayó achicharrado. Perdí la vista en segundos, luego dejé de oír. Caí por última vez, dejé de sentir, dejaba de existir.



"Cada día nos enfrentamos al dragón que llevamos dentro"


Mario Ovies Gage