miércoles, 14 de abril de 2010

"Marina"


"Marina"

Las tropas cerraron la puerta al entrar. Les quedaba poco tiempo. Se volteaban a ver, el nerviosismo reinaba en sus miradas, en sus rostros. La habitación estaba pobremente iluminada por una antorcha en una de las paredes, los soldados lucían acabados por la ardua batalla. Sabían que aquel momento era posiblemente el último que pasarían en paz antes de visitar los umbrales de la muerte.

El sol estaba por salir cuando un golpe despertó a David Friedrich que se había quedado dormido mientras dos de sus compañeros resguardaban la puerta. Un nuevo golpe hizo salir de su transe a todos y tomar sus armas. Una vez listos, fortalecidos por la noche que acababan de pasar, lucharían con la luz del amanecer, se abrirían camino hasta los barcos y zarparían a casa.

David Friedrich, teniente, líder del escuadrón, desenvainó su espada y pidió que se hicieran a un lado los que cuidaban la puerta. Había llegado el momento, con un nuevo golpe la puerta se abrió trayendo consigo a los soldados enemigos.

El escuadrón salió con espadas en alto. Cayeron varios, la batalla se encarnizó, se abrían lentamente camino hacia los muelles. Eran muy pocos para defenderse de tal ejército, pero la fe en volver a ver a sus familias los mantenía con vida, uno de ellos valía por mil del enemigo.

Friedrich alzó la mirada tras derrocar a un oponente y vio en los muelles como los barcos en los que escaparían zarpaban. Una sensación de vacio lo cubrió, volteo a ver a sus camaradas que seguían enfrascados en la batalla, sin saber, que todo había acabado para ellos. David Friedrich blandió su espada por ultima vez, el cielo se obscureció de momento, todos los combatientes bajaron de momento las armas, una lluvia de silbidos y gritos estalló, tanto los hombres de Friedrich como sus enemigos comenzaron a caer, de momento perdió el control de sus piernas, cayendo también él al suelo. Sintió un dolor agudo en la espalda, sentía varios piquetes, la vista se le comenzaba a nublar, vio a sus hijas, vio a su hijo, se despedía.

Uno de los soldados de la ciudad caminaba entre los cadáveres, cuando se topó con un hombre de rodillas que aun vivía. Lucía muy mal, seguía vivo a pesar de las cuatro flechas que le habían penetrado la armadura. Era un teniente, su cabeza valdría varias monedas de oro, el soldado blandió su espada y la vida de David Friedrich terminó.

Marina despertó empapada en sudor. Se había quedado dormida recostada en la pared. Se levantó asustada de haberse quedado dormida, no podía creerlo, era un día muy importante. Se arregló de prisa y salió de prisa en busca de su hermana.

Ya era tarde cuando Claudette terminó con sus labores. Se arregló el cabello y salió de la casa. Su hermano estaba en el jardín, terminando de arreglar la cerca. Ambos se sonrieron nerviosamente, hoy debía llegar el barco de su padre.

Días antes les había llegado la noticia que la misión había llegado a su fin, y que su padre volvería en uno de estos días. Estaban preocupados, ya que sabían que la labor de su padre no era nada sencilla, se había alistado al ejercito con la muerte de su madre y había ascendido rápidamente hasta que le asignaron una tarea especial. Era un buen hombre, simple, y por eso sabían que el que entrara en el ejército había sido un grave error.

A partir de la llegada de la noticia su hermano Caspar se había propuesto arreglar la casa, cada día después de trabajar se dedicaba a alguna parte en especial de la casa; por otro lado, su hermana menor Marina, llevaba varias noches en vela por pesadillas de que algo terrible le sucedía a su padre.

Su hermano guardó silencio todo el camino del pueblo a la costa, habían dejado a su hermana que por fin se había quedado dormida en casa y marcharon con prisa al encuentro con su padre. Al llegar el sol ya estaba próximo a ocultarse, era un atardecer rojizo, con nubes púrpuras decorando el horizonte.

Marina corrió por la vieja calzada que llevaba a la costa. De camino se encontró con varias familias del pueblo que caminaban en la misma dirección. Todos iban en silencio, muchos sabían que no recibirían a sus familiares, niños quedarían huérfanos, esposas quedarían viudas. Pero aun brillaba en los ojos de aquellas personas la esperanza de ver con vida a sus seres queridos.

Con un poco de trabajo Caspar ayudó a subir a Claudette a una enorme roca a orillas del mar. No faltaba mucho para que el sol se comenzara a ocultar. Una vez que su hermana logró sentarse Caspar hizo lo mismo. Tenia ganas de aproximarse y platicar con ella, pero un negro presentimiento no le permitía pronunciar palabra alguna y el no deseaba transmitirle esos sentimientos.

Un grito hizo que ambos voltearan. Su hermana acababa de llegar corriendo del pueblo. Caspar la ayudó a subir. Los tres estaban reunidos al fin, en espera de la llegada de su padre.

El sol terminaba su recorrido regalando rayos dorados al firmamento, las nubes coloreaban el horizonte de purpura. A lo lejos se comenzaron a vislumbrar unos objetos, que conforme se acercaban iban tomando forma de los botes que semanas antes habían marchado de esa costa. Marina comenzó a lagrimar, su hermana se recostó a en ella. Caspar no lo pudo evitar, se aproximó a ellas y les susurró:

-Todo va a estar bien-


"La muerte es como el sol, llega cada día y se va dejándonos en sombras"


*Cuadro de Caspar David Friedrich. Nombre en español “Marina”. Nombre en inglés “The moon rising over the sea”.


martes, 6 de abril de 2010

“El reino de las ideas”


“El reino de las ideas”



-Entre ideas- Dijo el hombre en voz alta tras leer la inscripción.

-El uso del agua para representar los pensamientos es bueno- Expresó su acompañante.

-Me gusta la idea, pero no sé- Se quedó pensando un momento. - Eso de escupir ideas como que no-

El cuadro que se encontraban observando ocupaba toda la pared. Pintado en una escala de azules obscuros, un pequeño bote resaltaba en el centro de un inmenso océano, en el bote un joven escupía a chorro sus ideas. Una tormenta lo rodeaba, las olas asolaban al bote, mientras que la única luminosidad en aquella tempestad era el chorro que brotaba de la boca del joven.

-A mi me suena interesante, me gustaría saber lo que se siente escupir los pensamientos-

-Eres muy mala compañía, te gusta probar cada una de las ideas, puedes quedarte e intentarlo, yo seguiré- Dio dos pasos en dirección contraria, luego volteó. El acompañante suspiró.

-Tengo muchas ganas, sabes que soy demasiado curioso. Dame chance de entrar en éste, no seas malo- El hombre se le quedó observando, ambos sabían que ya todo estaba decidido. El acompañante le lanzó una mirada llena de disculpas, se dio la vuelta y de un salto atravesó el cuadro. Éste se tambaleo como si un objeto acabara de entrar en una superficie líquida. Después de unos segundos todo regresó a la normalidad. El hombre se encontraba solo en la habitación.

-¡Ahí va de nuevo!- Reclamó al cielo. Encontrarse solo le hizo pensar y salir pronto de su enojo, no podía desaprovechar esta ocasión. No perdería ni un minuto de su tiempo, corrió en busca de un cuadro más interesante, su acompañante no era el único curioso ahí, en eso se parecían, ambos eran curiosos, tenían espíritu aventurero, sin embargo la idea de escupir pensamientos no le parecía atractiva, por el contrario, le sonaba extraña, los pensamientos y las ideas se plasman a través de las manos, en una hoja de papel, en un lienzo, o en una roca. El buscaba algo mejor. Recorrió varias estancias llenas de cuadros, de grandes espacios repletos de objetos extraños. Armaduras, bestias disecadas, vasijas. Infinidad de recuerdos del pasado, y ante todo muchos cuadros.

El buscaba algo distinto. En todo el día habían recorrido gran parte del lugar, encontrando cosas exóticas, pero el buscaba algo más, el quería algo mejor, antinatural, con acción, con suspenso, que el sólo pensarlo erizara la piel. No tardó mucho en encontrarlo. Llegó a una habitación muy clara, llena de vitrales en las alturas y numerosos ventanales en las paredes de la habitación. Miró en todas direcciones en busca del cuadro, encontrándolo a su derecha, colgado entre dos vitrales. Era más pequeño que el anterior, era un retrato de cuerpo completo, muy largo, pero de ancho apenas llegaba al metro.

-Soñador soñado- Leyó en la inscripción. Un hombre con alas de ángel se encontraba de espaldas al espectador, contemplando infinitas veces su reflejo en los espejos que tenía frente a él. El hombre se puso a meditar la idea de tener alas, el trabajo era bueno, el efecto del reflejo estaba bien logrado, y la idea de ocultar el rostro era magnifica. Le gustó.

-Me gusta este cuadro, los colores claros de la habitación combinan con lo blanco de sus alas- Dijo el recién llegado. El hombre volteó tras haber sido sacado de su contemplación. Su acompañante se encontraba a un lado, empapado, aun chorreaba y despedía un ligero olor a mar.

-¿Qué tal el baño?- Preguntó de mala gana el hombre tras haber sido interrumpido.

-No te molestes, llevabas un buen rato sin moverte. Y ni que decir, tenías razón, si uno no está acostumbrado, eso de estar escupiendo a chorros cada vez que piensas en algo no es buena idea-

-¿Qué te parece éste?- Dijo ignorando, lo que su acompañante le estaba confesando.

-Me gusta, el efecto del reflejo y los contrastes, pero por nada del mundo quisiera saber que se siente que te salgan alas, ¿podemos continuar?- Preguntó tras escurrir de nuevo su camisa.

El hombre se rió para sus adentros, su acompañante había aprendido la lección.

-Podemos seguir- Le respondió esta vez con una sonrisa en el rostro. Caminaron juntos, en silencio, a través de varias habitaciones, que al igual que las anteriores se encontraban repletas de objetos, a diferencia de las estancias en las que se encontraban los cuadros importantes. El hombre pensaba para sus adentros, mientras que su compañero se seguía exprimiendo las vestiduras.

-La primera idea que escupí, fue tan desagradable, sentí como mi mente se vaciaba, y luego, sentí el terrible sabor a sal que destrozaba mi garganta-

-Ahorita que regresemos te tomas algo dulce, o mucha agua para que se te pase-

-¿Cuánto nos falta?-

-Unos cuadros más y ya- Ahora era el acompañante el que lucía molesto. Al ver su rostro el hombre le reclamó:

-Tu eras el que quería entrar, ¿o no?-

-Sí-

-Entonces, ¿de qué te quejas?-

-Me arde mucho la garganta-

-Pues te aguantas- Ambos guardaron silencio pues acababan de entrar a una nueva habitación distinta a las anteriores. Era pequeña, más bien parecía un pasillo, se encontraba a obscuras y con un cuadro al fondo de las mismas proporciones que el del Soñador soñado.

-Este cuarto únicamente tiene una salida-

-Lo sé-

-¿Vamos a entrar?- Preguntó en tono alarmado el acompañante.

-Sí, y no tienes de que preocuparte, es la salida-

Al escuchar la última palabra una sonrisa gigantesca se dibujo en su rostro, desapareciendo todo rastro de preocupación. Se echo a correr en dirección al cuadro, sin esperar lo que el hombre le tenía que decir.

-¡Cuidado!- Grito el hombre.-Tal vez si haya algo de que preocuparse- La alerta llegó demasiado tarde, el acompañante saltó al cuadro.

-Necesitaré un nuevo acompañante para la próxima- El hombre caminó en dirección al cuadro, recargó una de sus manos en el marco y asomó la cabeza. El cuadro llevaba a un vació total, en el cual, muy por debajo del marco caía el acompañante hacia la eternidad.

-Un final lamentable, peor que el del anterior- Sacó la cabeza del cuadro, levantó las manos y aplaudió. Pequeños puntos aparecieron en el cuadro pintados por un pincel invisible, formando estrellas resplandecientes en el obscuro universo. El hombre quedó complacido con su obra. Ahora ya no era un cuadro vació, sino una ventana al firmamento nocturno.

Lista la pintura volvió a entrar en ella dando un paso al frente, entraba perfectamente. Al meter su pie, una de las estrellas se le acercó, interponiéndose en el camino de su pie con el vació. Dio un segundo paso y otra estrella se acercó postrándose a sus pies. Así sucesivamente las estrellas cercanas se fueron acercando formando un camino hacia el infinito. El hombre caminó y luego corrió en la dirección que lo llevaban las estrellas. Pronto quedó lejos del marco por el que entró, quedando suspendido en medio de ningún lugar. Había cientos de miles de estrellas, universos, galaxias, constelaciones. Todo formaba una bella pintura alrededor del hombre que brincaba de estrella en estrella. No muy lejos de él, después de un tiempo de estar recorriendo galaxias enteras, apareció un pequeño marco. Al llegar frente a éste saltó sin titubeos.

Al cruzar se encontró en una bodega a obscuras. La habitación se encontraba llena de cosas, formas sin sentido transformadas en imágenes terroríficas por la escasa luz que se colaba por una pequeña franja en la pared. Caminó entre las sombras, sin preocuparse por lo que sus ojos le mostraban, el conocía el camino, se lo sabía de memoria. Llegó hasta una puerta, al abrirla salió a un valle verde, colmado de luz, de algunos arboles y pequeños arbustos. Caminó dejando la atrás la pequeña casita en la que se había encontrado, el camino cambio rápidamente, la planicie se fue empinando, en la distancia todo lucía igual, pero el camino se tornaba vertical. Se fue agachando conforme el terreno cambiaba, su peso lo obligó a aferrarse a pequeñas piedras que sobresalían del camino. Parecía intransitable, lo que antes había sido horizontal ahora estaba vertical, el hombre se agarraba de arbustos y rocas, metía las manos y pies en grietas y agujeros. El no se detuvo ante el inconveniente de estar escalando una pared, no volteaba a ver la imponente altura a la que se encontraba, el seguía tranquilamente escalando. A lo lejos, apareció un pequeño cuadro, con la imagen de una habitación, hacia el se dirigía, escalo con algo de trabajo la distancia faltante, mantuvo la mirada fija en el cuadro hasta llegar a él.

Una vez de frente al cuadro, agarro con fuerza un arbusto y se soltó, la fuerza de gravedad lo jaló, levantó la mano y alcanzó agarrar el marco. Con algo de trabajo colocó ambas manos y subió. Salió en una habitación acogedora, bien iluminada y fresca. Había gran cantidad de cuadros, una cama, un lienzo en su pedestal, un refri, una mesita, una tele, dos ventanas, una chimenea, la puerta de entrada y la del baño. Se encontraba en casa. Recogio algunos de los cuadros cercanos y los acomodó en su cama. Entre ellos se encontraban los que acababa de visitar. Un hombre con alas, un joven escupiendo sus ideas y un acompañante cayendo por la eternidad en forma de estrella fugaz.

-Tengo una idea- Exclamó en voz alta. Cogió un banquito, se sentó frente a un lienzo enmarcado sobre un pedestal y cerró los ojos. Comenzó a pensar.

En el lienzo comenzaron a plasmarse sus ideas. Manchones y rayas danzaban en el lienzo al son de los pensamientos del artista. Un rayón rojo, una pincelada amarilla, un brochazo azul, un remolino de colores combatía en busca de una idea. La imagen tomaba forma, los colores se fusionaban en una mezcla definitiva, inapelable. El combate dio como resultado a una tormenta, en ella, un hombre volaba aferrado a su paraguas, mientras que en la tierra, una camioneta luchaba contra el embate de la tempestad. En el fondo, un relámpago iluminaba a la obscuridad.

-Es buena la idea-

-Tú debes ser mi nuevo acompañante- El hombre lo observó de pies a cabeza, era idéntico al anterior. –Espera aquí, tengo una tarea para ti- El hombre se levantó, se dirigió a la habitación conjunta, tomó algunas cosas y regresó con su nuevo acompañante. –Toma, póntelo y te vas- El acompañante se puso el impermeable y tomó con el paraguas que le ofrecía el hombre. –Apenas entres en el cuadro abre el paraguas, llegaras a un pueblo, ¡no te distraigas!, llega a la casa de huéspedes, pide una habitación y espera ahí- El acompañante asintió, llevaba pocos minutos de haber conocido a aquel hombre, pero era para el una necesidad seguir sus ordenes. Metió la mano en el cuadro y la sacó mojada. -¡Qué esperas! Entra- El acompañante tomó impulso y se lanzó

El hombre se sentó satisfecho en su cama, todo estaba saliendo como lo había planeado. Su acompañante encontraría a la persona que buscaba, se la traería y todo estaría listo. Sólo faltaba una cosa, se fue a una de las esquinas de la habitación llena de cuadros. Escudriñó en busca de alguno en especial. Había uno de un castillo, uno de un río, uno de una pequeña casa en un valle y en otro un sujeto tocaba a la puerta. El buscaba uno en especial. Dos hombres enfrentando a su destino, uno era el principal de la historia, y el otro, un simple personaje de relleno, ambos, querían romper las reglas, querían quebrantar el orden establecido para cambiar su destino. Aquellos hombres se apuntaban el uno al otro con armas. Este cuadro era el último de su colección, El reino de las ideas. El hombre estaba contento, era una gran obra que estaba por concluir.

-Toc-toc-

Alguien tocó a la puerta. El hombre sonrió tras ver un cuadro que se encontraba frente a el. El hombre volador acababa de llegar a una casa en las alturas, mientras que su acompañante se secaba las vestiduras frente a la chimenea en una casa de huéspedes después de haber volado con un paraguas en medio de una tormenta. Las piezas estaban en su lugar. El reino de las ideas estaba terminado.

“El hombre que enfrenta a su destino tiene

como arma la vida que ha perdido”

Mario Ovies Gage