sábado, 2 de junio de 2012

Juego de niños: las canicas.

Juego de niños: las canicas.



-Fue como un juego de niños- Dijo el sujeto antes de colgar su teléfono. No solía hacer ésta clase de cosas, pero la situación lo ameritaba.

Era mediodía, la estación estaba fuertemente iluminada por el sol de verano. Los trenes iban y venían, al igual que las personas que viajaban en ellos. Cogió su portafolios y se dispuso a marchar. Su rostro estaba marcado por las malas noches, la barba crecida, la ropa sucia y con el olor de llevarla varios días puesta, además de cerveza derramada en algún bar y todo el humo del cigarro de varias cajetillas. Ya se iba, cuando se fijó que una pequeña niña lo observaba.

De ojos verdes, muy verdes, con un vestido de colores. De blusa verde a juego con sus ojos, con una faldita café sujeta por tirantes con unos zapatos cafés y unos calcetines verdes. Parecía una muñeca de porcelana. De alguna parte se le hizo conocida al sujeto, pero no tenía tiempo de averiguarlo.
-Señor, ¿me devuelve mis canicas?- No le contestó de momento.

Minutos antes


-Lo siento- No vio a quien se las quitaba, únicamente sabía que era lo que necesitaba. ¿Qué mejor para un accidente que eso? Era una pequeña bolsita con la cantidad de canicas necesarias para lo que se disponía, los padres de la niña compraban los boletos mientras la pequeña jugaba con ellas, una vez que las guardó solamente tenía que arrebatárselas.

No corrió a pesar de los gritos de la niña, tenía todo calculado, no tenía porque apurarse. Bajó las escaleras de la zona de casetas de pago para dirigirse a la zona de trenes, sabía exactamente donde se bajaría, sólo era cuestión de asustarlo, si lo mataba, el pago sería mayor. Soltó unas cuantas canicas y se dio la vuelta. Subió las escaleras y cruzó uno de los puentes que llevaba al otro lado. Una vez arriba esperó.

Joseph Tallaham era de los que no obedecía a sus guardaespaldas, siempre caminaba por delante, así que ellos se veían obligados a hacer su trabajo de manera original. Ese día el tren llegó a la hora acordada en las pantallas y se detuvo en el lugar que lo tenía que hacerlo.

El cuarto vagón era en exclusiva de la empresa de Tallaham, así que el primero en salir fue Joseph. Fue su pie derecho el que lo llevó a resbalarse, sus piernas cayeron fuera del vagón y su cabeza se impactó con los escalones. Hubo un grito, y pronto se encontró rodeado.

Ya no quiso ver más, su trabajo estaba hecho. Tomó el teléfono y llamó a sus jefes.
-Ya está-
Estaban satisfechos, preguntaron si vivía.
-No estoy seguro-
Eso no les importaba, aun así le pagarían, si moría, sería mayor la paga.
-Fue como un juego de niños-
Ya no esperó más, cogió sus cosas y se fue. En ese momento fue cuando la vió.
-Señor, ¿me devuelve mis canicas?- No le contestó de momento.
Atrás de ella, lo que no había visto, era a dos guardias junto a los padres de la pequeña, quien alzó las manos señalándolo.
-Fue él, ahí tiene la bolsa-
No dijo nada, únicamente dejó caer la bolsa de las canicas.

Oficina de policía


-¿Quién diría que con unas canicas bastaría?- Preguntó al aire uno de los oficiales que había detenido al asesino.
-¿Sabías que llevaba cientos de atentados en su contra y ninguno lo había rasguñado?- Le contestó su compañero.
-Tenemos a un genio frente a nosotros. Comentó la secretaria que trabajaba con su rudimentaria máquina de escribir. A ver si ahora nos mejoran el presupuesto y me compran una de esas computadoras modernas-

Todos se quedaron contemplando al asesino, lo admiraban y al mismo tiempo le temían. No les costó mucho trabajo, cuando intentó correr se tropezó con el equipaje de una señora. Él no murió, pero así les fue más fácil capturarlo. Lo tenían amarrado a una silla en lo que llegaban los de federales.
-Sigo pensando que esto fue como un juego de niños, ¿no lo creen?-