miércoles, 18 de febrero de 2009

"RUTA NOCTURNA"

“Ruta nocturna”




Está ocasión era distinta a las pasadas, el cielo nocturno era la primera diferencia, no solía tomar el camión por las noches, mientras que la segunda diferencia era que la ruta fuese distinta. En lugar de la común ruta que tomaba para mi casa esta me llevaría al centro de la ciudad. Algunas veces la había tomado, pero nunca de noche, y nunca, para llegar tan lejos. Le hice la parada al camión en el lado contrario de la calle de donde siempre me bajaba para ir caminando a casa. Subí las escaleras y le pagué al camionero. El camión se encontraba casi vacio, una mujer cubierta por una chamarra gris se encontraba al frente y una pareja se encontraba en el lugar que solía ocupar. Opté por sentarme cerca de la puerta de salida para no tener problemas al momento de bajar. Como era ya de mi costumbre, me recargué contra la ventana.

La noche transforma el panorama, el desértico paisaje del día toma vida al meterse el sol. Las luces de coches y edificios le dan energía y calor a las calles, los señalamientos y el negro pavimento resaltan ante las luces de los coches. El estruendoso rugido del camión y el tamborileo evitan que el ambiente somnoliento del camión duerma a sus pasajeros. Yo me mantengo silencioso, observando por la ventana una ciudad que despierta.

Las constantes paradas pueden convertir el trayecto en una molestia, gente que sube gente que baja, la cantidad de pasajeros era constante. El sentarse hasta atrás permite al espectador fijarse en cada uno de los detalles de los pasajeros que van y vienen. Entraba y salía gente como es lo común, ninguna con algún rasgo que atrajera mi atención. El camión no llevaba ni la mitad de su ocupación cuando se detuvo en una parada concurrida. Casi todos se dirigían al centro, pero no muchos esperaban esta misma ruta. Unos cuantos ascendieron. Un grupo de empresarios fueron los primeros en subir, seguidos por algunos estudiantes y por último dos mujeres. Al estar observando a los recién llegados detuve mi mirada en la última que entró. Alta y de delgada figura, vestía pantalón de mezclilla ajustado y blusa roja, pelo castaño, largo y lacio, ojos obscuros, de rostro delicado y nariz distinguida. Por respeto volví a mirar por la ventana, no sería de buena educación que un extraño se le quedase mirando, yo no soy así. Ahora estaba enamorado, me encontraba observando por la ventana pero mi mente seguía en sus ojos, en su rostro, en sus ojos y en lacio cabello. Estaba enamorado de la imagen de una extraña que pagaba su boleto, el lugar a mi lado se encontraba desocupado, pero no corría con tanta suerte pues los dos lugares detrás de mi igual estaban vacios. No pude evitar volverla a ver. Analicé su rostro en lo que buscaba lugar, volvía a voltear de inmediato hacia la ventana. Mi enamorada y su acompañante se sentaron en los lugares vacios detrás de mí, ahí fue cuando la escuche por primera vez.

Fue como música para mis oídos. Descubrí que venía de fuera, que cumplía con su servicio social y que era médica. Me enamoraba cada minuto más de ella. Decidí no imaginar nada, si no escuchar, recordar su imagen y aprender todo lo posible acerca de ella. El trayecto era largo para mí, pero no sabía cuanto duraría para ella. Decidí disfrutarlo al máximo, seguir la tendencia zen de aprovechar cada momento. Sufría al no poderla ver, pero su simple voz bastaba para curarme. Era un canto que a mi oído le era grato, el trayecto se acortaba, el final se aproximaba.

Llegué a aprender en tan poco tiempo tantas cosas sobre ella, había cortado tiempo atrás con su novio, teníamos la misma edad, los mismos gustos, e inclusive éramos del mismo lugar de origen. Eran tantas las casualidades que cada minuto su voz me drogaba más y más, pronto dependería de ella, en mi mente giraba su rostro, un rostro que se me estaba prohibido ver. Pero aun así, siguiendo la tradición del amor imposible, yo miraba en mi mente su rostro, me hacía sentirme feliz, me hacía sentirme completo.

El trayecto estaba por concluir, los jardines fueron desapareciendo y los edificios comenzaron a aparecer uno tras otro. Nos encontrábamos en el centro de la ciudad. Casas de estilo colonial, ventanas de madera con enormes barrotes que las protegían, hoteles de lujo, tiendas de curiosidades, edificios cada vez más señoriales. Las calles se llenaron pronto de taxis, de turistas de ropas de colores floreadas, de ojos azules y cabellos güeros. Un espectáculo digno de ver, un centro histórico lleno de edificios imponentes que conservaban el espirito de la milenaria ciudad. El trayecto llegó a su fin, nos encontrábamos en la estación camionera, era momento de bajar. La puerta se abrió, todos se pusieron de pie y salieron uno por uno por la escalinata. Ahí la vi, por segunda y última vez. Vi sus ojos, su delicado rostro y su distinguida nariz. Me volteó a ver, no pude resistirme en el momento en que me sonrió, quedé desarmado, apenas y pude bajar las escaleras. Igualmente ella se sonrojo. Se formó una chispa entre los dos, ella igual me había visto al subir al camión y de igual manera ambos volteamos a ver en distintas direcciones. Ahora no, en este momento nuestras miradas se encontraron, expresando todo lo que se debía expresar, todo lo que sentíamos el uno por el otro.

Todo fue tan rápido, nuestro amor secreto, nuestro amor confeso se desvaneció cuando su compañera le jalo la mano y se la llevó en dirección contraria a la que yo tomé.

martes, 17 de febrero de 2009

"El límite del amor"


“El límite del amor”


Un frío desgarrante azolaba la ciudad. Las ventiscas congelaban las calles, los techos de casas y coches se encontraban cubiertos de una fina capa blanca. Las familias se encontraban resguardadas en la comodidad del hogar, calentándose ante las chimeneas. Un invierno tardío, noche de luna llena, la ciudad era un fantasma, los faroles de las calles se habían apagado por el fuerte viento. Contra todo esto, un ser caminaba por las oscuras calles, dejando sus pisadas en la nieve. Vestida con harapos y zapatos desgastados, una mujer caminaba por las muertas calles siendo ella la única forma de vida en la distancia. De una mirada perdida y una belleza extinta, una mujer de pellejos y huesos, se aferraba a lo poco que le quedaba, resistiendo el frio y el embate del viento, se tambaleaba por la poca fuerza existente en ella, pero luchaba, se mantenía en pie con un fuego que calentaba su interior.

En sus manos, la mujer sostenía algo, pegándolo con fuerza contra su pecho para que la naturaleza no se lo llevara. Era un pequeño bebé, pronto cumpliría las dos semanas. Estaba sano, a diferencia de su madre que pronto moriría. La vida de la mujer se veía reflejada en su pequeño de cachetes gorditos, rosas, unos risos deslumbrantes y una sonrisa angelical. Era el amor por la creatura lo que la mantenía viva, caminar por esas calles, sobrevivir al frio, y conseguir suficiente comida para el pequeño había sido su tarea en los últimos días, olvidándose de su propia existencia. El pequeño era lo ultimo que le quedaba, una plaga había matado a gran parte de la población, incluyendo a su esposo, el banco se había quedado con su casa ante la imposibilidad de pagarles. Ahora ella estaba sola, sola con ese pequeño ser, ella no quería más, era lo único que necesitaba, ver su sonrisa, ver esos ojos brillantes, sentir su calor, observar su pequeño cuerpo, vivir atreves de su mirada.

El recorrido había sido largo, cruzar la ciudad, sobrevivir a las miradas discriminantes de la gente, sobrevivir a las agobiantes noches. Todo para encontrarle una vida mejor a su hijo, desprenderse de su última atadura, salvar a ese ser que tanto amaba. Esa idea la consumía, dejar a su pequeño en manos extrañas, sin saber si sería aceptado, sin saber si seria tan amado como ella lo amaba. Esa simple idea la partía en corazón, ella quería compartirle tantas cosas, quería contarle sobre su padre, sobre la primavera, las flores, el mar, sobre la vida. Tantas cosas de las que se perdería si no pasaba el invierno. La decisión le dolía, ella quería algo mejor para su hijo, algo mejor que una muerte en el frío.

Acababa de llegar a donde las calles tenían empedrado, las casas lucían mejor aspecto, altos pinos decoraban las avenidas. No era una zona rica, ni tampoco pobre. Era de la clase de gente de donde provenían, una clase media trabajadora, orgullosa de sus logros, carismática y humilde. Era lo mejor para el pequeño, esta gente lo querría, la mujer se había fijado en su elección, le costaba desprenderse del pequeño, pero era lo correcto. Abrió una rejilla de madera, entró a la propiedad. Se encontró frente a una casa de madera, de grandes ventanas, pintada de blanco se perdía con la nieve. Se plantó frente a la puerta, se quito los mejores harapos que tenía, lo que en su tiempo fue un suéter y una chamarra, envolvió al pequeño. La mujer comenzó a temblar, en una parte por el incasable frío y en otra por la tristeza que inundaba su cuerpo. Ese pequeño era el sueño de su querido esposo y ella, un pequeño varón, sano, con los ojos del padre y el rostro de la madre. Todo lo que unos padres desean, le habían entregado todo su amor. Habían luchado por darle todo, y habían perecido en el intento. La mujer dejo caer unas lágrimas, que al caer penetraron la capa de nieve. De su cuello tomó lo único que le quedaba de valor, un pequeño relicario de oro, con una bella cadena que puso alrededor del pequeño. La mujer asentó cómodamente al pequeño para que este no despertara. Su corazón había cruzado todo límite conocido, tomó toda fuerza existente en ella, se levantó y tocó la puerta con fuerza. Se escucharon ladridos y voces. La mujer retrocedió con rapidez y salió de la propiedad. Volteó por última vez, vio a su pequeño. La puerta se abrió. La mujer desapareció en la noche.

Una pareja salió junto con su perro, este salió corriendo para olisquear el extraño objeto. La pareja se aproximó y se detuvieron ante los llantos del pequeño. La mujer gritó.
-¡Un bebé!- Se agachó y lo tomó entre sus brazos.
-Dios nos lo a enviado- Exclamó su esposo. Obervo en todas direcciones en busca de quien lo hubiese dejado. No encontro a nadie, voletó a ver a su esposa y le dijo-Entremos y abriguémoslo bien-
La pareja lloraba de alegría, dieron la vuelta y se dirigieron de vuelta al calor del hogar. Una persona observaba el suceso al otro lado de la calle, en silencio las lágrimas recorrían su rostro. Ahora el pequeño bebé se encontraba en brazos de un nuevo padre y una nueva madre que lo amaban, se encontraba entre cobijas calientitas, a la luz de la chimenea. En su cuello colgaba un pequeño relicario que al abrirse mostraba la imagen del amor pasado, un señor de ojos brillantes y una mujer de rostro angelical protegiendo entre sus brazos a un pequeño.


La ciudad murió de nuevo, las huellas que la mujer dejaba en la nieve desaparecieron al llegar una nueva ventisca. Una luna ajena observaba la noche desde lo más alto del cielo. Las calles y casas se encontraban cubiertas por una capa blanca, una ciudad dormía azulada por un frío desgarrante.

sábado, 14 de febrero de 2009

"San Valentin"

Feliz San Valentín

En esta segunda entrega posteo dos singulares fragmentos, un poco menos obscuros que los anteriores, más de lo que es el día a día en el amor, sus altibajos. Sigo sin escribir uno totalmente romántico, cursi, pero estos me han gustado. Espero sean de su agrado.



“Recuerdo de amor”

Recuerdo el día en que la vi, ahí sentada en una banca del parque. Sus cabellos de oro caían a los lados de un rostro de ángel. Quedé cautivado por su mirada, atrapado por su belleza, me convertí en presa fácil de sus encantos. Era amor a primera vista. Avancé a paso lento por los jardines. Mi determinación era enorme. Tanta belleza en un solo ser, era un imposible realizado. Ella sonrió, dejando ver una sonrisa perfecta, que me llamaba a su encuentro, me llamaba a devolveré la sonrisa. No dudé, le devolví la sonrisa. Ya estaba cerca, su aroma era perceptible, la chispa de mi corazón prendía el ambiente, su perfume entró a mi sistema, enloquecí por ella. Quise llamarla, pero alguien lo hizo antes, se levantó y fue al encuentro del amado, lo abrazó y se unieron en un beso eterno. Mientras, a su lado estaba yo, de nuevo solo, contemplando lo que pudo ser, recordando su belleza, sus cabellos y esa sonrisa perfecta.




“Se vale soñar”

-Muero por besar a ese muchacho-
-Sigue soñando- Me contestó Laura como si lo que dijera fuera un insulto.
-Sí claro, me encanta soñar-
Dejé a Laura ahí sentada y me aproximé al muchacho. Cumpliría mi sueño.
-Hola- Lo saludé como si nada. El muchacho me volteó a ver sin saber que decir. – Se supone que me debes saludar- Continué sin dejarlo hablar.
-Ah, sí, perdón. Hola, ¿cómo estás Ana?-
-Muy bien, muy bien- De nuevo se formó un silencio entre los dos.
-¿A que se debe que me hagas plática?- Preguntó aun confundido.
-Pues, te quería decir algo- Las palabras se me atoraron, no lo podía decir.
-¿Qué cosa?-
-Me gustas- No lo pensé dos veces, sólo lo dije. No era común que una muchacha se lo dijera, creería que era alguna clase de broma.
Se quedó callado. Una sonrisa se dibujo en su rostro, ¿se empezaría a reír? no había pensado en las posibles consecuencias a mi loco acto de desesperación.
Él muchacho por fin abrió la boca.
-Tu igual me gustas-No lo podía creer, cuando mi mundo se desmoronaba, estalló para volverse a formar de nuevo. Se aproximó, me tomó entre sus brazos con total delicadeza, se reclinó y me entregó sus labios.
Fui suya hasta que...
-Ana, Ana,- Laura seguía a mi lado.-ya deja de soñar-
-Lo estaba besando, ¿por qué me interrumpes?-
-Deja de andar de soñadora-
-Yo siempre he dicho que se vale soñar, tu no sueñas porque estas amargada-
-Gracias, pero para que soñar si sabes que el tipo es gay-
-Lo sé, pero eso no le quita lo guapo-
Segunda imagen: "Como todo se nos va" - melissa campa

jueves, 12 de febrero de 2009

"Rumbo a San Valentin"

Conjunto de cuentos alusivos al 14 de febrero..
Rumbo a San Valentín:


La primera entrega de cuentos en alusión al día del amor y la amistad, es una serie de pensamientos pesimistas, los que todos alguna vez hemos tenido. El canto al amor imposible, el canto a nuestra inspiración, el llanto eterno hacia nuestras pasiones y penas. Esta es una recopilación que me gusta, meros pensamientos con los que libero al alma. Espero les gusten y recuerden con ellos que en el amor, hay sus partes buenas y sus partes malas, pero juntas forman un compuesto por el que todos vivimos. El llamado amor que sentimos por el ser amado, el cariño que sentimos por los amigos y nuestra familia. Les deseo a todos un feliz día del amor y la amistad, y decirles que el catorce publicaré la segunda parte.


"Pensamiento"


Yo la abracé, y ella se alejó. Yo quería que fuera mía, pero no lo era, era un imposible, le pertenecía a el. Suyos eran sus labios, suyos eran sus besos, esos labios con los que tanto sueño, besos que añoro, labios y besos que tanto deseo. Pero de ella es mío solo el aprecio, sus abrazos y pesares, más no su calor y vida, lo que yo tanto sueño, lo que yo tanto añoro, que de el es su tesoro.

Esperar y esperar, no sé a dónde me van a llevar, uno sueña, uno espera, tanto, que olvida lo que es la vida, lo que es vivir, lo que es en realidad vivir, no lo vive, solo lo idea más no lo lleva, no lo plasma, no lo expresa. El no vivir no nos permite soñar, alenta al tiempo hasta detenerlo, la espera mata hasta el más profundo de nuestros sueños, entorpece al alma, confunde al espíritu, los conduce hasta su perdición.

Entonces, de que sirve sentir si no se puede vivir, de que sirve soñar para no llegar, de que sirve llorar si no hay un hombro que te de soporte. Una vez más al estar cerca de ella yo me alejo confundido, desesperado, ya no se sabe, una larga espera amarga al vino igual que al alma. La espera da vida, de ella la esperanza, de ella el sueño, de ella la gloria inalcanzable, la eterna lucha que da héroes, la perseverancia que da mártires, pero, pocos de ellos alcanzan la gloria en vida, pocos de ellos alcanzan su sueño sin despertar. Mi sueño lo es todo o es nada, no lo sé, no lo sé aun, esperé sus labios, ahora ya no se si los espero, quería abrasarla y me alejé, quería besarla y la olvidé, ahora me abraza y soy yo el que la deja, el que deja su sueño, el que deja su vida, en busca de algo nuevo.




"A mi inspiración secreta"


Hoy, gracias a ti
de la necedad pase a la poesía
de la poesía al arte
del arte a lo escrito
de lo escrito a un cuento
del cuento a un personaje
un personaje con cierto destino
un destino incierto
destino necio
que hoy me inspiras.




"Herida mortal"


No creí que llegara a ser tan profunda. No creí en que llegara a ser tanto el dolor. Pero ahí esta, se alimenta de mí, vive de mí. Unas cuantas palabras fueron las ultimas que me quedaron de ti, una simple despedida se transformó en un hasta luego que se transformó inesperadamente en un adiós, un hasta nunca.
Nunca me lo dijiste, pero aun así lo hiciste, te fuiste. Ahora me encuentro herido y no se si un día podré por fin curarme. Mi alma se desangra, la herida sigue creciendo ya que han sido muchos los golpes del destino, cada uno peor que el anterior. Todos los sobreviví, aprendí a vivir con ellos, pero el ultimo, cuando por fin veía la luz en el túnel de mi salvación, tu me apuñalaste directo al corazón.
Ahora me has dejado con una herida que me mata, una herida que me atormenta día y noche, he intentado vivir con ella una vez más, pero es demasiado. Me has dejado solo, me has abandonado a mi suerte, me has dejado enfrentarme al destino, con una herida mortal.




















miércoles, 11 de febrero de 2009

"El vendedor"



“El vendedor”



-Le prometo señora, que no hay nada mejor a mi producto en el mundo- Le decía un excéntrico sujeto a la señora de la casa.
Renancio Libertul era un hombre muy alto para la época, utilizaba ropa y zapatos especiales, vestía de saco y de pantalones de vestir, zapatos buenos y un sombrero caro. Sin embargo no tenía buen gusto, o lo que la gente denomina elegancia. Su saco era de cuadros rojos, azules y verdes con bordes amarillos, y sus pantalones de vestir eran de un verde tan claro que molestaba a la vista. Usaba zapatos morados y un sombrero color rosa mexicano. Era un completo excéntrico, raro, fuera de lo normal pero nada de eso le quitaba el ser un excelente vendedor.
Era un día más del año, Renancio Libertul se había despertado temprano, había escogido su extraña combinación, se había peinado y rasurado, lavado la cara, desayunado y por ultimo despedido de la familia. Su esposa, sus tres hijas, sus dos hijos, su mamá, sus suegros, su cuñado, y de final antes de salir a trabajar acariciado al perro.
El día era soleado, era lunes, principio de semana, día de negocios y de grandes ventas. La gente se recuperaba del fin de semana. Los esposos salían a trabajar y las esposas se quedaban a cuidar del hogar. Era un pueblo tranquilo, de cuarenta casas, un parque, un consultorio médico y un pequeño mercado. La semana comenzaba igual que siempre, así que Renancio Libertul tenía que salir a trabajar. El primer lugar a donde decidió ir fue la casa del alcalde. Eran una familia rica, tal vez la familia más rica del pueblo. El alcalde, Don Rodolfo Paredes, era el dueño de todo el ganado del pueblo, mucha gente trabajaba para él, y su esposa era una gran arquitecta. Era lunes, día de grandes ventas, ir a su casa era una buena opción para empezar la semana así que tocó a su puerta esperando poder vender su producto.
-Buenos días señora Paredes-Dijo el excéntrico Libertul lleno de optimismo.
-Buenos días Renancio, ¿que haces por aquí?-Contesto Eunice Paredes, la esposa del alcalde. Cuarentona culta, pelo castaño, ojos obscuros, algo cachetona, de buen gusto en el vestir a comparación del buen Renancio. Su saludo sonó de lo más cortes ante la visita del conocido, pero su mirada mostraba la repugnancia que le causaban los extraños gustos en el vestir de este.
-Pasaba por aquí cuando tuve una corazonada, miré al cielo y pensé: Debo tocar a la puerta de la señora paredes y ofrecerle mi nuevo producto-
-¿Nuevo?, ¿Cual?, ¿Que nuevo producto?-
El hábil vendedor había llamado la atención del pez gordo del estanque. Ahora solo faltaba sacar la red y atraparlo.
-Sí señora, lo más nuevo traído desde los mismísimos confines de la Tierra-
-¡Oh!- Expresó la mujer sorprendida ante las palabras de Renancio.-Pasa Renancio pasa. Quiero ver ese nuevo producto del que hablas-
-Para mí será un gusto señora Paredes-
Los dos entraron en la casa. Era amplia, bien iluminada por los grandes ventanales, de un estilo clásico que nunca pasa de moda. Más bien parecía una casa de campo, la decoración de suelos y paredes era de madera, una chimenea, cabezas y pieles de animales, armas y cuadros pintados en acuarela colgaban de las paredes. Los muebles, todos del mismo estilo, estaban llenos de toda clase de artefactos de usos desconocidos, artefactos que el mismo Renancio le había vendido a la mujer desde el día en que se conocieron hasta el día de hoy que le traía su ultima adquisición como todo lunes.
-Bonita casa-
-Eso mismo digo yo, por eso te aprecio tanto Renancio, tenemos los mismos gustos- Renancio intentó hablar pero la mujer continuó.-Mi esposo se queja todo el tiempo, dice que un día llegara y quemará todas estas maravillosas cosas que me has vendido. Si tan solo supiera lo que hacen, no se atrevería a decir tales barbaridades-
-Con todo respeto señora Paredes, su esposo es un inculto-
-Hay no te preocupes Renancio, lo sé, tienes toda la razón, pero lo entiendo, a él le falta eso que tu y yo tenemos. Esa comprensión- La mujer se detuvo, pensó en lo que acababa de decir, pensaban igual en casi todo. Observo de reojo en como vestía su invitado. Suspiró al ver tanto colorido.
Renancio tomó asiento en un sofá, levantó las piernas y como si estuviera en su casa las recargo en la mesita de centro.
-¿Quiere algo Renancio?, ¿le ofrezco té?-
-Claro, si no es mucha molestia-
-No para nada, como puedes decir eso. En esta casa eres como de la familia- La señora Paredes salió a paso veloz en dirección a la cocina. Se escucharon los ruidos típicos de una cocina, platos, el chorro de agua, un cubierto que se cae. Se comenzó en pocos minutos a percibir el olor del té. La mujer iba de un lado a otro de la cocina.
Renancio seguía en la sala, observaba la decoración de la habitación hasta detenerse en la mesita que tenía frente a él. En el centro había un reloj, el cual hubiera sido normal de no ser porque no tenía manecillas.
-Ya veo que sigue usando el calmometro que le vendí- Dijo el vendedor en tono orgulloso por su antigua hazaña.
-He tenido excelentes resultados Renancio, es sorprendente. Mi esposo anda siempre diciendo que es un fraude, que podría hacer lo mismo sin él. Pero lo que pasa es que no lo comprende, no sabe de lo que se pierde. Poder hacerlo sin él, ¡qué locura!-
-No muchos lo comprenden señora, pero cuando lo vi supe que estaba hecho para usted-
-Y te lo agradezco muchísimo, no sabes cuanto me a ayudado. Cada vez que estoy molesta, me siento frente a él, y como usted me dijo, respiro profundamente y cuento hasta diez. Lo hago repetidas veces y en cuestión de minutos el calmometro hace su trabajo. ¡Es magnifico!-
-Lo sé señora, por eso se lo traje-
-Hay Renancio, siempre te estaré agradecida- La mujer seguía caminando de un lado al otro de la cocina. -Todavía me queda del polvo especial que me diste para el té, ¿quieres que le ponga?-
-No señora, muchas gracias- En su tono se notó algo de preocupación. –Mi paladar no puede degustar ese nivel de sabor-
-¿Cómo es posible si usted me lo vendió?- La mujer acababa de acertar justo en el blanco, pero Renancio Libertul era un vendedor hábil, él sabia como ganar su propio juego.
-Señora paredes- Contesto el vendedor. –un degustador promedio como yo solo percibe un porcentaje pequeño de un gran sabor, usted es una degustadora excepcional, eso lo supe desde el principio, como con todos mis demás productos al acudir ante usted-
-Es un gran don el tuyo Renancio- La mujer regresó de la cocina con un juego de tazas de té y unas galletitas en una extraña bandeja de plata.
-Veo que sigue usando la bandeja que le di-
-Igual que todo lo que me vendes, es excelente. Nunca se me a caído nada, se la mostré a mis amigas y quedaron maravilladas, excepto mi vecina, la señora Rosmerta-
-Oh. La señora Rosmerta- Renancio recordaba muy bien a la vecina de la familia Paredes, Rosmerta, viuda desde hacía tres años, era una mujer de ciencia, totalmente contraria a las ideas de Renancio. Era una mujer altamente preparada y muy conocedora. Esta mujer era la causa de los dolores de cabeza de Renancio, ponía en duda el funcionamiento de todos los productos de Renancio causándole pérdida de clientes. Pero al igual que en todo, él tenía una solución. –Esa señora cree que con su ciencia lo puede explicar o solucionar todo, le diré un secreto si me promete no decirle a nadie-
La señora Paredes se mantuvo callada en el sillón en que se encontraba.
-¿Me lo puede usted prometer señora Paredes?-
La mujer asintió con la cabeza, la idea de un chisme le era irresistible.
-A la señora Rosmerta yo le e ido a vender gran cantidad de mis productos y no a sabido utilizar correctamente ninguno de estos- La señora Paredes soltó la carcajada callando de inmediato al llevarse las manos a la boca. Renancio continuó. –Le lleve esta misma bandeja, no la supo usar, se le cayó junto con unos vasos nuevos. Desde entonces no me deja poner pie en su casa asegurando que mis productos son un fraude- Tomó la taza de té y dio unos pequeños sorbos.
Ambos guardaron silencio mientras tomaban el té. Ante tal silencio la señora Paredes retomó la palabra.
-Me gustaría saber, claro si no es ninguna molestia. ¿Cuál es el nuevo producto que me iba a mostrar? Muero de ganas por saber que es- La mujer transpiraba impaciencia.
-¡Ah! El nuevo producto, me hubiera dicho antes, ya se me había olvidado. Aquí mismo lo tengo- Tomó su morral, un pequeño morralito de dudoso material que para completar sus extraños gustos tenia todo los colores del arco iris. Lo abrió y de él saco un baúl, más grande y pesado de lo que posiblemente pudiera guardar su exótico morral. La señora Paredes no se impactó por la idea de cómo había entrado aquel baúl en tan pequeño morral, ella sabia de lo que era capaz aquel extraño pero a la vez conocido vendedor.
Renancio Libertul colocó el baúl en la mesa de centro. El baúl aparentaba ser de una madera muy fina, la base estaba decorada por pequeños triángulos de diferentes tonalidades claras y obscuras que aparentaban ser unos colmillos. En la cara del baúl, se encontraba esculpido un pequeño dragón. Era una magnifica obra de carpintería. A los lados en para poder cargarlo tenía unos delgados tubos de plata en forma de cuernos. La señora Paredes quedo boquiabierta ante la perfección de detalles con las que contaba el objeto. El pequeño dragón aparentaba tener vida mientras que los aros de plata reflejaban todos los colores presentes en la luz solar. Renancio interrumpió a la atontada mujer.
-¿Qué le parece?, ¿una belleza no?-
-Es,- la mujer no tenía palabras que la describieran. –Es, precioso-
-Magnífico, espléndido, sorprendente, serían las palabras que yo usaría. Hace muchos años, un emperador de lejanas tierras buscó por años este precioso tesoro. Agotó su vida y recursos, mando a gente a su muerte, guiándose solo de leyendas, de mitos, de cuentos de viajeros, hizo todo lo que tuvo entre sus manos para encontrarlo. Pero nadie pudo, un día ante tal hecho, el emperador puso a sus hijos a cargo, monto a su caballo y salió a paso veloz para recorrer el mundo en busca del tesoro. Pasaron los años, en su ausencia los hijos tomaron todo el poder sin tardar en entrar en disputa entre ellos mismos. Se derramo mucha sangre en ese tiempo, el imperio no pudo sostenerse y llegó a su fin, las vecinas tribus enemigas aprovecharon la oportunidad para conquistar al decadente imperio. Mientras tanto, en las montañas de los confines de la tierra el viejo emperador encontró un monasterio, en el cual halló el añorado tesoro.
Admiro su tesoro por días, meses, y hasta tal vez años, no comía ni bebía, se alimentaba de él, vivía por él. Un día el emperador decidió que era suficiente, que tenía que mostrarle su hallazgo al mundo. Al llegar, lo encontró todo destruido, observó solo las ruinas de lo que había sido su magnifico imperio. El anciano lloró al encontrar a sus hijos muertos por sus mismas armas, no supo que hacer. Tras enterrar a sus hijos y despedirse de su tierra, optó por devolver el tesoro a su lugar. Pero ya era demasiado tarde, el anciano no pudo llegar a su destino, enfermó de camino y al buscar donde alojarse me encontró a mi, en una posada cercana a los confines de la Tierra. Nos volvimos amigos de inmediato, yo le conté como había llegado a ese lugar, al igual que el me contó como había acabado ahí. Antes de morir me regalo el baúl, me dijo que nunca lo abrió, pero que ya no sentía curiosidad por saber que había dentro de él. Acepté su regalo, y lo acompañé hasta la muerte. Yo seguí con mi vida, seguí con mi camino, por eso hoy estoy aquí. Le prometo señora, que no hay nada mejor a mi producto en el mundo-
La mujer seguía sin palabras, maravillada por la historia del excéntrico vendedor.
Renancio Libertul salió sin remordimiento alguno. Había sido una gran venta, una venta digna de un lunes. Tomó el camino por el que había venido para volver a casa. Comenzaba a atardecer cuando entro. Lo recibió el perro al que saludo con una caricia, se encontró a su cuñado y a sus suegros viendo la televisión, en la esquina saludo a su madre que tejía un nuevo abrigo, saludo a sus dos hijos y a sus tres hijas, por ultimo se encontró con su esposa a la cual atrapo entre sus brazos y besó.
-¿Qué tal te fue hoy cariño?- Pregunto la mujer a su marido.
-Muy bien, volví a vender el cofre-
La mujer comenzó a reír.
-¿Qué historia contaste esta vez?, ¿la del hechicero o la del emperador?-
-Sabes que prefiero la del emperador. La hubieras visto no dudo ni un segundo-
-Pobre mujer-
-Sí, era muy buena clienta- Renancio Libertul tomó asiento, cogió un plato y lo llenó de cereal.
-Buen provecho cariño- La mujer salió de la cocina.
-Gracias, buenas noches-

domingo, 1 de febrero de 2009

"Pánico escénico"

" Pánico escénico "

El auditorio estaba repleto.
-Compañeros y compañeras, padres de familia, maestros, público en general- Así daba inicio a su discurso el maestro de ceremonias. Era el evento de clausura, a unas cuantas horas de nuestra cena de fin de curso. Yo estaba ahí, a un ladito del pódium, sentado, esperando mi turno para pasar. Este año me había tocado a mí dar esas palabras de aliento, recordar lo que había sido nuestro paso por este año, recordar lo bueno y lo malo, alentar a mis compañeros a seguir adelante, a mirar hacia el futuro en base a nuestro pasado.

Todos vestían de gala, terminaba un ciclo más en nuestras vidas. Amigos, amigas, compañeros, maestros y nuestros padres se encontraban ahí, acompañándonos en nuestro momento, estando a nuestro lado en el momento de gloria. Todos gozaban, reían, platicaban, y yo, estaba ahí, sentado, esperando mi turno, esperando el momento en que me tocara pasar, y por eso, me temblaban las manos, por eso sudaba, por eso yo no reía ni gozaba del momento. Yo estaba ahí de lo más nervioso, de un momento a otro colapsaría, mientras todos disfrutaban yo me preocupaba.

Llevaba mi saco, lucía bien. Estaba bien peinado, el gel brillaba en mi cabello. Mi compañera a un lado, llevaba un vestido de gala, escotado, de un negro profundo. Igual lucía bien, por muchas razones mejor que yo. Ella no estaba pálida, y claro, no sudaba.
-¿Estas bien?- Me preguntó algo consternada por mi apariencia.
-Sí, no te preocupes, solo ando un poco mareado- Le dije para calmarla, pero no callo en mi engaño.
-No te preocupes, solo será un momentito-
-Gracias- Me salió de corazón, pero aun así, muchos lo habían intentado antes de ella, mis padres, mis amigos, uno que otro maestro con el que me topé, y todos, habían fallado, yo era un espejo en esos momentos, todo lo que me dijeran, se les reflejaba.

El maestro de ceremonias termino de hablar, era mi turno, se escuchó mi nombre atreves del micrófono. Era el momento.
-Todo saldrá bien- No le preste atención a sus palabras, me puse de pie, camine despacio hacia la escalinata. Volteé a ver a los encargados del audio, a los miembros del staff, a los maestros organizadores, vi a mi compañera que me alentaba a subir. Me tragué mis nervios, me maree de momento.
El pódium estaba lejos y cerca a la vez. Los pies me fallaban, tragué saliva y subí los escalones. Todo pasó de momento, caminaba, metí mal el pie. Me encontré de cara con el suelo, risas murmullos, sonidos que llamaban al orden y al silencio. Una fuerza interna me obligo a levantarme, movido por la inercia me acomodé el saco y la corbata, caminé rápidamente para colocarme ante el pódium.

-Uhum, uhum- Aclaré mi garganta, ya no podía desplazar mas lo inevitable, debía comenzar. –Compañeros y compañeras- Mi voz salía bien, no me atoraba,-Amigos y- Me callé, mi burbuja de perfección estallo, algo no estaba bien. En el público comenzaba de nuevo el murmullo, un muchacho del staff se me aproximó.
-Está fallando el sonido- Mi mundo se colapsó por segunda vez, apenas y me mantenía en pie, sonreí para mis adentros, ¿acaso algo más podría salir mal? Uno nunca se debe formular esa pregunta, ni siquiera pensarla. La experiencia habla, lo del sonido no se solucionaba y la gente comenzaba a irritarse, tenían hambre, hacía calor, nadie los podía culpar. El equipo de staff hacia todo lo posible, mientras que yo, me encontraba de pie frente al pódium, con una sonrisa nerviosa en el rostro, intentando llevar a mi mente a un lugar mejor, a un lugar feliz, lejos de esa pena a estar ante a una multitud sin hacer nada, sin poder hacer nada. El ruido iba en aumento, los llamados al silencio habían parado. Todo signo de optimismo en mi ser había desaparecido, esa tarde sería eterna, y quedaría fijada en mi mente para que la recordara por la eternidad.

La noche anterior no había podido dormir, era común que a mi me pasara eso, un intento fallido en una oratoria, un mal inicio en un debate. No soy de los que pelean al frente del campo de batalla, soy más cauteloso, más bien un estratega. Pero estoy aquí, nervioso, tal vez ansioso, esperando un milagro y que esto acabe, todo para qué, todo por intentar vencer mi miedo, todo por demostrarme que podía vencer al llamado pánico escénico. Y lo estaba haciendo muy bien, caerme, sudar y tener la apariencia de un muerto, además de encontrarme solo, ante el pódium sin sonido para proseguir. No fue mucho tiempo, aunque para mí y el público nos pareciera una eternidad.
-Uno, dos, tres, probando, sí- El audio había regresado, todos suspiraron llenos de júbilo, el castigo divino había terminado para unos, pero para mí, para ese ser, entre vivo y muerto, vestido de gala, ante el pódium, el castigo debía proseguir y claro que prosiguió.
-Comp,- Mi lengua se atoró, no salían las palabras, como en una pesadilla, no salía sonido alguno de mi boca. Respiré hondo. Yo era más que esto, yo podía con mi miedo, no él conmigo. La voz regresó, pude continuar con mi discurso, la gente guardo silencio, una brisa refrescó mi cuerpo.

El mareo se fue, me encontraba ante esos escalones, el maestro de ceremonias bajaba las escaleras.
-Suerte- Me deseó eufórico.
-Lo hiciste muy bien- Le conteste con una sonrisa. El color regresó a mi rostro, la audiencia me esperaba, limpie el sudor de mi frente. Conté los pasos hasta al pódium. Mi voz circulaba por mi garganta, el audio era perfecto, el público escuchaba atentamente. Se escucharon los aplausos al decir las palabras finales. Dejé el micrófono en su lugar, me había inspirado en el acto, las palabras salieron directamente de mi alma, del corazón. Me separé del pódium y bajé las escaleras entre aplausos, mi compañera estaba ahí, con una mirada llena de brillo.
-Suerte- Le dije con una sensación de gloria-
-Gracias, lo hiciste muy bien-