viernes, 12 de noviembre de 2010

"Danza Nocturna"

"Danza Nocturna"


El único farol encendido le mostraba al mundo una calle repleta de silencios. Una ciudad sin vida, aplastada por su soberbia, por su egoísmo. El único farol lucha contra un mundo que no lo comprende, iluminando la obscuridad, una flama en medio de una tormenta de agonías. Los relámpagos le hacen compañía, están con ella ante la opresora obscuridad. El silencio rodea a ese único farol, intentando acallar al repiqueteo de su llama, llama solitaria ante la adversidad de un mundo intolerante.

El tiempo se agota, la lucha es inútil. La sociedad emite su veredicto final. La noche, el viento, la lluvia, todos luchan contra ella, la juzgan culpable de un delito inexistente. La obscuridad rodea a la disminuida flama. El farol protege a su inquilino, pero su fuerza es finita, su combustible se agota. La vida de la llama agoniza, acaricia a la muerte, se acerca a paso forzado a su fin.

Una calle repleta de silencios alberga a un inquilino incómodo, lo detesta, no lo puede tolerar. Lo reprime, lo acosa, intenta apagar su flama, congela su espíritu, destruye su realidad. El frío de la noche llega, hace acto de presencia tomando entre sus manos al farol, lo reclama como suyo. La flama languidece, la lucha la ha agotado, el frío la duerme, el único farol encendido deja de serlo, se une al resto. El silencio impera, el repiqueteo de la pequeña flama ha sido silenciado, la noche recupera el espacio perdido, la obscuridad reina.

Un sujeto camina, se detiene para observar al farol. Aun está caliente, la lucha persiste aunque la batalla está perdida. El hombre sonríe y tose. Asesina al silencio con su alarido. Calma al frío con su calor. Le declara la guerra a la noche, enciende una mecha, la acerca al farol. Este revive, la flama en su interior vuelve a brillar, la noche aúlla. El hombre vierte ahora más combustible, otorgándole más vitalidad a la llama, la obscuridad retrocede. Reinicia la batalla, aun hay esperanza.

El hombre se retira penetrando la obscuridad de la noche de camino al siguiente farol, asesinando al silencio con sus pasos, con el repiqueteo de las llamas, iluminando la obscuridad. La luz retorna, convirtiendo a la obscuridad en sombras. El sujeto trae nueva vida destronando a la noche. Las sombras reclaman lo perdido, la noche en su plenitud sufre las perdidas, el frío retrocede ante la calidez de las llamas. La luna se convierte en un complemento de una calle iluminada, las estrellas danzan distantes, ajenas a aquella realidad. Las flamas siguen el compás, se mueven en sus faroles, le cantan a la noche, a la luna, a las estrellas, a las sombras, a la obscuridad. Es un ritual, un duelo a muerte, una batalla por la vida. Cantan en una calle iluminada, en una ciudad de luces y sombras, bajo una luna llena rodeada de estrellas. Las risas expulsan al silencio, su canto calienta a la noche fría. La noche obscura se ilumina, danzan los contrastes, la luna sigue su camino, la noche vive.



“Estrellas que danzan al compás de la noche”
Mario Ovies Gage

jueves, 11 de noviembre de 2010

"Descripción"



Descripción









El aroma me detuvo. La caricia de un ángel delineó mi rostro. Me atrapó en sus garras, me sedujo, me cautivó. Fui presa fácil de tal encanto. Era el depredador perfecto, no pude zafarme de tal fuerza de atracción. La miré. El aroma pasa a segundo plano, era lo de menos. Trate de entender lo que mis ojos luchaban por ver. De mirada perdida, de pelo castaño, figura perfecta, musa de musas, divina entre las demás.

¡Oh mortal qué me atreví a mirarle! ¿Quién era yo? Me dejé llevar, perdí mi humanidad, no era digno de observar a tal creación. Yo era inferior, si es que existía tal punto de comparación. Yo una bacteria, ella el Sol. Caminó, se alejó. Mis ojos la acosaban, la escaneaban, delineaban meticulosamente aquel cuerpo intentando entender tal belleza. Las palabras se vuelven un suplicio, una carga, un estorbo al intentar describir lo indescriptible, luchar con la pluma a contracorriente. Intento escribir algo para lo que no existen palabras.

Voltea. Sus ojos de profundidad infinita me contemplan. Me desarma. Su angelical rostro sonríe. Retoma su camino. Se va.



“Hay momentos en que nos enamoramos de nuestras palabras.
No las dejamos ir, las volvemos nuestras, somos egoístas,
pues estamos enamorados”

Mario Ovies Gage