jueves, 18 de marzo de 2010

Ejercicio de enumeración #1

Ejercicio de enumeración #1

Día, Sol, cielo, tierra. Una nube, dos nubes. Se despeja, se vuelve a nublar. Un ave pasa y su sombra se ve en la tierra. Uno, dos, tres, cuatro arboles, cinco más, seis más, una arboleda, un bosque, un océano de pinos y arboles, troncos caídos, arbustos, helechos, hongos, musgo. Un río, una piedra, un pedregal, hojas, una hormiga en una rama, un hormiguero, una cueva, un conejo. Un disparo, un venado, un cazador. Aleteos, aves asustadas. Pasa una nube, se escucha un rugido, hay un camino, una carretera, asfalto, calor, los rayos del sol desintegran los restos de una nube. Se escucha un motor, una camioneta Land Rover verde. Va rápido, corta el viento a su paso, levanta polvo, ruge como una fiera.

Por la ventana una niña contempla el paisaje, su madre al volante regañando a su esposo que observa un mapa. Ciento veinte, ciento treinta kilómetros por hora. Una desviación. El padre grita, la madre frena a fondo, las llantas chillan dejando sus lágrimas en el camino. Ochenta, frena de nuevo, cuarenta, veinte, la carretera se transforma en un camino, el camino en un sendero intransitable, salvaje, rebelde, angosto, amorfo. La camioneta combate, resiste a los baches, a piedras pequeñas y grandes, ramas, plantas. Es un camino difícil, su naturaleza salvaje es indomable. Dos nubes, tres nubes. Muchas nubes. El sol se oculta, danza entre ellas, un espectáculo de luz y sombras, para al final desaparecer en cuanto se cierra el telón.

Una gota, dos gotas, muchas gotas. Cientos de ellas caen sin piedad sobre el terreno, los limpiadores batallan sin tregua. Llueve. Hay viento, ráfagas destructoras. Total obscuridad, el día se transforma en noche, los faros del vehículo son la luz en la tormenta. Un trueno. Luz, obscuridad. Agua cayendo, tierra mojada, lodo. Un viento enardecido destruye todo a su paso. Una luz, un rugido, la tierra se estremece. El cielo se vuelve uno con la tierra. Cascadas celestiales acaban con la vida para luego darla. La batalla llega a su fin. El sendero se acaba. La camioneta cruza la raya. Señales. Indicaciones, signos y símbolos establecidos. La naturaleza es domada e interpretada. Es vencida al fin.

El vehículo avanza lentamente, en espera de que la naturaleza se calme. La intensidad desciende, la naturaleza a opinado, sigue ahí. Es pasional. La tierra se estremece fuertemente. La orquesta ha terminado. Un rayo solar atraviesa el firmamento. Un arcoíris. La tregua comienza. El agua acaricia la tierra. El terreno vive, respira profundamente, Hay calma, las aves cantan, las flores se abren, los insectos revolotean. El Sol calienta el suelo. El agua se evapora. No deja de llover. Se cumple el ciclo. El calor pasado se olvida pronto. El viento lejos de rendirse enfría el entorno. El camino sigue su recorrido hasta volverse una autopista. El padre observa su mapa, sonríe. Están cerca. La pequeña señala a lo lejos. El sol ilumina el paisaje. Al marcharse las nubes dejan ver montañas nevadas a lo lejos. El paisaje sigue ensombrecido por las nubes, la lluvia batalla hasta la ultima gota. La camioneta se acerca a la ciudad.

Una casa, dos casas, un edificio. El paisaje cambia. Un árbol menos, dos arboles menos. Una refaccionaria, una gasolinera. Un arbusto, una glorieta floreada. Una palmera, un perro mojado, un hombre empapado. Una persona, dos personas, impermeables amarillos, paraguas negros, azules, verdes. Una caseta. Un charco, un hombre en moto. La fila, la Land Rover se detiene. La madre baja la ventana, la niña se asoma a ver, el padre pide café. Pagan, arrancan, se van. Una tienda de frutas, un supermercado. Un poste con propaganda, un espectacular. La camioneta rebasa a un coche, rebasa a dos y a tres, hasta cuatro. Un centro comercial, una avenida, un callejón, un hospital. Vías del tren, un semáforo, un alto. Coches rugiendo en espera del verde. Un hombre le pide caridad. Se la niegan, le pide a otro coche y se la vuelven a negar. La pequeña lo observa. El hombre se acerca y levanta la mano. Se la niegan. La pequeña se queja. Verde, arrancan. La camioneta zigzaguea, rebasa a un coche, a dos, a un camión que se frena a pedir parada. Da vuelta en una esquina, sede el paso en la siguiente.

El padre se rasca la cabeza al contemplar el mapa. Habla con su mujer. La pequeña observa maravillada a la ciudad. Mucha gente. Sale el Sol. Hay muchos charcos, un arcoíris atraviesa la cúpula celeste. Un cielo azul, claro, puro. Por las calles corre el bióxido de carbono. Los impermeables desaparecen, sale gente de todos lados, toman taxis, suben al camión. Un pizzero, una combi. Un perro le ladra a un hombre, una camioneta moja a los peatones. Un caos ordenado vive, respira y transita por las calles de una gran ciudad. Los edificios van creciendo, las calles se ensanchan. Grandes avenidas. Primeros pisos, segundos pisos. Puentes peatonales. Subidas y bajadas. Choques, tráfico. El Sol sigue con su trayecto. El día agoniza. Los edificios desaparecen, ahora hay casas, muchas casas. Con jardines, sin jardines, con bardas o sin ellas, con balcones, con piscinas, con niños jugando o con perros ladrando. Hay nuevamente plantas, arboles, aves. Hay gatos, botes de basura. Una tiendita, una casa de dos pisos. Un terreno baldío, un parque. Una patrulla, dos patrullas, una ambulancia, un accidente. Un árbol caído, un coche destrozado. Los chismosos se detienen. La camioneta no tiene tiempo, sigue su marcha. Las calles ahora son poco transitadas. La ciudad llega a su fin.

Los rastros humanos van desapareciendo poco a poco, una casita, un hogar destartalado, basura. Un espectacular de despedida. “Vuelva pronto” “Buen viaje” “Use cinturón” “Coma aquí” “Coma allá” “Vota por mi, vota por el” “No tire basura” “Si toma no maneje”. Otra caseta, pagan, arrancan, se van. El camino es largo. El Sol se oculta, la pequeña se recuesta, tiene sueño, ha sido un día largo y está agotada. Sus padres charlan, huele a café. El cielo se obscurece. Música de fondo. Silencio.


"Hay que saber encontrar el hilo conductor de nuestras vidas"

Mario Ovies Gage

jueves, 11 de marzo de 2010

“Cuando las paredes hablen”


“Cuando las paredes hablen”



Corro por calles obscuras sin saber a donde me dirijo. Me arrepiento de haber formulado tal pensamiento. ¿Qué tal si las paredes hablaran? Como pude pensar tal cosa, se me hizo tan fácil decirlo al aire, sin meditar en verdad cuantas cosas me podrían decir. Los gritos, asesinatos, los murmullos, los susurros, los rumores, los chismes, las verdades y las mentiras, conversaciones y discusiones. Todos aquellos ruidos de ciudad que las paredes son testigos y se guardan para algún día contar hoy me lo escupen a chorros al enterarse de que las puedo escuchar. No pierden la oportunidad de contarme lo que saben, todas las paredes de la ciudad lo hacen. Una cascada de información cae sobre mí. Intento huir de la ciudad, lejos de sus edificios, sus bardas, lejos de toda construcción con paredes. Creo enloquecer, escucho más de lo que puedo procesar. Cruzo por pasillos, avenidas de altos edificios, parques con pequeñas albarradas. De una u otra forma cada una de ellas tiene algo que decir, algo escuchó, algo sabe. Intento huir entre estrechos pasillos, escurrirme entre callejones. Hay gritos, susurros. La ciudad no parece terminar.

Estoy cegado, ya no puedo ver ni escuchar, mis pensamientos se entrelazan con las voces del exterior, no se a donde voy, corro sin pensar, mi mente se intenta bloquear ante el asedio de eventos, afortunados y desafortunados, que las paredes narran sin parar. Mi refugio más sagrado a sido profanado, mi mente es asolada y se intenta esconder en lo más profundo de los laberintos de ideas que la conforman, pero hasta ahí llegan, la persiguen y la acorralan. Lamentos, alegrías, tristezas y suplicas se entierran como espinas en lo más profundo de mi ser, pasan directamente mis defensas y se estrellan contra mi esencia. Escucho a un pequeño que llora a gritos el nombre de su madre, escucho a unos perros y luego el llanto de una madre que se odia por no llegar a tiempo ante el cuerpo que ya no palpita de su hijo.

Corro sin dejar de lamentarme, grito para dejar de escuchar, para oírme a mi mismo, pues son tantas las voces, tantos los ruidos, que mi ser se pierde en la avalancha de relatos, olvido quien soy, olvido lo que en verdad soy, pienso ser alguien más. Diferentes historias son narradas por nuevas y viejas estructuras. Mi ser se encuentra al percatarse que el entorno cambia, me acerco al centro de la ciudad, las calles se vuelven angostas, los edificios altos y antiguos. Hay sombras, las voces ahora son graves, tienen edad, arrastran las palabras. Relatos milenarios, cantos, coros, villancicos, corridos. Un pequeño pidiendo caridad, otro vende el diario, uno vende rosas, aquel limpia cristales, aquellos hacen malabares. Uno muere de hambre, otro muere de sed, caen sin hacer ruido, sus historias terminan y comienzan las de otros que nacen en el hospital o afuera de el, en la calle, en el callejón, debajo del puente o de las escaleras, la ciudad vive y muere, persiste, se renueva.

Las paredes me recuerdan el pasar de los coches. De carrosas a taxis, de trenes de carbón a metros, microbuses, camiones. Todos cambian, los edificios caen y se alzan, uno nuevo recuerda a al antecesor que se encuentra a sus pies, un edificio alto se ríe del pequeño, y el más alto se burla de ambos. Todos saben algo, algunos poco, otros mucho, unos ven cosas, otros sólo las escuchan. Hay edificios viejos y jóvenes, un teatro clásico se encuentra junto a un centro comercial moderno. Todos me gritan para que escuche lo que tienen que contar, me tapo los oídos inútilmente, nada funciona. Es mi locura, doy vuelta en una esquina, corro por un parque, subo una escalinata y encuentro lo que busco. Silencio.

Es un corredor muy amplio. El zumbido del silencio aturde a mis oídos, ya no se que hacer con tal paz, me encuentro en la catedral de la ciudad, sus altos muros me intimidan, veo el altar en la distancia, las largas columnas a los lados, cruces y santos en pequeños recintos. El silencio me extraña, me marea. Me dejo caer. Intento descansar.

Un sonido me hace salir del transe en que me encontraba. Es tenue, lejano. Las paredes están contando una nueva historia. El órgano retumba en las alturas, personas que no veo se ponen de pie ante una procesión inexistente. Un coro angelical inicia con los cantos. Un aire de pesar hela el ambiente. Los altos muros recuerdan el pasar de los años, siglos de oraciones, de cantos, de rezos, de suplicas, de pesares. Corro hacia una de las puertas para huir de una vez por todas de la ciudad. Paso por uno de los confesionarios, la pena en almacenada en uno de los muros me hace colapsar. En susurros desgarradores se escucha a los creyentes confesar sus pecados, el lamento, el arrepentimiento por cometer actos atroces, asesinatos, robos, humillaciones, odios, envidias, engaños. Escucho la voz de un hombre absolviendo pecados por años, su voz va cambiando, de agudo a grave hasta desaparecer y dar paso a una nueva. El dolor me vuelve loco, lucho por escapar de ese muro de pesares, cruzo uno de los grandes portones, salgo al patio y caigo de dolor.

-¡No puedo más!-

-Vez que te dije, es muy fácil pensar en una posibilidad, más no lo es vivirla-

- No lo vuelvo a hacer-

- Sería como si imaginaras que los perros pueden hablar-

- Ni lo pienses o acabaras como tu amigo- Le dijo un perro que pasaba.


"Si las paredes hablaran tendrían muchas cosas que contar"

Mario Ovies Gage