lunes, 22 de febrero de 2010

“El ángel de la perdición”

El ángel de la perdición”


Ver ese plumaje, sentirlo, desearlo, ansiarlo, necesitarlo. Verte pasar con las alas en alto, extendidas a su máximo punto, con toda la intención de despegar. Ese tu blanco plumaje que me ciega, que me deslumbra, que me ilumina. Como sol, como estrella y yo como tu Tierra, como tu luna, que te necesita para entrar en calor cada día, para vivir cada momento. Soy esa Tierra que gira a tu alrededor sin cansancio, esa Tierra que te ansia ver cada amanecer a su lado.

Te veo y quedo deslumbrado, el verde profundo de tus ojos, casi negro, contrasta con el blanco de tu celestial plumaje. Un vestido lila cubre tu piel morena, quemada por los rayos lunares. Tus pies descalzos acarician la tierra, le dan ese privilegio, como pétalos de rosa que caen se posan sobre el polvo. Ese cabello obscuro que cae como agua y acaricia tus hombros como cascada que llega al rio. Tus ojos mármol verde, aquellas piedras preciosas en tu rostro que demuestran la belleza de tu ser, esa belleza antinatural, belleza imposible, inalcanzable, indomable. No hay halago alguno que te pueda hacer, mis ojos a duras penas logran comprender aquella tu belleza, intentan traducir algo que no conocen, algo que nunca han visto y que nunca volverán a ver. Ahora están ciegos, tras haber contemplado tal espectáculo. ¿Quién soy yo para tal honor?, si tan sólo soy un anciano que contempla al ángel de la perdición.

Mario Ovies Gage.

sábado, 13 de febrero de 2010

"La puerta y el destino"

"La puerta y el destino"



Ya no podía más, mi lucha parecía haber sido en vano. Tantos intentos y yo seguía ahí, de pie, cansado de tanto intentar y sin saber como debía continuar. Lo había intentado incontable número de veces sin resultado alguno. Me encontraba sin saber qué hacer. Estaba sin estar, era sin ser. Era el final de un largo trayecto, de una incansable lucha.

Sigo ahí, de frente a la puerta del destino sin saber cómo seguir. Agotado por tantos intentos, ahogándome en el sudor de mi esfuerzo, muriendo por las heridas de la batalla. La puerta no se abría ni se abriría aunque yo empujara. Estaba bloqueada, cerrada, algo o alguien obstruía mi paso para que no lograra cruzar. Llegué demasiado tarde, mi destino me dejó atrás. Tal vez éste no era el mío sino el de alguien más, tal vez me había equivocado, tendría que regresar y volver a empezar. No podía más, mi cuerpo ya no aguantaba el haber llegado de tan lejos y no poder avanzar más.

Encontrarme frente a la puerta del destino y no poderla cruzar era frustrante, doloroso. Sentí como mis fuerzas se esfumaron, todo llegó a su fin. Caí sin pensar en un día poderme volver a levantar. Estaba de frente a mi destino, tan cerca y tan lejos, tan distante y cercano. Mi cuerpo estaba ahí, a un solo paso mientras que mi mente se alejaba a millones de pasos por segundo. Me quede de rodillas hecho un cadáver, como uno de esos vivos que deambulan por la vida sin vivirla.

Un hombre pasó a mi lado, me observó por un segundo y prosiguió. Se encontró frente a la puerta del destino, la jaló y ésta se abrió sin oponer resistencia. Sin esfuerzo alguno el hombre entró, realizó sus pagos y salió por la misma puerta por la que había entrado. Yo me quedé ahí, de rodillas frente a las puertas del HSBC siendo observado por la gente que pasaba. Meditaba el cómo no había leído el pequeño letrero de JALE.

"He llegado a ti, ahora ábrete"

Mario Ovies Gage

martes, 9 de febrero de 2010

"Escuchando a la ciudad"

"Escuchando a la ciudad"

Ejercicio # 1

Un motor, una moto, un camión. Una cerca eléctrica, un ladrido, otro coche, dos coches, tres coches, un frenon. Una camioneta. Unos trabajadores, más coches de cerca, de lejos. Agua, una manguera, alguien riega. Un coche, su radio. La electricidad de una cerca eléctrica, un coche distante que se acerca. La cerca sigue sonando, dos coches que pasan, voces. Risas. Un martilleo. Silencio. El ruido de la cerca se vuelve molesto, no para, es constante. Un volcho de motor agonizante, una bolsa. Voces. El cascabeleo de un camión, el camión del cascabeleo. Una camioneta, un coche, otro coche, la cerca eléctrica, voces.

Una manta que le golpea el viento, los albañiles trabajando. Un pájaro, un perro, un ladrido, un aullido, un silbido. Unos pasos. El motor de un coche a lo lejos. Un tercer camión, el tiempo pasa, se agota. Se terminó. Me pongo de pie y camino. Regreso a mi hogar después de escuchar a esta mi ciudad.

Ejercicio #2

No encontré ese sonido que buscaba, el ruido me perseguía a donde iba, pasan coches, los perros ladran, cae agua. Salí de mi casa en busca de ese lugar, pero vivo en una ciudad, el silencio no existe. Aun así, a sabiendas de esto, salí en su busca. Deje mi cuarto y caminé por largo rato sin encontrar aquel lugar, por todos lados habían ruidos que interrumpían el silencio. Voces, coches, camiones, motores. Una manguera riega un jardín mientras yo escribo esto. Es de noche y no traje suéter, hay un viento frio que al entrar por mis oídos crea un ruido agradable. Hay muchos ladridos, escucho a los grillos.

Ahora escucho el silencio, el silencio de una gran ciudad. Estoy solo y a la vez rodeado. Rodeado de ruidos, de vida. Un viento pasa acariciando las copas de los arboles, las hojas cascabelean, rompen el compás del viento. El ruido de un rio interminable de coches pasa distante, hay gritos, hay voces, ladridos y silbidos. El silencio de la ciudad es distinto. A coro me recuerdan los grillos que no estoy solo, Escucho el latido de mi corazón. Un gato pasa, maulla.

"Hay que aprender a escuchar lo que esta vida nos tiene que contar"

Mario Ovies Gage