jueves, 28 de mayo de 2009

“La profesión de papá”


Segunda Parte
Capítulo 1
“La profesión de papá”


La lluvia en su rostro, los paramédicos corriendo, los gritos de auxilio, un caos total, un amanecer distante, bañado de sangre, aun podía escuchar los lamentos, el fuerte sonido de las sirenas, un grito de jubilo, alguien esta bien, silencio total, los arboles se vienen abajo, el suelo se mueve, la gente se ve borrosa, todo se ve distante, borroso, el sedante corre por sus venas, el dolor se ausenta, los problemas desaparecen, el ritmo cardiaco permanece, la vida sigue su ritmo, el hombre duerme.

7:30 a.m.- Se encuentra estable- dice una voz en un tono más relajado que los anteriores, la neblina en su mente comienza a dispersarse.

-¿Eso que significa?- Dijo una voz conocida, una voz querida. Las ideas comenzaban a cobrar sentido en su mente. Fue hilando la conversación.

-Todo va a salir bien, tu papá es un hombre fuerte- De nuevo era una voz conocida. Roberto se encontraba acostado, todo daba vueltas en su mente, las voces lo mareaban, intentaba despertar, intentaba ahuyentar a la niebla, quería saber de quien eran las voces que no reconocía. Los presentes guardaron silencio, miraban a Roberto que movía levemente su brazo.

-Roberto, Roberto- Una persona le hablaba de frente, todo pasaba demasiado deprisa, sentía un enorme dolor en la frente por el esfuerzo.

-No responde, el golpe fue demasiado fuerte, debe haber daño cerebral- Se escuchó un grito en la habitación. Roberto reaccionó, reconoció la voz del médico que lo atendía, reconoció el grito. Era Fernando y Esperanza, el amigo de su esposa y su hija mayor. Ahí estaban, sin saber que el estaba bien, intentó mover los labios, pero estos no le respondían. Siguió intentando, quería decirles que estaba bien, intentó mover las manos, mover los pies, o tan siquiera abrir los ojos. Nada respondía, se encontraba atrapado en su propio cuerpo, el tiempo a su alrededor pasaba volando siguiendo el ahí sin poder hacer nada. El sueño lo rodeo de nuevo, las voces se fueron haciendo distantes, los sonidos fueron desapareciendo, los medicamentos hacían efecto. Pronto volvía a dormir.

10 u 11 a.m. A dos días del accidente.

La habitación era completamente blanca, las persianas verticales amortiguaban los rayos solares, dejando pasar una fina capa de luz. Un cuadro con paisaje de montañas, una pantalla de plasma, unas flores falsas y un sillón de color obscuro decoraban la habitación. Una niña se encontraba dormida en el sofá, de rasgos delicados, nariz fina, ojos obscuros y cabello castaño. Dormía profundamente, recargada contra el sofá con su brazo bueno, el accidente solo había dejado en ella algunos rasguños, moretones y un brazo roto a diferencia de sus padres que habían resultado gravemente heridos. Por eso ella se encontraba allí, cuidando a su padre que yacía en la cama.

Roberto despertó por un repentino dolor de cabeza, sus manos le pesaban así que necesito un gran esfuerzo para llevarse una de ellas a la cara. No tenia fuerzas, además de que esta se encontraba entubada. Al abrir sus ojos se lastimaron debido a lo claro de la habitación, intento mover el cuerpo, pero este se encontraba entumido por la falta de movimiento, comenzaba a recordar las cosas, las imágenes en su mente cobraban sentido y orden. El accidente vino a su mente.

-¡Papi!- La pequeña se había despertado por los repentinos jadeos de su padre al intentarse mover. Se levanto del sofá y corrió hacia el. Ambos se abrazaron.

-¡Papi!- dijo entre lágrimas la pequeña -que bueno que estas bien.-

-Siempre estaré aquí para cuidarte-

Las primeras tormentas del año encargadas de devolver la vida después del largo invierno cubrían por completo la ciudad. Por sus oscuras calles se escurría una sombra, un hombre que no quería ser visto entro por el enorme portón de una catedral. Secó su paraguas y se acercó al confesionario.

-Virgen María Purísima-

-Sin pecado concebida-

-¿Qué hiciste ahora hijo mío?- Pregunto el sacerdote con un tono cansado, como la de un padre que a regañado a su hijo demasiadas veces por lo mismo.

-Lo volví a hacer- Dijo el hombre en tono arrepentido.

-Pasa, te están esperando-

-Pero Padre, en verdad necesito que me confiese-

-Habla primero con ellos y luego continuamos-

No hubo contestación, el hombre salió del confesionario hacia donde se encontraban unos hombres platicando.

-Que bueno que llegas Roberto, de ti estábamos hablando- Dijo el senador con una sonrisa en el rostro.

-Muy buen trabajo hijo mío- Dijo el arzobispo.

La pequeña cerró los ojos al recostarse en el pecho de su padre, la hacía sentirse segura, tranquila, cómoda, se sentía en paz después de la tragedia, tras la tempestad por fin llegaba la calma. Ahora podía descansar en brazos de su padre, olvidar lo pasado, recordar lo bueno, dejar atrás, continuar. Todo el pasado se iba olvidando, el mal rato se iba borrando, su padre lo solucionaría, su juventud la haría olvidar, la vida seguiría su ritmo, su padre estaba a su lado, el lo solucionaría todo.

La pequeña abrió sus ojos.

-Papi-

-¿Que pasó hijita?-

-¿Mami va a estar bien?- El cambio en el rostro de su padre fue algo que no se esperaba, de momento parecía una estatua de mármol. -¿papi?-

Su padre tardó en reaccionar, su rostro seguía petrificado.

-¿Dónde esta tu madre?- Preguntó con la voz partida.

-Se la llevaron, Esperanza dijo que ella.- La pequeña no pudo continuar, comenzaron a brotar lagrimas de sus ojos, pequeños cristales recorrían su rostro en una caída frenética a las sabanas de la cama en que se encontraban. Su padre llevó su mano a la cara de la pequeña para limpiarle los pequeños cristales que le escurrían.

-Ella va a estar bien- tomó aire, las palabras no acudían al momento que el les pedía – todos estaremos bien chiquita- Soltó un llanto ahogado, su padre igual lagrimaba, se incorporó, tomó a la pequeña entre sus brazos abrazándola con ternura. –Todos estaremos bien Dani-

-De verdad que sí señor arzobispo, fue un trabajo excelente, aun sigo sin creerme cuanto lió nos causo Varunt-

-Ni me lo diga senador, es voluntad del señor que tengamos en el equipo a Roberto- Lo dijo regalándole una sonrisa y unas palmaditas en la espalda.

-Este fue mi último servicio- Replicó Roberto ignorando el halago que le acababa de hacer el arzobispo. La sonrisa en el rostro de ambos hombres desapareció, el arzobispo soltó el hombre de Roberto.

-Esto no se acaba hasta que nosotros digamos, lo debes de saber muy bien Robertito, conoces las reglas del juego, sabes que les pasa a los que no cumplen- Roberto se aproximo al arzobispo, algunas personas presentes se levantaron de sus asientos.

-Tranquilos, tranquilos,- dijo el senador algo exaltado, metiéndose entre el arzobispo y Roberto, miró a uno y luego al otro – Roberto no sabe lo que dice, ¿Verdad Roberto?-

Todos guardaron silencio, el senador se encontraba entre ambos, las sombras a lo lejos observaban, no tenía otra opción –Perdón, no se lo que estoy diciendo, claro que conozco las reglas-

-Así se habla muchacho, claro que las conoces, por algo eres el mejor- el senador sonreía, prosiguió olvidando lo sucedido – ahora solo nos falta deshacernos de alguien que nos esta causando problemas-

-¿Y quien es?-

-Su hermana,- Dijo como si no quisiera que se le escuchara, casi como un suspiro- su hermana es un verdadero dolor de cabeza-

Roberto despertó al escuchar que la puerta se cerraba. Daniela seguía dormida sobre su pecho. Esperanza se encontraba en la puerta, tomada de la mano de Carlos. Al verlos juntos no pudo resistir el sonreírles, su hija comenzó a lagrimar al ver a su padre despierto, soltó al muchacho y corrió a los brazos de su padre.

-¡Estas bien!- la muchacha lloraba, -por fin despertaste, todos estábamos muy preocupados, pensábamos que no lo ibas a lograr, no sabía que íbamos a hacer sin ti-

-Todo va a estar bien pequeña- la abrazó con más fuerza, -

La muchacha comenzó a temblar en los brazos de su padre, lloraba.

-No va a pasar nada, ya nos las arreglaremos-

-No es eso- dijo la muchacha sin dejar de sollozar.

-Entonces que es- Le pregunto su padre mirándola a los ojos.

-Es por mamá,- se limpió las lágrimas en el rostro –no me pude disculpar- su padre la abrazo nuevamente quedándose en silencio por un momento.

-Ella te amaba- respiro profundamente intentando que su voz no se quebrara –claro que te perdonó.-

-Para mí si fue un dolor de cabeza, a usted no fue al que le dispararon- exclamó el senador en un tono molesto por el comentario.

-Fue su error senador, nadie le pidió que fuera presenciar el asesinato, nos hubiéramos librado de tantos problemas, además me dijeron que usted quería festejar ahí mismo, debí dejar que lo mataran- El rostro del senador palideció, desapareció su sonrisa burlona, el no era el hombre de más poder y eso se lo hizo ver muy claro, ahora parecía un perro regañado.- Como te decía Roberto, la hermana de Varunt trabaja en el mismo departamento, esta siguiendo la pista de su hermano, esta muy cerca así que debe ser un trabajo rápido y limpio- El hombre se acomodo su traje haciéndole señas a los hombres entre las sombras –Esta vez quiero ver el cadáver.-

Roberto asintió.

-En verdad lo quieres-

-Sí- el rostro de la joven dejaba ver su sonrisa –lo quiero mucho.-

Roberto contempló a su hija, se veía feliz, enamorada, alegre. Esto lo hizo sentirse mejor, parecía haber luz al final del túnel. Su familia estaba ahí, reunida después de la tempestad.

-Papá me pica mucho- La pequeña se rascaba una de las heridas en el brazo.

-Que te dije sobre no rascarse-

-Lo sé, pero pica- la pequeña formó una mueca para mostrar su molestia.

-Ya pronto te las van a quitar, mira cuanto has mejorado-

-Tú no te ves muy bien-

-Gracias- dijo entre dientes para luego soltar una carcajada, todos en la habitación comenzaron a reír. –Yo ya estoy viejo-

-Ni tanto,- la pequeña guardo silencio, las risas pararon, alguien acababa de tocar la puerta.

-Debe ser Carlos- dijo Esperanza levantándose para ir a abrir.

La joven corrió en dirección a la puerta regresando de la mano de Carlos.

-Miren lo que trajo Charlie-

-¿Qué cosa?- gritó Dani poniéndose de rodillas sobre la cama olvidando la picazón. -¿Qué nos trajo?-

-A ti nada- dijo Esperanza en un tono burlón.

-No seas así con tu hermanita- le contestó Carlos tomándola por la cintura en un intento de posponer la confrontación. –Es una carta para tu padre Dani-

Roberto guardo silencio mientras la pequeña se volvió a sentar para reemprender su frenética lucha contra la picazón.

-Tenga señor- El muchacho le extendió la mano con la carta.

-Gracias- el sabía que tarde o temprano llegaría, pero no la esperaba, nunca quiso tener que esperarla. La carta tenia en el reverso escrita la dirección del hospital y en el destinatario se encontraba escrito en manuscrita su nombre.

-¿Quién te la mando papi?- la pequeña se había recostado a su lado.

-Del trabajo hijita, del trabajo- Su mente despegó, dejando atrás a sus hijas y al joven, dejando la pequeña habitación de hospital, dejando atrás la realidad, se transporto a una fecha tiempo atrás, un día cualquiera, una asignación más, una labor que el consideraba normal.

En ese entonces era mucho más joven, no llevaba barba y en su mano brillaba su anillo de compromiso. Era un trabajo sencillo, entregar una carta y silenciar al traidor. Eran las reglas, nadie las rompía, una vez que se entraba, eran pocas las salidas, o los jefes lo decidían, o desaparecías. La paga era inimaginablemente buena, tanta que la carga moral era infinita, se debía ser inhumano, frio o en el caso de ese joven luchar por el amor de su vida, su familia. Esta era la primera vez que se le encargaba matar a un miembro del grupo, ya había llevado acabo varias tareas, un candidato, un senador, algunos empresarios poderosos y uno que otro narcotraficante. El era bueno en lo que hacía por no decir que el mejor, rápidamente alcanzo la cima, eliminando a los que se le interponían para acabar siendo la mano de hierro del senador.

Detuvo su moto frente a la casa indicada en la dirección de la carta, era un barrio tranquilo, era medio día, la gente se encontraba en casa. Una cara se asomó por la ventana, lo esperaban. Eso no lo intimidaba, había escuchado del hombre al que tenía que silenciar, era muy astuto, intentó hacer algo que no le correspondía y eso le costaría la vida. El joven Roberto caminó en dirección a la casa, tocó la puerta. Pasaron unos segundos para que un hombre abriera la puerta, de mediana edad según parecía, calvo, de pelo color zanahoria con unas cejas tupidas, debía ser alguien importante y lo que había hecho algo grande.

-Tu debes ser el chico nuevo- El hombre le sonrió. –vamos, pasa, hace frio afuera- La reacción del hombre lo tomó por sorpresa, entraron, nunca antes había sucedido algo así, por algo este hombre era especial y por algo lo habían enviado a el a terminar con el trabajo. La casa era acogedora, de buen gusto, muebles finos y decoración excéntrica, cuadros, cruces, cortinas de colores claros, acabados de madera.

-Perdón si no me presente-

-No se necesita presentar.- Lo interrumpió para evitar contratiempos. –Aquí tiene su carta.-

El hombre se le quedo mirando, volvió a sonreír, incomodando nuevamente a Roberto.

-Si así se te hace más fácil- El hombre tomó asiento, haciendo caso omiso de lo que se le venia encima. –Es algo inhumano, lo sé, pero así debe ser más sencillo para ti- Llevó su mano al bolsillo sacando un puro. – ¿Fumas?-

-No-

-Bueno- Saco de un cajón a su lado un encendedor. –Tu te lo pierdes, nunca es malo un buen puro y menos estos cubanos que me acaban de regalar-

-Debe leer su carta- La voz de Roberto sonaba cansada, sacó su arma, el hombre la contemplo de soslayo.

-Debes tener mucha prisa pero ya se lo que dice..-

Roberto cargó el arma.

-Veo que tienes mucha- inhaló y exhaló – no hay de que apurarnos- El hombre comenzó a sudar. –Veo que no quieres charlar, pero hay algo que debes saber, un día te tocara a ti y necesitaras aliados.-

Los perros del vecindario comenzaron a ladrar con el primer disparo, el segundo y el tercero pasaron desapercibidos debido al escándalo evitando que causaran mas revuelo, la gente dormía la siesta, uno que otro se sobresalto, en especial los cercanos pero nada más. El joven Roberto cerró la puerta al salir, arrancó su moto y se fue.

Ahora le tocaba a él, en tantas ocasiones le había tocado el papel de verdugo, de la muerte, hoy a pesar de eso le tocaría el otro papel, el del enjuiciado, el de sentenciado en una habitación repleta de familiares y seres queridos. Dani estaba junto a el esperando a que leyera la carta, Esperanza y Carlos platicaban tomados de la mano en el sillón, todos tan alegres, inocentes ante lo que se avecinaba. No debía quedar mucho tiempo, debía haber alguna manera de salvar a su familia.

-Carlos podrías salir un momento de la habitación, debo decirles algo a mis hijas.- El muchacho asintió sin refutar se levantó y dejo la habitación. –Dani, Esperanza, hay algo que debí decirles hace mucho- Roberto se quedó callado al escuchar una risa que provenía de la puerta-

-Que tierno Robertito- Carlos volvió a entrar en la habitación, seguido por una mujer de cabellos dorados y ojos azules que apuntaba con un arma al muchacho. Esperanza se llevó las manos a la boca ahogando su grito mientras que Dani abrazó con fuerza a su padre. –Eso se los debiste decir con tu esposa aun presente hace mucho tiempo, ahorita no es un buen momento que digamos-

Esas palabras le revolvieron el estomago apuñalándole directamente a su corazón. Intento incorporarse acto seguido por la mujer que le apuntaba.

-Aquí la del arma soy yo- La mujer observo la habitación, pasando la mirada de Esperanza a Carlos, de Roberto a Dani. – Que bonita reunión familiar, lastima que todos deban morir hoy- pasó el arma apuntando a cada uno de los presentes. –El senador se quiso ahorrar todo esto con lo del camión, pero ya vimos que eres duro como una roca- La mujer volvió a soltar una carcajada al ver la expresión el rostro de Roberto.

-Ya me aburrí, no soy tan paciente como tu, ¿ya leíste la carta?, ¿ya le contaste a tus hijas lo que dice?- Guardó un minuto de silencio, disfrutaba el momento. - ¿Qué acaso no saben cual es la profesión de papá?-

martes, 12 de mayo de 2009

"Cuentos que te comen"

“Cuentos que te comen”

Era una noche como cualquier otra, noche de luna, de estrellas, una noche normal, sin nada que contar, quien se podría imaginar lo que sucedió. Tan solo fue hace unas cuantas horas cuando todo ocurrió. Escribía como de costumbre, trabajaba en uno de mis  proyectos grandes, uno de esos en los que uno se atora, en los que ya no se sabe por donde continuarles. Debido a mi falta de concentración bajé por algo de tomar, mi organismo me exigía algo azucarado, busqué en el refri y luego en la alacena, pero nada, volteé y encontré a un lado del bote de basura la botella vacía de Coca-Cola. Esto me obligo a tomar un vaso de agua, regrese a mi habitación con las manos vacías. En mi cama me esperaba de nuevo mi libreta con la pluma en el lugar donde me había quedado. Me recosté en mi cama ignorando la exigencia de mi cuerpo por la bebida azucarada, tendría que vivir sin ella. De nuevo me transporte a mi texto, de temible caligrafía y ni que hablar de mi ortografía, aunque del lado bueno mi gramática no era tan mala y  mis ideas algo buenas. Eso me alentaba a seguir escribiendo, aunque no entendiera mis letras y la gente no entendiera mis textos por los acentos, pero en estos momentos mi peor problema no ninguno de estos, sino la falta de ideas, el vacio mental. Este y la intimidación que me provocaba un proyecto grande daba lugar a que este fuera uno de esos cuentos que te comen.

Tomé mi pluma, no me dejaría vencer por un cuento como este, había escrito mejores y mucho más largos. Llevé la pluma a la superficie de la hoja para continuar escribiendo. El libro se cerró de golpe, con mi mano dentro de el, no pude evitar el soltar un grito. Mi libreta escribe  se torno rígida, los bordes de las hojas se rompieron tomando forma de pequeños cuchillos. Mi sangre comenzó  a escurrir, las puntiagudas puntas traspasaron fácilmente mi piel, el dolor era profundo, intente con mi mano libre abrir la libreta, pero fue algo imposible, la libreta ejerció más fuerza y los colmillos penetraron más. Volví a gritar, comencé a agitar mi mano tan fuerte como pude, la libreta salió volando cayendo a un lado de mi cama, me levante como pude para salir de la habitación, esto no tenía ningún sentido, mi mano se encontraba gravemente herida por la mordedura de una libreta escribe azul tamaño profesional de no más de cien hojas, quien me creería, parecería una clase de loco que se lastima a si mismo. Corrí al baño en busca del botiquín de primeros auxilios, no podía dejar de preguntarme que le diría a mi madre, ¡que un libro me había mordido!, que clase de loco creería eso. Mi mano seguía sangrando, el botiquín se encontraba guardado entre un montón de cosas, saque lo necesario para curar mi mano del botiquín, desinfectantes y vendas. Enjuagué mis manos y las bañé en alcohol y dos o tres desinfectantes, más valía estar prevenidos, uno no sabe que enfermedades puede transmitir un libro que muerde, así que unte todo lo recomendado desde para una herida común hasta para una mordida de perro. Las heridas no eran muy profundas, así que para finalizar vende mi mano. Lucía mucho mejor, ahora había llegado el turno de llamar a mi madre para que trajera a un exterminador o a un exorcista.

Mi madre me tomaría por loco o por drogado, pero aun así cogí el teléfono. Este no funcionaba, estaba apagado, me agaché para checar los cables que llevan a la toma de corriente y se encontraban cortados, como si alguien los hubiera mordido. Dejé el teléfono en su lugar y corrí a la puerta, esta se encontraba atorada, comenzaba a estresarme. Intente tumbar la puerta, ahora si actuaba como un loco. Al ver que no la podía abrir intenté relajarme, debía ser un sueño, no había otra explicación, un sueño muy real, del cual ni el dolor me despertaba. Había otra manera, fui a la cocina, tomé la caja de cerillos y el aceite de cocina, no había nada mejor, agarre unos cuantos cuchillos y los sujete a mi cinturón. Tantas películas de terror llegan a enseñarle a uno que cosas no debe hacer, subí las escaleras para entrar de nuevo a mi habitación. Todo se encontraba manchado de sangre, fui en dirección a mi repisa en busca de mi celular, todo se encontraba fuera de lugar. No estaba, mi celular no estaba, pero aun me quedaba la computadora, la encendí y me senté a esperar a que encendiera. Me levante de la silla sintiendo algo de curiosidad por ver el lugar donde había caído la libreta, cheque el lugar, debajo de mis camas, atrás de los muebles, hasta abrí cajones y el closet, la libreta no se encontraba en ninguna parte, un pequeño rastro salía de la habitación y bajaba las escaleras, era diferente a las gotas que había dejado yo. Me senté de nuevo frente a la computadora, abrí el Messenger esperando encontrar a alguien y pedir ayuda, no había otra opción, me creerían loco pero había que hacer el intento. De pronto la computadora se apago, el ventilador sobre mi de igual manera comenzó a detenerse. Era lo único que me faltaba, un pequeño cuaderno acababa de cortar la luz, volví a tomar el bote de aceite y baje las escaleras. Todo estaba en orden, escuche un ruido proveniente del estudio. Camine lentamente, asenté el aceite y tomé uno de los cuchillos, no era un monstruo o un asesino, era un pequeño libro, que ridícula película de terror sería, pero a diferencia de lo que uno creería es distinto estar en la circunstancia, entre a la habitación y ahí estaba, a mi derecha, la libreta estaba intentando meterse en la mochila de mi hermano, era curioso verla moverse, no se había percatado de mi presencia, me lancé sobre ella sujetándola con fuerza y enterrándole el cuchillo, forcejeé un momento, tenia demasiada fuerza para ser una libreta diabólica. El cuchillo la traspasó, entonces dejo de oponer resistencia, me levanté rápidamente y sin soltarlo corrí por el aceite, tire la libreta al suelo para luego bañarla, una vez empapada encendí un cerillo.      

La herida en mi mano latía de alegría o tal vez simplemente por el esfuerzo ejercido al batallar con la libreta. Verla arder hizo que por mi cuerpo corriera una sensación de alegría, de satisfacción. De la habitación contigua volvieron a surgir ruidos, tomé el cuchillo dispuesto a acabar con lo que se me pusiera al frente. No me arriesgaría, usaría la misma estrategia. El humo no me permitía ver con claridad, me dirigí a la ventana para intentarla abrir, esta ni siquiera se movió. Sentí que algo se movía a mis espaldas, di media vuelta y ahí estaba, la mochila de mi hermano se movía,  no lo pensé dos veces, la apuñale tantas veces pude hasta que se detuvo el movimiento. Lo que hubiese adentro estaba mas que muerto, me agache para cerciorarme, la mochila quedo completamente agujereada, la tome para llevármela y quemarla al igual que la libreta. Al levantarme quede de frente al librero, donde un pequeño libro se cayó de su lugar. Ninguno se libraría, lo tomé, forcejeo un poco profiriendo una clase de chillido, sus hojas se abrían y se cerraban deformándose una y otra vez. Recargue con fuerza el librito en el librero y lo apuñale. Dejo de moverse, recogí de nuevo la mochila llevándome ambas cosas a mi hoguera improvisada. Antes de salir la puerta se cerro de golpe, en el suelo había otro libro de la misma colección que el anterior, solté de nuevo la mochila y me dirigí a el, sin previo aviso otro libro me mordió la pierna, al intentarlo agarrar el primero salto agarrándome la mano, lance a uno y pateé al otro. Peleaba contra dos, tres libros, volteé rápidamente esperando lo peor, del librero comenzaban a saltar uno a uno los libros, no esperé, corrí en dirección a la puerta, la derribé al lanzarme contra ella, como pude seguí corriendo pero sin llegar muy lejos. Me resbalé con el aceite restante, caí y me golpeé fuertemente contra el suelo. Intenté levantarme inmediatamente, fue inútil, uno de los libros me seguía mordiendo el pie, volví a resbalar. Pateé al que me estaba mordiendo y luego a uno que venía, así a dos más que se acercaban juntos, me levante como pude y corrí escaleras arriba, cojeaba, mi pierna sangraba, entre de nuevo a mi habitación cerrando la puerta a mis espaldas. Sentí por unos momentos golpes a mis espaldas, después de unos minutos, cedieron.

Ahí es donde me encuentro ahora, en mi habitación, desangrándome después de ser atacado por un grupo de libros y todo por el simple hecho de haber pensado en que un cuento me pudiera comer. Las vendas en mi mano se encuentran teñidas de rojo, el batallar con una colección antigua , el esfuerzo para quitarme las hojas de mi piel abrieron de nuevo la herida, mientras que mi pie se encuentra bañado en sangre y lentamente gotea el fluido en dirección al suelo. Sin más en que pensar y ya mareado por la perdida de sangre no me queda más que escribir mis últimos pensamientos antes de morir, agarré una hoja de la impresora y con una mezcla de sangre y tinta, recuerdos borrosos y claros, altibajos mentales, un sueño sofocante y una fina línea roja que fluye por mi pierna comencé a escribir.

 

El portón eléctrico se abrió dejando pasar al coche. El muchacho salió corriendo con  prisa por llegar al baño, tomó su llave y abrió la puerta, corrió en dirección a las escaleras, subió y se lanzó sobre la puerta del baño. Su madre aun abajo se dirigió a la cocina, asentó su bolsa y colgó la llave del coche en su lugar, abrió el refrigerador para sacar una jarra de agua, la asentó en la barra y se agachó para coger un vaso. A un lado de su vaso encontró el frasco de aceite, extrañada lo sacó junto con su vaso. Al levantarse encontró en la repisa un pequeño libro bañado de algo parecido a  sangre. El muchacho salió del baño en dirección a su cuarto, se recostó en su cama cerrando los ojos. Escucho un ruido, levantó la mirada. Un bote donde su hermano guardaba lápices giraba en su repisa, a un lado se encontraba asentada una libreta, extrañamente quemada y humedecida por un líquido rojo. La curiosidad lo hizo acercarse a checarla, apestaba, olía a sangre, el simple olor lo mareo, no la soportaba pero aun así la curiosidad era mayor. Abrió la libreta y en la primera hoja se podía leer: “Cuentos que te comen”. Se escucho un grito, era su madre, el muchacho soltó el libro, siendo demasiado tarde la puerta se cerró.  


"Hoy, esa inmensa falta de inspiración,

 esas ideas envolventes que detienen nuestras ganas de seguir,

esos sueños que asfixian, que sofocan,

 todo eso y más, es hoy,

lo que me motiva a escribir"

Mario Ovies Gage.

jueves, 7 de mayo de 2009

“Jugada final”

“Jugada final”



Jugador 1

Una sola carta era la distancia que me separaba del triunfo, un as de corazón, una tercia, un as de diamantes, un póker. Cualquiera de esas era la diferencia entre ganar y perder, un todo o nada. Algo así como vivir o morir, aunque fuera una simple partida en ella se encontraba gran parte de mi dinero. Todos los jueves eran lo mismo, nos juntábamos, unos tragos, las botanas, la mesa de póker, las cartas y una que otra apuesta fuerte. Esta noche, yo era esa apuesta fuerte.

Una mala noche y una tercia convincente me habían llevado a mi situación actual. Siempre me retiraba a tiempo, nunca apostaba si la jugada no era alta, solo apostaba cuando tenía una buena jugada y por eso ahora me encontraba en un verdadero apuro. Mi par de ases y reyes me sembraban un poco de optimismo no era una jugada alta pero lo podía llegar a ser. Con un solo cambio podía ir por el full o con dos cambios podía añorar el póker, pero la suerte no estaba de mi lado aunque yo implorara por su compañía. Una flor había vencido a mi tercia en la partida anterior, ahora me encontraba ante un problema similar, dos pares no eran de gran ayuda,  debía tomar la decisión de cual sería la jugada final.  

Mi rival sonreía por su inminente victoria, parecía tener el juego en sus manos, ya era el momento del cambio y yo aun no decidía, este cambio lo era todo, era el presente y el futuro de la partida. Mientras que el festejaba con su sonrisa la inminente victoria, y yo, con una mirada de derrota lo dejaba derrotarme causándole tal gracia que su sonrisa ocupaba todo su rostro. Simplemente alimentaba su sed de victoria, ambos ya avecinábamos lo que sería el final, ambos adelantábamos algo que aun no era claro, en el momento del cambio, todo podía pasar, pero en este momento lo ignoraba, la derrota y la enorme autoestima del rival me aplastaban. Todo dependería del cambio, la proximidad de la victoria o del fracaso se veía afectada por mi decisión. Los ases lucían mas confiables, parecían ser la única opción ante una victoria aplastante de mi rival, era obvio que mi jugada era menor, tanto optimismo en un jugador de póker quería decir que se tiene una buena jugada o que se intenta dar un bluf magnifico.

A el le tocaba primero, mi jugada estaba ligada a la cantidad de cartas que cambiara, del nivel de riesgo que debía tomar, mis dos pares eran buenos, pero no harían nada contra una flor o un full, debía arriesgar más, su acción indicaría la dirección en que iría mi acción. Tomó una sola carta y la acento en la mesa, fue un todo o nada, reaccioné si meditarlo, no había otra opción, separe mi par de reyes y el dos de tréboles y los asenté sobre la mesa, iba por la mayor, lucharía por la gloria o moriría en el olvido. Eran algo exagerados mis pensamientos, pero esa cantidad de dinero apostado lo valía, vi el pequeño montón de fichas, de cien las azules de mil las rojas, era un montón rojo, alcé la mirada y ahí estaba la suya, nos observamos momentáneamente, esa sonrisa seguía ahí demostrando que mi jugada era menor, aunque esta aun no diera su veredicto.

Repartieron las cartas, una a él, tres a mí. Levantó la carta observándola detenidamente, la sonrisa en su rostro tembló de momento, algo no le había resultando, aun había esperanza. Levanté mis cartas, un as de corazón formo la tercia, una reina de corazones y un nueve de trébol fue el resto. Nuevamente una tercia me acompañaba, no era gran cosa, pero ese temblor en la sonrisa del rival me regresaba esa esperanza perdida, ahora soy yo el que sonríe.

 

Espectador

                El ambiente viciado por el humo de los cigarros, el volumen bajo de la música y el sonido de la respiración de los jugadores es el escenario de esta final tan tensa. Todos los presentes guardaban silencio, la partida se había prolongado más de lo esperado, dos amigos entrando en terreno peligroso al apostar fuertemente en lo que parece ser la última partida de la noche. Se repartieron las cartas, se dio la acostumbrada entrada, hubo una apuesta adicional, ambos jugadores aceptaron. El monto se vuelve considerable, miles de pesos se ven en juego, por eso la tensión del ambiente, los jugadores observan al rival de reojo, mantienen su mirada fija en las cartas.

                Me hice otro preparado para relajarme un poco, aunque no jugaba el observar estas partidas pone a cualquiera de nervios. Tomé mi preparado junto con un platón de botanas y los llevé a la mesa. Me senté en un espacio libre, los demás presentes se iban aproximando ya que el final estaba por llegar. Uno de ellos sonrió al ver sus cartas, mientras que el otro se llevo la mano al rostro. Fue un poco obvio muy lejano de lo actuado, la desesperación se vio presente en el, no había sido su noche, era raro, nunca se mantenía tanto tiempo en una partida y menos perdiendo tales cantidades y aun así seguir. Siempre queda el factor de la suerte,  con un poco de ella se es posible recuperarse aunque se las este viendo negras. Pero la suerte no estaba con el esta noche y si con su rival, al comparar sus miradas se observaba una enorme diferencia, una era de victoria y la otra de una derrota anunciada.

                Esta parte de la partida era más rápida, con varios jugadores fuera los pasos eran más ágiles y las jugadas mucho más rápidas. Observaban, cambiaban y mostraban. Fácil y rápido. Uno ganaba el otro perdía, no existía el empate, en el raro caso de jugadas iguales, el valor de las cartas mostraba al ganador. Pero esto rara vez ocurría.

                Uno de los jugadores pidió un solo cambio, la jugada en sus manos debía ser prometedora o demasiado arriesgada. El otro realizó un cambio de tres cartas, una situación completamente contraria, una jugada de poco riesgo, ausente de algo mayor a un par, en busca de una tercia, un full o un póker. Todo es posible en una partida de póker, todo se decide en el último momento.

 

Jugador 2

                Un as, una tercia y un rey. No pude evitar que mi sonrisa temblara y apareciera de momento algo muy similar a una mueca de dolor. Mi situación había cambiado completamente, mi rival había efectuado un cambio grande, el panorama me era adverso, debía optar por blofear, por asustarlo, intimidarlo. Puse mis manos sobre las fichas, moviéndolas al centro de la mesa.

-Voy con todo- La habitación completa guardo silencio ante mi exclamación, solo se escuchaba su respiración y el bajo volumen de la música. Logré mi cometido, la sonrisa en mi rival desapareció de golpe, todo signo de fe o esperanza en la victoria se acababa de esfumar. Lo logré, lo tenía donde quería, de nuevo mi rostro expresó todo lo que sucedía en mi interior, no pude controlar mi sonrisa ante el rostro intimidado del rival. Todos lo voltearon a ver, sudaba, transpiraba la angustia, sus ojos mostraban el temor que le había ocasionado mi movimiento, fue algo inesperado que había alcanzado su finalidad. Cruzamos nuevamente la mirada, acento sus cartas en la mesa, paseó la mirada, primero me vio a mí, luego a su montón y por ultimo a sus cartas. Puso sus dos manos sobre el montón restante y las empujo al centro. No dijo nada, ningún presente dijo nada, solo faltaba mostrar las cartas, lo había vencido en la ronda pasada y lo volvería a hacer.

-Muestren sus cartas-Dijo uno de los presentes impaciente por saber el resultado. Ya no había más que hacer, era el momento de saber quien era el ganador. Asenté mis cartas dejando ver mi tercia, ¡esta sería mi noche!

 

Jugador 1

                Las palabras de uno de los presentes me retumbo en los oídos, era el momento, había apostado todo, me dolería hoy, mañana y pasado, no había sido racional, había jugado por jugar y pagado por ver, me merecía la sentencia final. Mi rival cantaba victoria a gritos con tan solo mostrar su enorme sonrisa, mi festejo había durado poco, mi sonrisa se esfumo cuando empujo todas sus fichas al centro de la mesa no dejándome otra opción que seguir sus pasos y apostarlo todo. Una parte de mi sospechaba de un posible bluf, pero la otra agonizaba ante la suposición de que la tercia no fuera suficiente, todo era posible en este momento, observe el montón y luego a el, comenzaba a sudar, esta no había sido mi noche.

                Llegó el momento, mi rival asentó las cartas en la mesa, a un lado del montón de fichas, figuraba una tercia, suspiré, volví a observar las cartas y luego a él, su sonrisa desapareció. Suspire de nuevo, tomé aire y asenté de golpe las cartas dejando ver la jugada final.

   

                                                                                        "El temor y la angustia, provocadas 
en una mesa de póker, son hoy,
fuentes  de mi inspiracion"
Mario Ovies Gage

viernes, 1 de mayo de 2009

"Carta familiar"


"Carta familiar"




¡Era el día! Por fin había concluido tan larga semana. Me levanté, me puse las pantuflas y corrí a despertar a mis hermanos. La casa seguía a obscuras, entre al cuarto de mis hermanos mayores, el aire era pesado y el olor peor, ambos roncaban. Me apresure a llegar a la ventana, corrí las cortinas y la abrí para que circulara el aire. Uno de ellos se levantó.

-¿Qué haces Javier?-

-Ya es hora Juan, es hoy- La cara del muchacho cambio, el sueño desapareció de su rostro, se levantó y salió corriendo del cuarto.

-Voy a despertar a las niñas-

Rodolfo seguía roncando, me aproximé a su cama. Tenía prohibido despertarlo, arriesgaba mucho al hacerlo, pero la situación lo ameritaba. Todos esperábamos con ansias el domingo. Lo sacudí con fuerza. Mi esfuerzo fue inútil, me empujo de un golpe y se cubrió con el cobertor.

-Déjame o te mato-

-Rodolfo, es domingo, despierta- La mención del día nuevamente tuvo el efecto esperado. El muchacho se levantó con los ojos bien abiertos, observo a ambos lados y luego corrió en dirección al baño.

 

La casa cobraba vida, se escuchaban pisadas que iban de un lado a otro, gritos y regaños, parecía un total caos, pero al contrario, era el orden ideal causado por la fecha especial. Despertar a mis hermanos era la parte fácil, ahora estaba atrasado, debía regresar a mi habitación cambiarme y ponerla en orden. No era nada fácil, mi cama, la ropa, zapatos, libros, juguetes y recoger la basura. Si quería sentarme a un lado de papá debía ser rápido y eficaz, tenia la ventaja de que mi cuarto fuera pequeño, pero mis hermanos eran más. Rodolfo y Juan desde hacía tiempo habían desistido, eran lentos y torpes, además de que su cuarto suele estar completamente desordenado para este día. Mis hermanas eran otra historia, Cristina, Sofía y Jimena, eran todo lo contrario a nosotros, su cuarto estaba siempre impecable y sus camas parecían hacerse por arte de magia. Su problema era el momento de arreglarse, aunque tuvieran un baño para ellas solas, la mayor, Jimena, poseía el privilegio de usar el baño y primero, y por ende tardar una eternidad.

Con el tiempo todos hemos desarrollado técnicas, mientras uno de mis hermanos se cambia el otro ordena la habitación, intercalándose para terminar mas pronto. Mis hermanas se turnan los cepillos pero todos sabemos muy bien que no es conveniente hacer trampa, mi madre, después de hacer el desayuno,  mientras nosotros comemos ella sube y checa las habitaciones. Un día dije haber limpiado mi habitación. Grave error, descubrió que todo se encontraba bajo mi cama, fui castigado por mentir y me quede sin estar presente.

El tiempo paso volando, las ansias eran muchas, todos esperábamos este día. Mientras cunde el caos en el piso de arriba, mi padre suele regar las plantas y limpiar el coche. El gran tamaño del vehículo le lleva su tiempo. Para cuando termina el desayuno ya esta en la mesa. El desayuno al igual que muchas de las actividades de la casa tiene sus reglas, el primero en llegar se lleva todo. Desde ser el primero en comer, hasta poder escoger donde sentarse en el coche. Por eso luchábamos todos los domingos, pero en especial, por una sola cosa, los domingos además de ir a misa, llega la correspondencia, los abuelos y algunos tíos nos mandan cartas y el primero en llegar a la mesa tiene el privilegio de abrirlas. En algunas ocasiones llegan paquetes y la emoción es el doble. La semana pasada una de mis hermanas había sido la primera, yo llevaba semanas invicto, mi estrategia era invencible, pero las niñas hicieron un trato, se repartieron el botín. Cristina la más pequeña había logrado vencerme, no sabía cual era su nueva estrategia pero no me dejaría vencer tan fácil.

 

Mi cuarto no comprendió mi convicción por ganar, estaba completamente desordenado, mi madre me lo había estado advirtiendo pero el ir a la escuela y salir a jugar con los amigos se llevó todo mi tiempo. Ordenarlo fue una tarea titánica. Cuando baje las escaleras el desánimo fue máximo, todos se encontraban sentados, solo faltaba mi padre y mi madre seguía friendo los huevos. Las desventajas de llegar al último se hicieron presentes, las botellas de leche estaban vacías al igual que el plato de pan. Me lo tenía bien ganado, no solo había llegado de último si no que mis hermanas nuevamente se repartían la victoria ya que Sofía apenas dos años mayor que yo se acababa de sentar entre ellas.

-¿Qué paso Javier, ya van dos semanas que no llegas de primero?- Dijo mi madre trayendo consigo el platón con los huevos. Mi cara fue suficiente respuesta para que todos en la mesa soltaran la carcajada.

-¿Cuál fue el chiste?- Pregunto su padre que se limpiaba los pies en la entrada. Mis padres se besaron y luego tomaron asiento entre risas y luchas la comida fue siendo servida, mis hermanas tenían el derecho pero mis hermanos tenían los brazos más largos. Mi madre tuvo que poner nuevamente el orden mientras que mi padre solo reía. No siempre es así la situación, esto solo pasa los domingos, entre semana la competencia es menor ya que solo es por la leche o el jugo pues los lugares en el automóvil están asignados, Rolando acompaña a mi padre al frente y en los asientos de atrás las niñas van a la derecha y los niños a la izquierda, no es negociable ya que fue una orden de mi padre.

El resto del desayuno es aburrido, mis hermanos combaten el hambre como si fueran los nazis europeos, ya que todo el tiempo sale en las noticias, mis padres lo comentan y hasta el presidente habla de ello. Mis hermanas como siempre difieren de mis hermanos, ellas luchan por que se les de menos, al principio se quejaban por separado, pero descubrieron que en bloque eran mas eficaces. En esta casa todos hemos aprendido algo, las estrategias son eficaces entre nosotros,  pero mi madre es otra historia, sabe como combatir al bloque de mis hermanas y como controlar a mis hermanos, por eso debemos llevarla en paz con ella. La vida es más fácil con esa táctica.

Todos fueron terminando, mi padre comenzó a platicar. De nuevo recalcó que los domingos son distintos, entre semana la charla es larga, pero este día todos decimos oraciones cortas, contestamos si, contestamos no, muy bien, muy mal, bonito o feo. En un comienzo mis padres se molestaban, pero ya lo habían comprendido, no podían contra nuestro deseo de leerlas cartas. Mis hermanos añoraban leer las cartas del tío Wilbert residente en España. El los actualizaba en lo que sucedía en el otro continente. Ellos eran los que más sufrían y los que mas gozo obtenían al recibirlas ya que llegaban a tardar un mes o dos. Mis hermanas esperaban las cartas de mis tías en Acapulco y Yucatán, les platicaban sobre el mar y sus playas, sobre los barcos, los muelles y el sofocante calor, además de que adjunto en cada ocasión recibían postales de pirámides o de las playas en que habían estado. Y yo por ultimo al igual que mis padres esperábamos las cartas del abuelo, a mis padres los actualizaba con lo que sucedía en los Estados Unidos y a mi me escribía cuentos. Tengo guardados todos los que me a enviado, suelo leerlos antes de que anochezca, después de haber terminado mis deberes.

 

Una vez que terminaron todos de comer, mi padre se levantó de la mesa en señal de que todos lo podíamos seguir a la sala, tomar asiento y esperar a que trajera la pluma y las hojas limpias. Logré observar la caligrafía de mi abuelo y de mi tía en Yucatán. La cara de mis hermanos cambio drásticamente al no ver ninguna carta de mi tío, todo signo de emoción había desaparecido, mientras que mis hermanas tenían ansias renovadas por ver las posibles nuevas postales. Ellas habían llegado de primero, así que mi padre les dio permiso de acercarse a la mesa y tomar las cartas, habían llegado tres, una para cada quien.  

-¿Podemos abrirlas?- Pregunto la menor.

-Claro que pueden- No esperaron más, con el más sumo cuidado le fueron entregando las cartas a mi papá para que las abriera con el abre cartas. La supresa fue enorme cada una recibió por lo menos cinco postales distintas, coloridas y de distintos paisajes. Desde bellos edificios coloniales hasta animales salvajes en la selva, las niñas quedaron fascinadas. Yo ya no aguantaba el leer la carta del abuelo, no podía tan siquiera imaginar que nueva historia contaría, pero aun debía esperar, era turno de mis hermanos.

-Rolando, Juna, ¿qué acaso no es su turno?- Los muchachos cruzaron los brazos en señal de molestia ante el comentario, mis padres soltaron una carcajada. –Salgan el paquete esta afuera- Salieron disparados, solamente se escucho la puerta y luego una fuerte exclamación, llevaban mas de tres meses esperando. Entraron un momento después con un paquete que llevaron al patio trasero, mis hermanas se intercambiaban postales, volteé a ver a mi padre.

-Es tu turno campeón- Mi padre tomo un pequeño paquete y lo abrió, luego me lo entrego. Era un pequeño librito, de pasta desgastada y portada descolorida. El abuelo nunca me había mandado un libro, ni me había defraudado alguna vez, siempre cumplía mis expectativas, pero esta vez el regalo lucía extraño. Mis padres me observaban en busca de mi reacción, abrí el libro para echarle una hojeada. En la primera hoja leí una pequeña dedicatoria que decía; para mi nieto preferido mi más preciado tesoro. Este no era un libro cualquiera, era el diario de mi abuelo, un pequeño libro donde el escribía cuentos todas las noches después de contarlos.

Mi madre se levantó.

-Vámonos a misa, ya casi es hora- Mis hermanos regresaron corriendo y mis hermanas la voltearon a ver.

-Pero mamá falta contestarles-

Mi padre tomó el bolígrafo y una hoja limpia.

-¿Quién va primero?-

 

 

“El escribir una carta es una tradición que poco a poco se esta perdiendo . Les puedo asegurar que el recibir una postal o una carta escrita a mano les causara mucha más alegría que un e-mail o una contestación del facebook. Es más tardado lo se, pero el escribir y expresar los sentimientos de esa manera no tiene igual, ademas que el abrir el sobre en espera de lo que habra adentro es una experiencia unica. Por esto y más los invito a todos, no diciéndoles que hoy ni mañana, a que escriban una carta para no dejar morir esa tradición”

Mario Ovies Gage.