
Ver ese plumaje, sentirlo, desearlo, ansiarlo, necesitarlo. Verte pasar con las alas en alto, extendidas a su máximo punto, con toda la intención de despegar. Ese tu blanco plumaje que me ciega, que me deslumbra, que me ilumina. Como sol, como estrella y yo como tu Tierra, como tu luna, que te necesita para entrar en calor cada día, para vivir cada momento. Soy esa Tierra que gira a tu alrededor sin cansancio, esa Tierra que te ansia ver cada amanecer a su lado.
Te veo y quedo deslumbrado, el verde profundo de tus ojos, casi negro, contrasta con el blanco de tu celestial plumaje. Un vestido lila cubre tu piel morena, quemada por los rayos lunares. Tus pies descalzos acarician la tierra, le dan ese privilegio, como pétalos de rosa que caen se posan sobre el polvo. Ese cabello obscuro que cae como agua y acaricia tus hombros como cascada que llega al rio. Tus ojos mármol verde, aquellas piedras preciosas en tu rostro que demuestran la belleza de tu ser, esa belleza antinatural, belleza imposible, inalcanzable, indomable. No hay halago alguno que te pueda hacer, mis ojos a duras penas logran comprender aquella tu belleza, intentan traducir algo que no conocen, algo que nunca han visto y que nunca volverán a ver. Ahora están ciegos, tras haber contemplado tal espectáculo. ¿Quién soy yo para tal honor?, si tan sólo soy un anciano que contempla al ángel de la perdición.
Mario Ovies Gage.