jueves, 22 de julio de 2010

"Lluvia de ideas"



“Lluvia de ideas”






Ver a ese hombre despegar me llenó la cabeza de cosas. ¡Cómo me gustaría volar! Poder sentir el aire en mi rostro, alcanzar las nubes, volar junto a las aves y poder presenciar el amanecer desde la cima del mundo. El hombre se iba alejando de mi vista, ahora sólo veía una borrosa silueta que jugaba entre las nubes, brincando de una a otra, y de otra a aquella, y de aquella a cualquier otra, alejándose más y más de mi vista, se escondía y volvía a salir, jugaba con mis sentimientos sin saberlo.

Yo lo observaba desde mi punto en la historia, desde un lugar distante en medio de la nada. Paseé la mirada de un lado a otro. Me encontraba solo, no era mi historia, yo era un personaje más, aquel personaje incidental que contempló al principal. Uno más, aquel extra que envidiaba al hombre volador.

Lo busqué de nuevo en lo alto, pero no lo encontré, en su lugar las nubes se habían ideo acumulando sumiendo el panorama en la total obscuridad. Nubes de tormenta ocupaban ahora el lugar de aquellas nubes juguetonas que se habían divertido con el paso del hombre volador. El aire se tornó pesado, el viento corría a gran velocidad seguido por las nubes en una danza de sombras y destellos. Pronto llovería.

-¿No quiere un paraguas muchacho?- Un hombre de sombrero y gabardina me tendía con su mano derecha un paraguas.

-No gracias, necesito refrescarme- Fui sincero, él me comprendió, asintió con el rostro, extendió su paraguas y con la primera ráfaga de viento voló por los aires. Me le quedé mirando boquiabierto, acababa de dejar pasar mi oportunidad para volar, aunque fuese peligroso ya que la tormenta comenzaba a expulsar sus pasiones, yo había deseado con todas mis ganas sin saberlo de que hubiera llegado esa oportunidad, y lo acababa de dejar pasar

Rayos y torrentes de agua viajaban violentamente en dirección a la tierra, recibí con gustó cuando me alcanzó el liquido vital, era una lluvia de ideas, de recuerdos, de historias, de relatos, cada gota era distinta, eran miles de pensamientos y a todos los reconocía a la vez, mi cerebro trabajaba a marchas forzadas identificando y clasificando cada emoción. Extendí los brazos para recibirlo todo. Deje que se escurrieran mis pesares, mis preocupaciones. No me importaba nada, no me interesaba la idea del no saber a dónde ir, no me afectaba la del no tener a dónde ni a quién acudir. Me encontraba bajo una gran tormenta, los campos cobraban nuevamente vida a su sombra, por fin desperté de mi letargo, me sentí vivo al igual que las pequeñas plantas que brotaban del árido terreno. Todo era tan confuso y a la vez tan claro, era ciego y aun así podía ver. Rasgué mis vestiduras, tiré mi camisa destrozada al suelo. Una a una las pequeñas gotas golpearon contra mi piel desnuda, lancé mis zapatos para que mis pies sintieran el frescor de la tierra recién mojada. Comprendí a cada una de ellas, me querían contar sus ideas, me transmitían la carga que llevaban a la tierra, veía a través de su existencia y fui testigo con ellas de lo que habían presenciado. Me hicieron sentir lo que deseaba, aunque fuese un engaño y yo lo supiera, me dejé llevar, sentí que volaba aunque en realidad cayera. Fui una de ellas antes de caer al terreno, caí desde lo alto, me desprendí de mi nube y viajé con el viento. Me hicieron creer que volaba.

La tormenta se tornó violenta, compartía mi pasión, ella quería mi lugar y yo el de ella, nos unimos en un solo ser. Un relámpago iluminó los cielos, algo cambió en mi interior, el agua se tornó más fría. No podía quedarme ahí, debía encontrar al destino, exigirle, cumplir con mi papel aunque no fuera el que yo deseara, seguir con mi camino aunque no fuese el de aquel hombre volador que yo tanto añoraba. A mi no me tocaba ser el que jugaba entre las nubes.

Caminé sin rumbo, con la única idea de encontrar mi destino. Ésta me dio fuerzas, corrí entre sombras cubriéndome el rostro de las ráfagas de viento. El campo se iluminaba por momentos, relámpagos gigantescos contrastaban en su lucha contra la total obscuridad. Todo cobraba vida a mi alrededor, en las piedras crecía musgo, en el suelo nacían arbustos, de los arboles brotaban retoños. Mientras que en mi interior surgía la fuerza necesaria para continuar. No sabía a dónde ir, ni que sería de mi, no tenía idea de que hacer, pero no tenía nada mejor en mente, así que por el momento dejé que la lluvia se llevara todas mis preocupaciones. Corrí como un rayo mientras el viento trataba inútilmente de frenar mi avance. Tomé mi decisión, el personaje incidental que en algún momento contempló al principal acabaría con los papeles escritos en piedra, él tomaría las riendas de la historia al enfrentarse al destino que no le correspondía. Yo, personaje de tercera, acabaría con aquel hombre volador, que el destino había elegido como principal. Conseguiría un paraguas y volaría a las nubes, ahí les preguntaría a ellas que todo lo ven dónde se escondía, una vez que lo rodeara lo apuñalaría con el paraguas. Los cielos se teñirían de rojo, llovería sangre, habrían relámpagos mortales, los arboles morirían y todo animal que se alimentara de ellos. Sería un baño de sangre, una tormenta de muerte. Ese hombre que llegó a la frontera del destino se enfrentaría a mi, yo estaba armado y listo para vencer. Nada se interpondría en mi camino. El calor de mi cuerpo comenzaba a evaporar el agua que intentaba alcanzarme. Estaba listo.

-¡Estoy listo!- Le rugí al destino. Un relámpago se opuso a la obscuridad de la tormenta.

El cielo brilló alrededor del hombre que retó al destino.

El cielo brilló alrededor del Retador.

Su papel había cambiado, la historia lo sabía, se formó una fisura en su trama. El sujeto de tercera que contemplo al hombre volador de primera dejó de existir. En su lugar, en un lugar más grande y más importante apareció “El Retador del destino” aquel ser que fue, que es, y que siempre será el que lo retó. Ahora el escribía su propia historia en hojas distintas a las del hombre volador, ahora el tenía su propio titulo, su propio capitulo, su esencia era nueva, estaba viva, ahora era alguien, se había convertido en “El Retador”.

De entre las nubes salió un rayo de sol que lo iluminó. Toda acción que ahora realizara tenía relevancia, todo acto tenía valor. Pronto se descubrió a su mismo, “El Retador” no podía volar, el no era el hombre volador, pero sí sabía a quien debía acudir. Tenía que encontrar al hombre del paraguas para así poder volar y a las nubes poder alcanzar. En su historia ya no había lugar para lo incierto, el era la punta de la pluma, el era la tinta de su propia existencia.

Sabía a donde ir y que hacer. Nada lo detendría. Alzó la mirada, el rayo de luz que le proporcionaba su destino le permitió ver a través de la tormenta un pequeño poblado no muy lejos. No perdió el tiempo, ahí estaba el hombre del paraguas, con la velocidad de un rayo viajo al poblado.

El rayo de luz me cubrió de la tormenta hasta que esta finalizo cuando por fin llegué al pueblecillo. Era pequeño, y en su entrada se encontraba un grupo de personas, no me esperan a mi, aunque así debieran por su propio bien, rodean algo, algo que a mi me interesa.

-¿Quién será?- Preguntó una aldeana.

-Yo digo que un ángel-

-Un demonio-

-¡Un dios!-

-¡Tonto! Los dioses no caen del cielo-

-¿Y qué me dices del caso en que…

-¡Cállense!- Mi voz era distinta, estaba en negritas, era principio y fin, era orden y exclamación, era un canto, una oración.

La gente guardó silencio. Yo, “El Retador del destino” los había callado.

-¡Déjenme pasar!- De nuevo formulé la orden a manera de canto. La gente me observaba boquiabierta, como en una ocasión en mi vida anterior Yo había contemplado a alguien. Sus rostros cambiaron drásticamente, no me conocían pero lo sentían, su instinto les dijo como actuar, su insignificante existencia los hizo alejarse de mi. Todos los presentes dieron un paso atrás, no podían alejarse de aquel hombre que había retado al destino.

En el centro del grupo había un pequeño cráter no muy profundo. En él se encontraba el cuerpo de un hombre calcinado. Me acerqué, ¿acaso sería él?, ¿mi búsqueda habría finalizado?, algo me decía que si me encontraba frente aquel hombre que en mi existencia anterior me ofreció un paraguas, pero igual presentí que mi tarea no había finalizado aun. Lo único que quedaba de aquel sujeto eran sus huesos, la tormenta me había ahorrado el trabajo, le sonreí al recuerdo. Me agaché y recogí los restos. Los aldeanos murmuraron inconformes, escuché cada uno de sus comentarios, de sus ilusos pensamientos, eran basura. No se movieron de sus lugares, no podían enfrentarme, no podían hacerle frente a su destino como yo lo había hecho, no tenían una razón para hacerlo y las fuerzas necesarias.

Ahí, en el espacio lugar donde se habían encontrado sus restos se encontraba lo que buscaba.

-¡Todo pasa por una razón!- Exclamé para mis adentros. Ahí estaba el paraguas, intacto, protegido por el destino, destino que yo había escrito.

-¡Alto ahí Retador!-

Alguien me acababa de llamar, pero sus palabras no tenían sentido, ningún idioma podía formular con las palabras que lo conformaban tal oración, bajo ninguna circunstancia o lógica existente se podía formular tal ¡ORDEN!

-¡Quién se atreve a llamarme!- La tierra tembló bajo el sonido de mi voz, esta vez no fue un canto, fue un chirrido destructor. Los vidrios de las casas cercanas estallaron. No quise matar al sujeto. Los cielos se nublaron, la tormenta acudía ante mi llamado, acudía para responder a mis pasiones, a mi furia. La gente comenzó a gritar, llovía, pero el patético sujeto seguía ahí, de pie, ante “El Retador”.

-Ese no es tu camino Retador, tú ya lo rechazaste una ocasión.- El hombre se detuvo un momento, de la boca y los ojos le escurría sangre por tal pronunciamiento. -Tú debes acudir a la posada, ahí encontraras a un hombre que te busca-

-¿Y quién eres tu para decirme que hacer? ¡YO SOY EL RETADOR!- Un rayo cayó a mis espaldas, alcé la mano en dirección a aquel hombre que se interponía, lo conduje hacia él acabando con su existencia en una milésima de segundo. Volví a rugir. Expulsé todo mi odio y repulsión hacia aquellas creaturas que me rodeaban y en especial por aquel hombre volador, alcé mis brazos dirigiéndolos a todas direcciones. La energía fluía en mi interior y salía disparada. Expulsé todo. Descubrí la fuerza sin límites que corría en mi interior.

No existía en el universo frontera alguna que “El Retador” no pudiera cruzar. Era una orden, un edicto, estaba en negritas, no se podía ignorar.

Un brillo rodeaba ahora al Retador. Se quedó unos momentos ahí, contemplando maravillado su obra. Su destino le sonreía. Se sonreía a si mismo. Era uno. Un solo ser. Se encontraba sobre los restos de aquel hombre que voló en medio de una tormenta con su paraguas, rodeado de los cadáveres de los antiguos espectadores. Del hombre que se interpuso en su camino no había quedado nada. Las casas cercanas ardían en llamas a pesar de la tormenta, nada podría cubrir su destrucción, la tormenta disfrutaba junto con él del espectáculo. “El Retador” los había juzgado y los encontró culpables, era juez y parte.

Su delito: Interponerse en el camino de aquel hombre que retó al destino.

Castigo: La muerte.

Llovía. Era de nuevo una lluvia de ideas que alimentaba al Retador. Un recordatorio de lo que había sucedido. “El Retador” volteó a ver el cielo. Ya todo estaba decidido, como siempre lo había estado. Destrozó el paraguas de un pisotón, nunca más nadie volvería a decidir, seguiría su juego, pero esto sería por su propia decisión, y no la de otro ser. Acabaría con aquel ser que decidió en que orden debían de darse los acontecimientos y luego acabaría con el hombre volador.

Y así sería.

No habría obstáculo alguno en el camino de aquel personaje de segunda que reto al destino.

“Nuestro camino lo decidimos cada segundo,

un paso dado fue, un paso por dar será,

el paso en sí es, fue y será”

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