A fairy tale
El pequeño corrió por el
inmenso laberinto, atrás de él, una sombra le daba alcance.
-¡Mamá. Mamá!- El grito
quedó ahogado en una explosión de hojas, ramas rotas y crujidos. A lo lejos el
padre del niño volteó a ver una parvada que se elevaba en el aire junto con los
gritos de su hijo. Soltó las tijeras de jardín con las que arreglaba un rosal
para correr en busca de su hijo.
A la sombra del gran caserón
se extendía un inmenso laberinto de setos, en su interior, en el centro mismo
de la construcción de hojas y ramas, se encontraba una hermosa fuente, con la
cual uno se podía ubicar para salir.
El viejo jardinero conocía
el lugar, pero encontrar a su hijo era distinto, podía estar en cualquier parte,
después del primer grito, no volvió a escuchar nada.
-Damián, Damián, ¿dónde
estás?- Corrió sin saber exactamente a donde iba, únicamente tenía en mente la
imagen de las aves volando, pero podrían haber salido de cualquier parte, los
setos eran lo suficientemente grandes para alojar varios nidos. La
desesperación le hacía sudar, hiperventilaba.
Al dar una vuelta más, el
hombre quedó paralizado y de momento no pudo hacer más que gritar el nombre de
su hijo.
-¡Damián!- Escuchó Cinthia
gritar a su esposo. La grave voz del jardinero rompió con el silencio de los
jardines, la mujer salió de la casa a velocidad, había escuchado ruidos antes,
pero al no escuchar nada más había seguido con lo suyo. Ahora era su esposo el
que había gritado y al escuchar el nombre de su hijo, supuso que algo andaba
mal, muy mal.
Siempre le había temido a al
laberinto, llevaban poco trabajando ahí, los dueños les habían permitido traer
a su hijo con tal de que cuidaran todo el tiempo de la casa, y así fue como un
día se topó con el enorme laberinto verde, su marido solía darle forma, él lo
conocía a la perfección, pero ella la única vez que había entrado se había
perdido acabando en la fuente con la extraña mujer al centro.
Tuvo pesadillas, durante
semanas, pero por suerte, siempre al final, la voz de Gonzalo la despertaba,
con sus ojos verdes obscuro, con su bigote entrecano, su esposo la había
rescatado de las sombras de ese infierno, con pasillos llenos de arañas y pequeños
insectos, de búhos y ratones, al anochecer la encontraron, al anochecer la
salvaron de la locura.
Ahora ella iba en busca de su antes salvador, pero eso no la
reconfortaba, el ir en su rescate únicamente le hacía pensar en mil cosas, ¿qué
le habría pasado a su hijo, a su esposo? ¿qué habría pasado para que Gonzalo
gritara así?
Corrió entre los pasillos,
comenzaba a anochecer, aunque la luna ya estaba a medio recorrido, blanca,
llena. Las sombras comenzaban a jugar con su mente, se dibujaban con formas
macabras, formas que en sus pesadillas le habían estado atormentando, miradas
ocultas entre las hojas la contemplaban pasar, no sabía a donde iba, pero algo
en su interior la empujaba haciéndole creer que iba en la dirección correcta,
una vuelta y luego otra, más hojas, más ramas, una araña, una flor entre las sombras,
el sonido de los grillos.
Tropezó con una rama que
sobresalía, alzó la mirada y ahí estaba.
El primer golpe lo derribó,
quedó inconsciente por unos instantes, tal vez minutos, tal vez segundos, pero
al recobrarse la luna estaba a medio recorrido y la noche ocupaba el lugar que
le correspondía. Alzó la mirada y ahí estaba.
De cabellos obscuros,
brillante ante los rayos del atardecer, de una mirada que desgarraba el alma,
de dientes afilados, con unas inmensas alas, celestiales y demoníacas a la vez,
era como en los libros de mitología que había encontrado en la biblioteca, era
un hada, y no como la de los cuentos, sino como la de las pesadillas, era como
la estatua en la fuente, era como la mujer del cuadro en la recámara principal,
su sonrisa de ángel, su mirada demoníaca. No pudo más que gritar, implorándole a
su madre que acudiera a salvarle.
Ahí estaba el cuerpo de su
hijo, completamente destrozado, de las fauces de la bestia escurría brillante
la sangre del pequeño.
-¡No!- Gritó prolongadamente
la madre.
-¡Damián!-Volvió a gritar su
padre. Pero ya era tarde, el cielo se nubló, y más creaturas cayeron del cielo,
el fin del mundo todavía estaba lejos, pero para esos dos, el mundo terminó al
ver a su hijo en las manos de la creatura angelical.
“Hay
quienes tan solo quieren escuchar cuentos de hadas”
Para
mi amiga Cinthia que fue su cumpleaños
y
quería escuchar un cuento de hadas.
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