miércoles, 5 de octubre de 2011

La tienda de papalotes


-Papá, papá, quiero un papalote-

-Hijo- Contestó el papá algo irritado.

-Dale papá, mañana es mi cumple, quiero un papalote-

-Hijo, volvió a contestar el padre, ahora con un tono de tristeza en la voz, bien sabes que aquí no podemos volar papalotes-

-Papá, el tono del padre se vio reflejado en su hijo, pero tú siempre me has dicho que querer es poder, que el que persevera alcanza sus sueños, yo quiero volar un papalote, este año no quiero nada más, no quiero pastel, no quiero paseo, nada más quiero un papalote, como los que vuelan los niños en el computador-

-Pero hijo, y en ese momento supo que no podría continuar, el pequeño tenía razón, toda la vida lo había criado con la idea de ser mejor, de no rendirse, y de que si uno se esforzaba, todo lo que soñara lo podría alcanzar, bueno, mañana iremos a la tienda y a ver que encontramos-

Toda la noche no pudo dormir, la sonrisa de su hijo, la alegría con la que comentó durante la cena lo que haría con él, deseaba correr por la habitación, dormiría con él entre los brazos, imaginaría que corría por inmensos campos verdes mientras el viento acariciaba a su pequeño tesoro.

Temprano en la mañana el pequeño ya estaba ahí.

-¿Ya nos vamos?-

-Deja me arreglo, ¿ya estás listo?-

-No dormí papá, estuve viendo el amanecer-

-Ya sabes que no debes de hacer eso-

-Pero es mi cumpleaños papá, prometo no volverlo a hacer-

Salieron de la habitación, caminaron el túnel de compartimientos y salieron al túnel principal la luz del sol y de las estrellas iluminaban tenuemente la habitación. La temperatura era agradable, simulaba a una primavera tropical. Otras personas disfrutaban del gesto saliendo a caminar o tomando café a la puerta de sus compartimientos.

La tienda general no estaba muy lejos, y aunque sabía que no encontraría lo que buscaba por lo menos vería que podía comprar para armarlo.

-Anda ve, busca tu primero mientras yo veo unas cosas con el encargado- No necesitó respuesta, su hijo salió corriendo a buscar entre las estanterías.

-Hola Miguel, le dijo al encargado, un hombre unos cuantos años menor que él, necesito pedirte un favor-

-¿Qué se te ofrece? Ya sabes que lo que necesites, te debo una, y no una, si no las que quieras-

-Ah, ya te dije que olvides eso-

-¿Cómo quieres que lo olvide? Me salvaste de una grande, pero no es para que discutamos, ¿en qué te puedo ayudar?-

-Pues, dijo resignado, ya sabes que es el cumpleaños del pequeño, y pues, me pidió un papalote- Miguel río, pero casi al instante se contuvo.

- No puedo creer que lo vaya a decir, pero tengo justo lo que estás buscando-

-¿Qué? No me estás tomando el pelo, ¿verdad? Porque te juro que me voy a molestar-

-No, ¿cómo crees? Si lo tengo, de vez en cuando, algún pequeño lo pide o alguno que otro melancólico. En ocasiones las cosas más simples de nuestros pasados nos pueden hacer conseguir de nuevo una sonrisa, es un buen regalo en estos días-

-¿Lo puedo ver, está a la venta, me lo puedo llevar?-

-Sí, si y si, le contestó emocionado el vendedor, deja lo voy a buscar-

El padre recorrió la tienda buscando a su hijo y lo encontró al fondo, sentado en el suelo.

-¿Qué pasó pequeño?-

-Papá, te he defraudado a ti y a mami, no encontré el papalote- El pequeño se tragó su llanto, no lloraría frente a su padre, se limpió rápidamente las lágrimas.

-Ven acá- Lo atrajo con sus brazos y lo envolvió en ellos como nunca. Tu mamá nunca estaría decepcionada de lo que has logrado, al igual que yo, siempre estaremos muy orgullosos de ti. Guardó silencio y lo abrazó fuertemente, con todas las energías de las que fue capaz de transmitir.

-Vamos con Miguel, te tengo una sorpresa- La mirada del niño no cambió, se seguía sintiendo derrotado, las palabras de su padre todavía no surtían efecto pues aún le daban vueltas en su cabeza.

-¿Cómo sabes que no está decepcionada de mí?-

-Porque pensábamos igual, así que no te preocupes, estoy muy seguro de eso-

Caminaron tomados de la mano hacía la recepción donde Miguel se encontraba sosteniendo un papalote de colores obscuros.

-Le llamo la estrella danzante, sus colores se pierden en la inmensidad del espacio- Era negro, con pequeños puntos blancos y en el centro, el sol, deslumbrándolo todo.

-¡GUAU! exclamó el pequeño fascinado, ¡lo lograste papá!-

-¿Y a mí no me das gracias? Preguntó Miguel con fingida indignación, es una obra de arte, es un regalo al cosmos-

-Gracias Miguel- dijo sin desviar la mirada de su regalo, era un sueño hecho realidad, era lo que había estado soñando, por fin, su madre quedaría complacida.

-Ahora yo te debo una-, le dijo en voz baja al vendedor.

- Por la sonrisa de tu hijo puedo decir que estamos a mano, aunque no me quejaría de una de esas botellas que tienes en casa.

-Trato hecho-

Caminaron en silencio por el túnel norte, de camino al centro de la base, el pequeño nunca había estado ahí, pero en esos momentos no tenía ojos para otra cosa que no fuera su papalote.

-Entra hijo, le dijo al pequeño al ingresar un código en una puerta para un ala restringida, hoy disfrutaremos a lo grande-

En ese momento tuvo que quitar la mirada de su papalote, lo que tenía enfrente era de lo más maravilloso que había visto en sus recién cumplidos diez años, la Tierra dejaba ver el continente americano acariciado por la luz Solar, a lo lejos el astro iluminaba la habitación, rodeado de una infinita cantidad de estrellas, esa tarde el volaría su papalote en la habitación más grande de la base lunar, el encristalado dejaba ver dejaba ver el universo a todos aquellos que habían perdido a un ser querido, no muy lejos del pequeño se encontraba, sin saberlo él, la tumba de su madre, orgullosa hasta la muerte, de ser la primera en dar a luz fuera de la tierra.

“Nunca habrá límites para dejar volar el papalote

que es nuestra imaginación”

Para Gabriela Gómez, y su genial idea.

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