domingo, 5 de octubre de 2008

"Del otro lado"

"Del otro lado"


Un chirrido mortal, la lluvia, truenos y relámpagos, una noche de sombras, arboles, un grito de alerta.
La lluvia fue o era como una caricia, ella no lo sabía simplemente la sentía. Ella sabia que existía pero no sabia ni como ni porque. Simplemente estaba ahí. El suelo era cómodo, como su cama, como su almohada. Era dulce recordar lo acogedor de su alcoba, los truenos, siempre presentes interrumpían su placentera estadía en el suelo. Pronto se vio rodeada de la incertidumbre y se vio forzada a levantarse por una fuerza interior que le devolvía la vida. La pequeña Daniela se encontró pronto sola en el bosque, la humedad se comenzaba a elevar entre las ramas de los viejos pinos. Los aromas de un bosque nuevo salían de las pequeñas plantas que decoraban el suelo. Pero ahí seguía, aunque el paisaje fuera hermoso, la niña se encontraba sola, sola en un lugar desconocido, sin saber que hacer ni a donde ir comenzó su recorrido. La noche era joven, la luna apenas comenzaba su viaje que la pequeña disfrutaba contemplando su belleza blanca, su paz, su armonía con el entorno. Entre rama y rama ella le sonreía al espectro nocturno, y este le devolvía energía para continuar iluminando su camino con el reflejo de un distante sol dormido.
Lechuzas y grillos conformaban una orquesta sin director, un ritmo único, del todo natural, con un público de árboles e imponentes pinos. La inocencia se fue, se marcho y no dejo rastro, solo trajo miedo, temor, suspenso, una desconfianza total; su sangre se congelaba con el frío nocturno mientras su corazón luchaba por hervir la sangre. Un latido tras otro, un eterno sonar de tambores, con altibajos causados por sombras, de ramas, de animales, ruidos, cantos, trampas de la noche misma. La histeria total. Fueron metros, quizá kilómetros, una larga distancia eso si, guiada por la luna ahora lejana en la cima del mundo, escoltada por viejos robles y manzanos, y pequeños testigos que observaban a la niña correr desenfrenadamente a su perdición. Las ramas atraparon el cuerpo de esa alma solitaria, la llevaron a la locura, una desquiciante histeria, creando un desbordante océano de pensamientos que acabaron por lanzarla a una calma total.
Pequeños universos daban lugar a millones de estrellas, estrellas como granos de arena en las dunas de un desierto, todos en un solo pensamiento, una mente perdida que se encuentra con la luz al final del túnel. Aun no es momento, el alma regresa.
Daniela, si ahí estaba. Tendida ante un enorme portón de madera, tallada de un árbol milenario, de una belleza incomparable. Un decorado de oro la iluminaba, un oro oxidado por los años mostraba el antiguo esplendor de una época dorada. Era un viejo edificio cubierto por los años de abandono. Pequeños arboles habían crecido de agujeros de las paredes y gran cantidad de maleza cubría las tejas de algunos techos. Lo que se veía a simple vista era una imponente fortaleza. Las ramas amortiguaron el golpe contra la puerta, pero fue tal la fuerza que esta se abrió para darle paso a la muchacha. El frío mármol adornaba el suelo de una enorme habitación. Varios minutos pasaron, eternos, infinitos o incontables no se sabe solo es una medida. En este momento su mente estaba en todos lados a la vez, de nuevo el túnel ahora con esa luz aun más cercana, un calor acogedor pero a la vez quemante, la atraía y la ahuyentaba. Allí yacía tirada de nuevo ahora con un terrible dolor de cabeza. Su vestido estaba destrozado, tenía entre los bonitos decorados manchas de lodo que ocultaba los colores. Se levantó y se acomodó el cabello intentando recordar donde se encontraba. Estaba perdida eso era obvio. No era la primera vez, ya lo había estado antes.
Una luz. Gritos. Un llanto constante de una madre en pena.
El dolor de cabeza la había cegado pero poco a poco fue recobrando la vista. La habitación se encontraba perfectamente iluminada. Cuadros adornaban las paredes, estantes repletos de libros, viejas armaduras, cabezas de animales, osos, tigres, cebras y toda clase de animales imaginables, bellos candelabros iluminaban coloridamente el techo, una enorme chimenea con un insaciable fuego iluminaba una pequeña sala y algunos enormes vitrales con santos de la antigüedad vigilaban con caras atormentadas a la muchacha. Un fuerte ruido la despertó. La puerta se encontraba cerrada. Al encontrarse mojada y descalza la habitación se torno más fría y le ganó la tentación de acercarse a la chimenea. Un rato basto para calentar su cuerpo más no su espíritu. Ahora en su interior pasaba de la locura temporal a la curiosidad. ¿Que hacia en medio de la nada un enorme castillo con una chimenea encendida y un dulce café esperándola en una mesa? ¿Café? De nuevo despertó de su momentánea meditación, ahora aumentaba esa naciente curiosidad. ¿Era esto real? ¿Sería todo esto un sueño? Daniela se propuso en ese momento a responder tantas preguntas. -Romper el hielo... Sí, si eso hare.
-¡¡¡HAY ALGUIEN!!!- Grito esperando una respuesta. Nada. Solo el fuego. Devorando unos cuantos troncos recién talados.
-¡Salgan! No les hare nada- No tenia caso volver a intentarlo, no era una muchacha tonta, sabia que algo estaba sucediendo, bien sabia que no debía asustarse.
Con su taza en mano decidió echarle un vistazo al lugar. La curiosidad la consumía, lentamente era devorada por la necesidad, nació en ella la pasión por saber más. La habitación era monumental, partida por la mitad por una escalera. No fue difícil la decisión, la joven comenzó a subir las escaleras sosteniéndose en un barandal de madera que la decoraba, caminando sobre una bella y suave alfombra roja que la guiaba en su caminar. La juventud la llevo a subir con agilidad una infinidad de escalones para llevarla a un largo pasillo, con figuras que decoraban las paredes, pequeñas linternas, mesitas con figurillas de animalitos con pequeñas linternas, sillas de madera y algunos sillones conformaban la escenografía de un largo pasillo repleto de puertas, sientas de miles de puertas, todas iguales sin el más mínimo detalle. Regreso, más bien ahí seguía, esa curiosidad por saber más la cual la forzó a ir a la puerta más cercana. Fue corriendo a la primera puerta de la derecha pero algo la detuvo, en el momento en que iba a tocar la manija. Este era un sentimiento nuevo o viejo tal vez. ¿Miedo sería? ¿O una curiosidad al extremo? Esta puerta al verla de cerca era distinta, un poco por encima de su cabeza, de un color dorado brillante se encontraba colgando un número "1".
Un trueno, relámpagos, un choque de luz.
Su mano acababa de girar la perilla dejando a la puerta abrirse lentamente. La habitación estaba bien iluminada, un fuerte rayo de sol entraba por los ventanales, una ligera cortina de seda inútilmente oponía resistencia al paso de este. Había gente.
-Al fin....- Su boca dio un movimiento inútil pues las palabras se rehusaron a salir. El único sonido provenía de una mecedora donde una señora de rasgos finos tejía tarareando una canción de antaño. A su lado una niñita peinaba a su muñeca. Daniela se fijo en la extraña habitación, en sus ocupantes, en cuadros borrosos cuyos ocupantes no distinguía.
-Mamí- Dijo la pequeña. -¿Cuando va a llegar papí?-
Daniela fijo su vista en la pequeña, su mente comenzó a dar vueltas sin parar, era eso posible. Sin pensarlo comenzó a caminar hacia atrás, arrastrando los pies, aumentando la velocidad hasta caer. En ese momento la niña volteo. Una mirada perdida, inocencia pura, años de inexperiencia sobre la vida misma desataron de nuevo en la muchacha esa histeria pasada, esa curiosidad transformada en temor. Rápidamente se levanto y hecho a correr hacia la puerta cerrándola de un asoton a su paso. Tardo en recuperar la respiración y poner en orden sus ideas, el tiempo le había regalado un don, el don de la razón la cual comenzó a usar con prontitud. Decidió salir de esa pesadilla, regresar por el pasillo, bajar las escaleras, atravesar el gran salón y abrir el portón de madera. Volteó sin pensarlo dos veces dispuesta a regresar, cuando se percato de algo. Frente a ella seguía el pasillo. No era posible. Volteó sin respirar, para ver que lo único que había era un largo pasillo lleno de mesitas, sillas, sillones, cuadros, armaduras e incontable número de puertas. El lugar era el mismo, con la diferencia de la inexistencia de las escaleras. Viro para encontrarse de nuevo con la puerta. Un nuevo número colgaba de ella "2". Era extraño, ella había cruzado la puerta con el número uno, y al salir de la habitación se encontraba frente al dos. Su mente era traicionera, sería verdad lo que había visto en esa habitación, o sería parte de esta nueva realidad. El temor que le causaba entrar evito que regresara, así que opto por proseguir, continuar, avanzar, dejar los problemas atrás y seguir con su eterno caminar. Era una opción claro o tal vez su única opción. En su interior tenía el presentimiento de que el tiempo era poco y que pronto llegaría a su fin. Así, que decidida, prosiguió. Caminó y caminó, viendo las pequeñas mesas con gatitos de cerámica, caballos de madera, viejos ceniceros, cuadros borrosos, elefantes de piedras preciosas, hasta detenerse en algo que rompía con lo monótono del pasillo, una ventana. Primero casi como alguien que encuentra una respuesta al dilema universal, se lanzó sobre ella para intentarla abrir. El forcejeó fue momentáneo, pronto comprendió que sería imposible abrirla. Prefirió entonces ver por ella. La suave y delicada lluvia se convirtió en una pasional tormenta, un duelo de luces y sonidos, rayos y relámpagos, una batalla de dioses. La luna se había perdido en este despertar de nuevas emociones, nuevos sentimientos, yacía oculta, reprimida por nuevas sensaciones, como parte de un pasado incierto. La pequeña Daniela había desaparecido para dejar a su paso a una mayor, consiente y racional, apegada por su deseo a vivir se despegó de la ventana para proseguir. La primera puerta de la izquierda tenia un pequeño número "3". Tomando en cuenta su error anterior decidió correr para encontrar el siguiente número y así seguir hasta llegar al final. No fue mucho lo que tuvo que correr para encontrar el siguiente. De nuevo colgado en la puerta, había un pequeño número tres. No era lógico se apresuro a pensar la joven. Regresó sobre su paso corriendo. Tres cuatro puertas, cinco, seis y nada, no había ningún número. Se detuvo, tomó aire y volteó de nuevo. A su izquierda seguía la puerta con el número tres, el mismo sillón y la misma mesita con un pequeño elefante de jade. No había avanzado, ni avanzaría. Comprendió que se veía obligada a abrir esa puerta. Esa necesidad interior, pasada ya por los años, seguía ahí, renacía por la necesidad de saber más, la necesidad del complemento, la necesidad del conocer, la necesidad de girar la perilla y ver que hay mas haya.
La puerta se abrió lentamente para dejar a la vista la misma habitación. El susto la dejó paralizada. Fue muy lenta su reacción, la puerta se cerró al instante. Una rápida mirada le bastó para contemplar los cambios. Era de noche, la luna siempre testigo de lo sucedido llevaba poco de haber comenzado su viaje pues observaba desde la ventana. La mecedora se encontraba inmóvil en una esquina de la habitación. Un viejo librero adornaba la pared entre dos ventanas abiertas, ambas con cortinas de colores verdes y dorados. La habitación se había transformado de un cuarto a un bonito estudio con una chimenea y un gran sofá. En este se encontraba un señor a la sombra fumando un puro.
-Que quieres pequeña- Dijo con una voz grave por los años de fumar pero suave a la vez de un padre bondadoso a su hija.
-Saludarte-
-Ya me habías saludado. Es hora de dormir, mañana tienes clases-
-No quiero ir, quiero estar contigo-
-No te preocupes, estaré todo el día contigo cuando vuelvas- Esas palabras iban dirigidas a ella, pero la voz de la niñita no provenía de su boca, en ese momento como si fuera un fantasma, un ser la atravesó, la pequeña se acercó a su padre y lo abrazó.
-Te quiero mucho papí-
-Y yo a ti mi hijita-
La voz se hizo cenizas, el sonido del fuego se detuvo, esos seres se quedaron inmóviles en una eterna escena conmovedora. Un segundo de eternidad. El reloj dio las diez, la pequeña soltó a su padre.
-Tengo sueño-
-Ve a tu cuarto, en un momento estaré contigo- La niñita se alejó de su padre, abrió la puerta y se hecho a correr. Daniela opto por seguirla, empujo la puerta y salió de regreso al pasillo. La puerta se cerró. No estaba asustada simplemente sabía que así tenía que ser. La razón le permitía ahora concentrarse más, no actuar por instinto si no de manera preparada, meditando cada acto, sabiendo lo que hacía y hacia donde se dirigía. Se encontraba de nuevo en el pasillo, ahora de la puerta colgaba el número "4".¿Que tan largo iría a ser este proceso? Eso no lo sabía, pero rápidamente se dispuso a no esperar a que las puertas tuvieran un número, así que abrió la puerta de enfrente. No hubo ninguna sensación, ningún parar del tiempo, ni nada, simplemente se encontró parada frente a una pared, igual pintada que el demás pasillo. No la cerró simplemente abrió la siguiente puerta, en esta ocasión había un pequeño cuartito, con algunas escobas y cubetas, además de algunos artículos de limpieza. La cerró y se lanzó a la siguiente, dos puertas, tres puertas, y nada simplemente paredes, simplemente ilusiones y fracasos que no llevarían a nada. El cansancio y la desilusión la llevaron a sentarse en un sillón. Contemplo a ambos lados para ver la cantidad de puertas que había abierto. Frente a ella se encontraba otra ventana. La tormenta había pasado, pero había causado algunos estragos, pero el agua, la vida que ella contiene, había alimentado al bosque, que poco a poco se recuperaba. Más haya de la cima de los arboles se encontraba la luna, cercana a llegar a la mitad de su recorrido seguía vigilante, observaba ahora que la juventud se iba, se alejaba poco a poco del cuerpo de Daniela, la juventud se iba y daba paso a la experiencia al conocimiento y a una pisca de sabiduría.
Una alarma empezó a sonar regresando a Daniela al lugar en que se encontraba, dormida o despierta, todo daba igual, se apresuro a la mesita que se encontraba debajo de la ventana dispuesta a llegar y apagar la alarma. El silencio retorno. Tranquilidad. Con el tiempo ahora distante para molestar, Daniela se dispuso a terminar con esto. La primera puerta a su derecha, la única que no había abierto de ese lado tenía colgado el número "5". Sin dudarlo y sabiendo que nada malo le pasaría la abrió. Sorprendida de lo que vio, dio un paso adelante cerrando la puerta. Era un nuevo pasillo, la misma alfombra roja, el mismo estilo de decorado, con la única diferencia en la iluminación. En lugar del techo de mármol, había un bello encristalado en forma de cúpula que mostraba un cielo iluminado por estrellas y por la luna, que ahora se hallaba a mitad de su viaje. Era algo raro, al entrar en el castillo, la luna se hallaba en ese punto, tal vez una infinidad de tiempo había pasado, o simplemente era parte de la magia de ese lugar.
Ahora había un número "10".
-Un cambio. Eso es bueno. Pronto llegare. Llegar a donde se dijo para sus adentros.
Comenzó a recorrer, esperando otra puerta con un numerito plateado. Ahí estaba a tan solo tres puertas el pequeño y brillante "11". Abrió la puerta asustando al mismo miedo y sin titubear. Ya no era ni el pequeño cuarto ni el estudio ahora se encontraba con un comedor al frente. Tres personas se encontraban ahí presentes, disfrutando de sus alimentos. Una deliciosa pasta cubierta por una salsa verde, con un acompañante de cerdo. La señora se levantó abrió una puerta a su izquierda y salió del comedor. Daniela tomo asiento y se puso a contemplar esperando qeu algo pasara. Ahora se daba cuenta que el antiguo temor era por la familiaridad de las escenas que se le presentaban, pero aun no sabia de que trataban estas. La madre regresó con una enorme jarra de agua. El señor ni se inmutó al ver el trabajo con el que ella lo llevaba. La asentó en la mesa y sin pronunciar palabras continuo comiendo. La pequeña niña se paro en su asiento, cogió la jarra dispuesta a servirse, al sujetarla le ganó el peso derramándola mojando a sus padres.
-Mira lo que has hecho- Grito la madre.
-Perdón mamí no lo hice- Una voz cortada salió de la boca de la niñita.
-No me vengas con peros. Cuantas veces te he dicho que no te pares en tu silla para coger la jarra-
-Perdón-
-Nada de perdón, vas a estar castigada-
-Fue un accidente- intervino el padre. La escena se torno tensa. El tiempo se detuvo. Una brisa fría entro por las ventanas. La puerta de la cocina se abrió lentamente. Dejando pasar a un ser blanco, de ropas relucientes de blancura, sin rostro alguno, se acercó a la mesa y tomo asiento. Daniela no contuvo su miedo, intento levantarse pero la silla la tenia presa, intento gritar, de nuevo ningún sonido provino de su ser, estaba atrapada, en presencia de ese ser, que tenia la mirada sin rostro fija en ella.
-¿Que te pasa Daniela? Que acaso no estas a gusto en mi morada- Daniela sabía que en este momento si podría contestar, pero no tenía el valor, su travesía por el palacio había sido hasta este momento tranquila. Ahora recuperaba ese temor que la persiguió por el bosque. Una fuerza interior le dijo que ese era el momento. Empujando la silla hacia atrás logro librarse del embrujo, arrastrándose primero hasta recobrarse, levantarse y correr hacia la puerta. La cerró a sus espaldas. Alguien toco la puerta. Ella sabia quien era, primero muerta a soltar la perilla. Se escucho de nuevo a ese ser tocando la puerta pero esta vez acompañada por un susurró.
-Ya casi es hora, regresa Dani, regresa- Eso fue suficiente para que soltara la puerta, dejando atrás la número once, correr, abriendo la primera puerta con la que se topara, de nuevo solamente la cerro.
De nuevo se encontró en el pasillo poco iluminado con el número "6" colgando arriba de ella. Un número más un número menos, ahora sabia que algo la seguía. Proseguir era la respuesta obvia pero antes asegurarse de que esa creatura sin rostro no la siguiera. Se acercó a la mesita más cercana pensando en moverla y detener el paso de la creatura. A un lado de una linterna se encontraba un pequeño objeto brillante, una pequeña llave. Eso era algo nuevo, no creyó en la casualidad la agarro y continuó su camino olvidando por un instante en la creatura. Rápido encontró lo que buscaba. La puerta número "7". No tardo, ni pensó, ni medito, simplemente su mano ya estaba sobre la perilla.
Un choque, dos choques, una luz, gritos, truenos, la lluvia acariciando un cuerpo.
La puerta estaba abierta. Dio un paso al frente dejando la puerta abierta, en ella ahora colgaba un reluciente número "8". La habitación estaba a oscuras. Iluminada tan solo por la luz de una computadora. Un muchacho se encontraba sentado frente a ella cuando se percató de la presencia del extraño.
-Ya era hora de que llegaras.
-¿Cómo?- Dijo ella perpleja.
-Te esperaba hace tiempo. Ya es muy tarde, en unas horas amanecerá-
-Estaba perdida-
-¿Perdida dices? ¿Esta perdido el que sabe que hacer y a donde ir? Yo no creo que estés perdida-
-¿Como sabes todo eso?-
-No lo sé. Yo te pregunto ¿como llegaste hasta aquí?-
-Cruzando una puerta-
-Ya vez si sabes que es lo que tienes que hacer-
-Pero... -Titubeo, sabía que ese muchacho tenía razón. -Tengo miedo-
-¿Miedo a continuar?-
-Sí-
-A eso nunca hay que temerle, vamos, debes de continuar-
-¿Si debo continuar, porqué me esperabas?-
-Tenía que verte antes de terminar, por cierto gracias por venir. Ahora que ya sabes lo que tienes que hacer debes irte, ya casi es hora. Yo igual debo terminar-

No fue fácil salir, la habitación tenía un aire de comodidad, pero ya era tarde, no era el momento de descansar, pronto llegaría pero por ahora lo primordial era terminar lo que había iniciado. Cerró de nuevo la puerta. Se encontró de nuevo en el pasillo iluminado por el encristalado. La luna ya no se podía ver, el cielo se encontraba perfectamente iluminado por miles de estrellas. a su izquierda vio 7 puertas, todas con un numerito brillante que ella ya conocía. Al fondo las escaleras llevaban al portón de madera, abierto dejando entrar el agua de la tormenta. Ella sabia que ese no era el camino, el camino se encontraba a su derecha, a unos cuantos pasos de ella se encontraba la última de las puertas con el número "9".
La puerta ya estaba abierta, solamente fue cuestión de empujarla. La siguiente no era una habitación era el inicio de una escalera de caracol. El tiempo transcurrido había deteriorado a Daniela, ahora ya, una mujer adulta, que al ver la infinidad de escaleras suspiro, respiro profundo y tomando toda su fuerza interior comenzó a subir las escaleras. Subir y subir, escalón tras escalón, un eterno subir. Pronto ya no pudo más, la chispa de vida se agotaba, la edad la alcanzó y pronto la rebasó. El tiempo tomo venganza, ahora se arrastraba por los escalones. Uno tras otro, poca era la fuerza que quedaba en ella. Hasta que. La vio, era una luz, la misma luz que la había motivado..
Un choque, dos choques.. No truenos, no lluvia.. Otro choque. Un lamento. La luz.
De nuevo tenia fuerzas, de nuevo tenía vida, había perdido la razón del tiempo y de la vida, de nuevo era una niña. Su mano estaba aferrada a la perilla. Con fuerza la giro. Nada. Le dio para un lado y para el otro. Nada. Comenzó a llorar. Tanto para nada. Comenzó a sollozar. Se acordó de la pequeña llave. Una sonrisa se dibujo entre las lágrimas. Saco la llave y la metió en la perilla. La puerta se abrió.
Una rica brisa acarició su rostro.
-Pasa por favor- El ser blanco la estaba observando desde un balcón. Esta es la torre más alta de mi castillo. Necesito que veas algo.
Era hora de enfrentar a su miedo, su miedo a perder lo más preciado, la vida. Recorrió la Habitación, una clase de observatorio circular, rodeado de ventanales y una enorme cúpula que dejaba caer un hermoso candelabro. Daniela recorrió la habitación de manera decidida, lista para enfrentar al destino, lista para lo que sea, en parte con la ingenuidad de un niño en parte con la madurez de un adulto. Se acercó. Contemplándolo frente a frente. No tenía rostro, no tenía facción alguna, simplemente era una forma humana, cabeza, brazos y piernas, cubierto por una capa blanca con capucha.
-Estoy lista-
-Lo se-
A sus pies pudo observar el bosque y a lo lejos una carretera. La luna se había ido, su eterno vigía se había marchado, el amanecer estaba próximo.

Había dormido un par de horas en el asiento trasero de la camioneta. Algo la había despertado, un ruido molesto, unas voces conocidas, el pasar de los coches, las luces del camino.
-¿Mamí que sucede?- Dijo con una voz del que aun esta dormido.
-No pasa nada hijita, vuélvete a dormir- Contestó su padre con una voz tranquilizadora.
-Como que no pasa nada, no le quieres decir la verdad, entonces yo se la diré- Le reclamó su madre en un tono cortado.
-Deja que se duerma, no quiero seguir discutiendo-
-Si no es ahora, entonces cuando. Nunca estás, si dices que la quieres tanto porque nunca estas con nosotros-
-Tengo mucho trabajo. Estoy muy ocupado, si no fuera por mi, otra sería la situación-
-Eso no es pretexto para que me engañes con otra-
-No vuelvas a empezar con eso, ya te dije que fue lo que paso-
-¿Que fue lo que paso? Quieres que me crea lo que dijiste, di la verdad, o igual, le mentiras a tu hija-
-Suficiente, no tengo que rendirte cuentas-
Su padre comenzó a acelerar. El sonido de los coches que pasaban era estruendoroso.
-¿Que pasa papí? ¿Porque llora mamí?-
Un silencio total, solo interrumpido por el pasar de otro coche a alta velocidad.
-No pasa nada Dani, duérmete ya- Con la mano temblorosa, encendió la estéreo metiendo un cd.

"Once upon a time, there was a tavern
Where we used to raise a glass or two."

-Pones la música como si nada pasara...- Dijo su madre elevando su tono.

"Remember how we laughed away the hours,
Think of all the great things we would do?"

Movió su mano para apagarla, pero su padre la puso antes y le subió el volumen. Una luz se vio a lo lejos. Comenzó a llover.

"Those were the days, my friend!
We thought they'd never end.
We'd sing and dance forever and a day."

-Me vas a ignorar como si nada- Dijo totalmente desconcertada su madre, como si no entendiera lo que hacía su esposo.
-¿Que quieres que haga? ¿Que me detenga?-

"We'd live the life we'd choose.
We'd fight and never lose.
Those were the days, oh yes those were the days!"

El coche empezó a frenar pero estos no respondieron, el suelo se encontraba empapado, el coche giró. Una luz deslumbrante, un chirrido mortal, la lluvia, truenos y relámpagos, una noche de sombras, arboles, un grito de alerta.

-Estoy lista.
-Lo sé.

Una rica brisa, con olor a pinos, con olor a vida, acarició su rostro, cerrando la puerta.
-1,2,3. Un choque, la sirena, paramédicos corriendo.
-1,2,3. Un trueno, relámpagos, un choque de luz.
-1,2,3,¿Respira? Se escucho como un suspiro.
Por Mario Ovies Gage

9 comentarios:

Ponxo dijo...

Me encantó, de verdad. Uns historia compleja. Donde todo es surreal y enigmático. Me gusta la sensación de pánico y misterio que la historia transmite. ¿Por mi? Que viva Daniela.

Juan Pablo Galicia dijo...

Quién dijo que no existía el surrealismo mexicano?
Excelente manejo de los tiempos, aunque sigue pareciéndome que faltan comas en ciertos lados no le veo mayor yerro.
Tienes todo para escribir, sigue haciéndolo.
Saludos.

mikelo22 dijo...

esta largo pero a decir verdad no lo deje de leer.... hahaha es muy bueno, no encuentro fallas hahaha eso de la pasta con salsa verde me suena familiar :P hahaha pero me parecio buena..... hasta me conmovio...peor no me hizo llorar -- ahahahaha y como dije la otra vez. solo a los muertos les importan los errores tipograficos hahahaha

Marcela dijo...

¡¡¡¡Felicidades Mario!!
me encantò la idea de que estès ecribiendo..... necesitamos mentes nuevas para la nueva vida...
cariñosamente
Nenè

Unknown dijo...

Excelente cuento, muchas felicidades. Me atrapó y no pude dejar de leer hasta acabarlo. Pulirlo un poco no estaría mal, en la ortografía y uno que otro detalle de redacción... Fuera de eso, me fascinó, me encanta tu estilo. Felicidades nuevamente.
Éxito

Anónimo dijo...

Hey ovi!!
Muy buen cuento la verdad..
Me encanta tu inclinación por el surrealismo :)
Algún día psicoanalizaré tus cuentos jaja..
Sigue escribiendo, lo haces de maravilla.
Reyna.

Anónimo dijo...

Primo felicidades, el uso de detalles en la historia es imprecionante, llegando a un punto en donde puedes vivir la historia, el suspenso que usas lo hace mas entretenido. me gusto sigue asi.

cgage

Anónimo dijo...

Tan simple que es morir y tan difícil que es comprenderlo. Recurrir a lo irreal para comprenderlo es tan lógico que parece absurdo pensar en ello.
No sé en qué te habrás inspirado para escribirla, pero el resultado fue agradable.
Lo primero en notarse es el vocabulario, aunque amplio y extravagante, a veces queda fuera de lugar. Las palabras simples son tan intelectuales como sus sinónimos. Sobre lo surrealista, me gustó como lo utilizaste para explicar la transición vida-muerte. Por último, no queda más que felicitarte por la trama de la historia, aunque ya abarcada bastante, le diste un giro personal. Y la misma observación que Galicia, aunque parezca bobom una coma o acento pueden cambiar mucho el significado de todo un párrafo. Espero un siguiente cuento...

Anónimo dijo...

creo q nunca cambie de lugar mi comentario vdd obi?
jajjajajaja
pero ya sabes
ME ECANTOO!!! jajajaja
espero recibir mis honorarios cuando seas famoso
att daniela!