miércoles, 18 de febrero de 2009

"RUTA NOCTURNA"

“Ruta nocturna”




Está ocasión era distinta a las pasadas, el cielo nocturno era la primera diferencia, no solía tomar el camión por las noches, mientras que la segunda diferencia era que la ruta fuese distinta. En lugar de la común ruta que tomaba para mi casa esta me llevaría al centro de la ciudad. Algunas veces la había tomado, pero nunca de noche, y nunca, para llegar tan lejos. Le hice la parada al camión en el lado contrario de la calle de donde siempre me bajaba para ir caminando a casa. Subí las escaleras y le pagué al camionero. El camión se encontraba casi vacio, una mujer cubierta por una chamarra gris se encontraba al frente y una pareja se encontraba en el lugar que solía ocupar. Opté por sentarme cerca de la puerta de salida para no tener problemas al momento de bajar. Como era ya de mi costumbre, me recargué contra la ventana.

La noche transforma el panorama, el desértico paisaje del día toma vida al meterse el sol. Las luces de coches y edificios le dan energía y calor a las calles, los señalamientos y el negro pavimento resaltan ante las luces de los coches. El estruendoso rugido del camión y el tamborileo evitan que el ambiente somnoliento del camión duerma a sus pasajeros. Yo me mantengo silencioso, observando por la ventana una ciudad que despierta.

Las constantes paradas pueden convertir el trayecto en una molestia, gente que sube gente que baja, la cantidad de pasajeros era constante. El sentarse hasta atrás permite al espectador fijarse en cada uno de los detalles de los pasajeros que van y vienen. Entraba y salía gente como es lo común, ninguna con algún rasgo que atrajera mi atención. El camión no llevaba ni la mitad de su ocupación cuando se detuvo en una parada concurrida. Casi todos se dirigían al centro, pero no muchos esperaban esta misma ruta. Unos cuantos ascendieron. Un grupo de empresarios fueron los primeros en subir, seguidos por algunos estudiantes y por último dos mujeres. Al estar observando a los recién llegados detuve mi mirada en la última que entró. Alta y de delgada figura, vestía pantalón de mezclilla ajustado y blusa roja, pelo castaño, largo y lacio, ojos obscuros, de rostro delicado y nariz distinguida. Por respeto volví a mirar por la ventana, no sería de buena educación que un extraño se le quedase mirando, yo no soy así. Ahora estaba enamorado, me encontraba observando por la ventana pero mi mente seguía en sus ojos, en su rostro, en sus ojos y en lacio cabello. Estaba enamorado de la imagen de una extraña que pagaba su boleto, el lugar a mi lado se encontraba desocupado, pero no corría con tanta suerte pues los dos lugares detrás de mi igual estaban vacios. No pude evitar volverla a ver. Analicé su rostro en lo que buscaba lugar, volvía a voltear de inmediato hacia la ventana. Mi enamorada y su acompañante se sentaron en los lugares vacios detrás de mí, ahí fue cuando la escuche por primera vez.

Fue como música para mis oídos. Descubrí que venía de fuera, que cumplía con su servicio social y que era médica. Me enamoraba cada minuto más de ella. Decidí no imaginar nada, si no escuchar, recordar su imagen y aprender todo lo posible acerca de ella. El trayecto era largo para mí, pero no sabía cuanto duraría para ella. Decidí disfrutarlo al máximo, seguir la tendencia zen de aprovechar cada momento. Sufría al no poderla ver, pero su simple voz bastaba para curarme. Era un canto que a mi oído le era grato, el trayecto se acortaba, el final se aproximaba.

Llegué a aprender en tan poco tiempo tantas cosas sobre ella, había cortado tiempo atrás con su novio, teníamos la misma edad, los mismos gustos, e inclusive éramos del mismo lugar de origen. Eran tantas las casualidades que cada minuto su voz me drogaba más y más, pronto dependería de ella, en mi mente giraba su rostro, un rostro que se me estaba prohibido ver. Pero aun así, siguiendo la tradición del amor imposible, yo miraba en mi mente su rostro, me hacía sentirme feliz, me hacía sentirme completo.

El trayecto estaba por concluir, los jardines fueron desapareciendo y los edificios comenzaron a aparecer uno tras otro. Nos encontrábamos en el centro de la ciudad. Casas de estilo colonial, ventanas de madera con enormes barrotes que las protegían, hoteles de lujo, tiendas de curiosidades, edificios cada vez más señoriales. Las calles se llenaron pronto de taxis, de turistas de ropas de colores floreadas, de ojos azules y cabellos güeros. Un espectáculo digno de ver, un centro histórico lleno de edificios imponentes que conservaban el espirito de la milenaria ciudad. El trayecto llegó a su fin, nos encontrábamos en la estación camionera, era momento de bajar. La puerta se abrió, todos se pusieron de pie y salieron uno por uno por la escalinata. Ahí la vi, por segunda y última vez. Vi sus ojos, su delicado rostro y su distinguida nariz. Me volteó a ver, no pude resistirme en el momento en que me sonrió, quedé desarmado, apenas y pude bajar las escaleras. Igualmente ella se sonrojo. Se formó una chispa entre los dos, ella igual me había visto al subir al camión y de igual manera ambos volteamos a ver en distintas direcciones. Ahora no, en este momento nuestras miradas se encontraron, expresando todo lo que se debía expresar, todo lo que sentíamos el uno por el otro.

Todo fue tan rápido, nuestro amor secreto, nuestro amor confeso se desvaneció cuando su compañera le jalo la mano y se la llevó en dirección contraria a la que yo tomé.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

sr. ovies, divinoo amo sus historias de amor, son tan profundas pero tambien tan pasajeras no todas pero no se, tienen algo que me envuelven, sigue asi =)

Ponxo dijo...

Ok, ya. Digamos que salí del bloqueo creativo. me gustan esas historias de amor, que sólo duran segundos, fugaces, los mejores. Como Romeo y Julieta. Fugaces, a veces en silencio.

Anónimo dijo...

Ay!!!!
=')

Rocío dijo...

Ay!!!!!

=')